El Indec volvió a alertar sobre la profundidad de la crisis. Su estimador mensual de la actividad económica (EMAE) determinó una caída del 2,6% para todo el año 2018. En particular, la comparación de diciembre contra el mismo mes del año anterior arrojó una baja del 7%. El indicador sirve como anticipo del producto bruto interno (PBI), cuya elaboración es bastante más compleja: el dato del último trimestre se conocerá recién el jueves 21.

En el gobierno, necesitado de encontrar un lado positivo de las noticias, se ilusionaron con un dato del informe oficial: al quitar el factor estacional, la actividad subió un 0,7% con relación al mes anterior. De allí surgieron algunos comentarios esperanzados en una inminente mejora. «Nos estamos alejando cada vez más del epicentro de la crisis», señaló el ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica. «Tenemos la sensación de que entre diciembre y enero la demanda empezó a encontrar el piso», agregó.

Más allá del forzado optimismo de Sica, una mirada global sobre la economía presagia que la recesión todavía tiene un buen camino por recorrer. De hecho, las previsiones de la mayoría de las consultoras privadas son mucho más pesimistas que las del gobierno, que elaboró su presupuesto con una caída de 0,5% del PBI. El relevamiento de expectativas de mercado que elabora el Banco Central, que promedia la opinión de los principales bancos y analistas, anticipa una baja del 1,2% para todo el año.

Motores apagados

Más allá de la lotería de números, el análisis detallado arroja una conclusión: la mayoría de los motores que pueden empujar la economía están andando a marcha lenta o directamente apagados.

Ecolatina, por ejemplo, pronosticó en un informe que en 2019 el PBI caerá un 1%. «El consumo sufrirá los aumentos tarifarios y la inestabilidad cambiaria que le pondrán un techo a la recuperación del salario real… Adicionalmente, la necesidad de cumplir con el objetivo de equilibrio fiscal no permite pensar en novedades positivas por el lado del consumo público».

Como dato adicional sobre el consumo (que representa el 70% del producto), el Indec calculó que en diciembre las compras en supermercados cayeron un 8,7% y las ventas de electrodomésticos bajaron entre el 25% y el 60%, según la línea.

Otras estadísticas sobre el mercado laboral explican por qué la demanda no repunta: según datos oficiales, en el último año se destruyeron 191 mil empleos privados registrados y los salarios reales cayeron un 12,1%. Por ahora, las primeras negociaciones paritarias del año no contemplan una compensación por el terreno perdido por los trabajadores en el período anterior. La consultora OJF pone de relieve que la inversión de las empresas, otro componente importante de la demanda agregada, se derrumbó 16,9 por ciento.

Para Econviews, la consultora que dirige Miguel Kiguel (exsecretario de Finanzas durante el menemismo), las dificultades para salir de la recesión están vinculadas al apretón fiscal comprometido ante el FMI, por el cual el Estado se concentra en su propio ajuste y deja la economía librada a su suerte. «En las recesiones anteriores (2008/09, 2014 y 2016), la actividad económica logró recuperarse y volver a crecer mientras aumentaban el déficit fiscal y externo… Hoy no hay espacio para ello». También apunta a la política monetaria restrictiva del Banco Central: «Si bien hasta ahora ha sido muy exitosa en estabilizar el tipo de cambio, la experiencia internacional muestra que las estabilizaciones basadas en anclas monetarias son claramente recesivas a corto plazo».

La respuesta del gobierno a este cuadro es, cuanto menos, errática. Primero el presidente Macri le echó la culpa a una supuesta tormenta internacional (el ya célebre «pasaron cosas») y luego se esperanzó con un repunte que podría darse justo antes de las elecciones. Preocupado, en los últimos días lanzó una serie de medidas para reactivar el consumo (aumento anticipado del salario mínimo y la AUH, ver página 3) y ayudar a las pymes (créditos a tasa subsidiada). Tienen gusto a muy poco. «