Los niños y niñas generalmente están presentes cuando la madre es sometida a agresiones verbales o violencia física por parte de su pareja. Ya sea que exista violencia dirigida a esos pequeños cuerpos, o presencien la agresión verbal y la violencia física contra su mamá, la escuchen en su dolor e imaginen –si están en otra habitación–, se producirá inevitablemente tensión corporal en los niños. Es un estado de alerta que expresa la puesta en acción de los mecanismos normales del estrés. Si las escenas se repiten, se va constituyendo un estrés postraumático, primero agudo y luego crónico.

Niñas y niños sienten un profundo dolor cuando su madre es atacada. La angustia los inunda, junto con la sensación de soledad y desamparo, pues el hombre que dice quererlos ataca al ser que aman y a la vez son abandonados afectivamente por él. Nadie los contiene en esos momentos. El macho-violento se mueve en el espacio pisando la alegría y la vida, inyectando terror y soledad.

Reitero: aunque la violencia no vaya dirigida a niños y niñas, estos no saben lo que puede suceder, cuáles son los límites, y a la vez temen que esa terrible energía que sostiene los gritos, amenazas, insultos y golpes se desencadene sobre sus cuerpos.

¿Los hombres violentos que agreden a las madres aman a sus hijos e hijas? En el plano judicial seguirán tratando de someter a su ex pareja, hijos e hijas con la complicidad de abogados y funcionarios judiciales. Estos dejan de lado los Derechos del Niño cuando los califican de “testigos de violencia” como si lo fueran de un choque de autos. Borran de un plumazo el historial de sufrimiento que tienen y los obligan a revinculaciones forzadas con el macho-progenitor-violento. Quizás sea la pedagogía que el Estado aplica para que niños y niñas entiendan lo que es vivir en una sociedad patriarcal y machista. «