El entrenador del equipo que termina el año como puntero es parte de la generación Superliga, los técnicos que firmaron su primer contrato para ese cargo bajo esa nueva estructura. Excepto por un partido en el que dirigió a Lanús en 2003, Diego Dabove trabajó como colaborador, ayudante de campo y preparador de arqueros en diferentes equipos y con distintos entrenadores. Recién en 2018 se convirtió en técnico de Godoy Cruz, el club con el que iba a jugar la Copa Libertadores pero que decidió dejar para saltar a Argentinos Juniors, que iba a pelear contra el descenso y terminó peleando por el título en este campeonato.

Diego Monarriz, tantas veces interino y ahora ratificado como técnico de San Lorenzo a los 51 años, también ingresa a la generación Superliga. Tendrá su primer contrato para dirigir un equipo de Primera. Es la segunda vez en dos años que San Lorenzo ratifica a un técnico que llega de emergencia. Ya lo había hecho con Claudio Biaggio. No dio buenos resultados, pero no está mal pensar que las soluciones están dentro de casa.

Una buena temporada con Godoy Cruz y esta etapa de puntero con Argentinos lo colocó a Davobe en la órbita de los candidateables para otros equipos. Le pasó en la última semana con Racing. No había nota que no lo mencionara, a pesar de que Diego Milito, encargado de la selección, tenía otras opciones. El elegido fue Sebastián Beccacece, primer técnico que dirigirá a Independiente y Racing en un mismo campeonato. También la Superliga entrega estas novedades.

Beccacece volverá al torneo del que se tuvo que ir. Fue uno de los nueve entrenadores que dejó su trabajo a mitad de la ruta, en la décima fecha. Ese camino de salida lo inauguró Lucas Bernardi (Godoy Cruz) en la tercera. Lo siguieron Hernán Crespo (Banfield) y Hernán Darío Ortiz (Gimnasia) en la quinta, Juan Pablo Vojvoda (Huracán) en la sexta, Gustavo Álvarez (Aldosivi) en la octava, Juan Antonio Pizzi (San Lorenzo) en la undécima, Mario Sciacqua (Patronato) en la decimocuarta y Pablo Lavallén (Colón) en la decimosexta.

¿Habría que ubicar dentro de ese panteón a Eduardo Coudet y Gustavo Alfaro? Ambos dejaron Racing y Boca a fin de año pero con el torneo sin concluir. Los cambios de técnicos, las idas y vueltas, los despidos, las urgencias, no sólo son una responsabilidad de los dirigentes. Se trata de una multiplicidad de factores. A Coudet no lo sacaron los resultados. Decidió arreglar con otro equipo cuando el propio, el que hizo campeón, se preparaba para un año con Copa Libertadores, lo que podía ser la continuidad de un ciclo.

Lo de Alfaro tiene su complejidad. La serie con River de Copa Libertadores lo marcó. También sus conferencias de prensa, aquello de retomar su vida a fin de año dando por terminada la experiencia cuando aún quedaban algunos partidos del torneo local. Y, por supuesto, un nuevo tiempo político en Boca. Ese nuevo tiempo ahora apela, de algún modo, al pasado, a una cierta nostalgia. Doce años después, Boca busca a Miguel Ángel Russo, el técnico de la Copa Libertadores 2007. Rodeado además en diferentes cargos y funciones por los jugadores que consiguieron ese y otros grandes triunfos.

No hay fórmulas mágicas. Y no es fácil la elección de un técnico. Porque también se impone el contexto. A Independiente, que lleva diecisiete años sin conseguir un título local, todavía le cuesta encontrar un nombre que encaje para su momento. Iba a continuar Fernando Berón, el coordinador de las inferiores, pero ya se descartó. Se acercan las Fiestas y todavía no definió el rumbo entre dos opciones: Mauricio Pellegrino y Lucas Pusineri.

Ese panorama dice algo para el fútbol argentino: que el mérito de los cinco años de Marcelo Gallardo en River -los que serán seis si continúa todo 2020-, no fue sólo la acumulación de resultados, sino también el buen músculo dirigencial para la gestión y, sobre todo, la decisión del entrenador de ser parte de una época y no un asterisco dentro de la historia del club. Hasta cuando aparece dentro de la lógica que se trata de un fin de ciclo, como quizá se pensaba post final perdida en los últimos minutos en Lima, Gallardo va por más.

¿No tuvo propuestas para buscar nuevos desafíos en otras ligas, en otros países, en otros equipos? ¿O las descartó para seguir un camino que lo inscribe en la eternidad de River? Como esas ofertas suelen manejarse con algo de discreción, más bien parece lo segundo. Nada lo ha entusiasmado más que seguir buscando desafíos en un lugar en el que parece haberlo conseguido todo. Ni la selección, un cargo para el que fue tan mentado y por el que tantos mueren, terminó por seducirlo. Lo que faltaba ahí es el contexto. Curioso: Gallardo ganó todo menos un torneo local, la denominada Superliga. Quizá lo mueva ese deseo para la primera parte de 2020.