«Qué es ese baile que hay acá?” “¡La calle!” “Ah, la calle”. Cuando lo dice –durante su intervención en la última jornada de la plenaria donde se discute la media sanción de la ley por la interrupción voluntaria del embarazo–,  el senador Federico Pinedo acentúa su desdén. Su gesto es el de una persona que nunca oyó una manifestación. O el de una persona que pertenece al sector del Senado que no está dispuesto a escuchar la voz del pueblo.

“¿Me voy a morir?” Es la pregunta que se hace cada mujer que hoy está por abortar. Porque señores senadores, las mujeres abortamos. En lugares pobrísimos y sin ninguna garantía o en clínicas carísimas con profesionales que reciben la plata de la clandestinidad. Pero la misma pregunta se la hacen todas esas mujeres. Y se responde meses después  cuando con miedo reciben los resultados que indican que no hay infección y que el útero está perfecto.

Esa pregunta, ese miedo por el que atraviesa cualquier persona al que le toca ponerse en manos de la medicina, en las mujeres que están por abortar cobra otra dimensión, porque detrás de ellas está el espanto de lo clandestino, de lo que no podés contar, de lo que tenés que negar aun cuando te estás desvaneciendo por la hemorragia. Esto pasa, senadoras y senadores.

Desde el 10 de abril, son miles las mujeres que salieron a la calle a contar sus experiencias. “Todas abortamos o tenemos una amiga o alguien en la familia que abortó”, coinciden, mientras recuerdan los testimonios para liberar a las generaciones que vienen.

Las calles, los aportes de los profesionales que hablaron a favor de la ley, los organismos internacionales, y sobre todo las cifras que presentaron funcionarios públicos (como el ministro de Salud Adolfo Rubinstein y el exministro Daniel Gollán) evidenciaron que es un problema de salud pública.

Es llamativa la ignorancia maliciosa de algunos senadores, basta con repasar las intervenciones de la tucumana Elías de Peréz o de la riojana Brizuela y Doria para darse cuenta que no saben nada sobre aborto y, sobre todo, que no quieren saber. La senadora Inés Blas preside la Comisión Permanente de la Mujer pero anunció su voto en contra, de ese modo desconoce la lucha feminista, avala la clandestinidad y se convierte en cómplice de la muerte de miles de mujeres.

El aborto dejó hace mucho de ser un “debate” para convertirse en una problemática. Porque las mujeres abortan en la clandestinidad.

Abortan y siguen vivas o mueren. Fomentar la clandestinidad es negar la realidad, es avalar la muerte, es obligar a callar y a vivir con miedo. Senadoras y senadores, como dice la canción de Billy Bond, “salgan al sol…”, miren la calle, voten a favor del pueblo. Senadoras y senadores, que sea ley. «