La Conmebol anunció el pasado martes una modificación integral en el sistema de disputa de la Libertadores a partir de 2017 y causó una revolución en el ambiente futbolero continental. Según explicaron desde dentro del organismo, la decisión de extender la duración del certamen internacional de 6 a 10 meses y de instalar una final a partido único y en cancha neutral –al mejor estilo de la Champions League-, “forman parte de una estrategia integral para fomentar el desarrollo del fútbol sudamericano y potenciar su competitividad”. Sin embargo, hay otra razón de fondo que llevó a la Confederación a tomar una determinación tan radical, prácticamente, de un día para el otro. Y ese motivo tiene nombre propio: la Liga Sudamericana de Clubes de Fútbol.

Fundada por algunos de los clubes más importantes del continente el pasado 11 de enero, el momento en el que la Conmebol se encontraba más debilitada que nunca por las consecuencias del FIFA Gate (que les costó sus cargos y llevó a prisión al presidente Juan Ángel Napout, al secretario General José Luis Meiszner, a los titulares de las federaciones nacionales de Chile, Bolivia y Ecuador, entre otros), la Liga Sudamericana nació con el objetivo de aumentar la participación de los equipos tanto en el reparto económico como a la hora de la toma de decisiones institucionales. Sin embargo, la realidad indica que, por estas horas -y a partir del poder semi extorsivo que le atribuye el hecho de representar los intereses de los grandes de Sudamérica- el presidente del organismo, Daniel Angelici, parece tener más fuerza de tracción que Alejandro Domínguez, el titular de una debilitada Confederación en la que nadie logra aunar todas las fuerzas.

Si bien es cierto que la idea de reformar los torneos venía rondando hace tiempo por sus cabezas, los dirigentes sienten la respiración de los clubes sobre sus nucas. Por eso, no es casual que las modificaciones establecidas se correspondan exactamente con las demandas que había realizado la LSCF en su segunda reunión, allá por febrero: “Queremos jerarquizar la Copa, que dure diez meses como en Europa, para que no se nos vayan los jugadores en el medio del torneo”, había comentado en ese momento Rodolfo D’Onofrio. Aquel cónclave realizado en La Bombonera fue el primer banquete de la victoria para los clubes: un día antes, después de que los grandes de Brasil decidieran sumarse al flamante organismo y los clubes amenazaran con boicotear la Libertadores y organizar su propio certamen paralelo, la Conmebol se había visto obligada a anunciar un aumento del 100% en los premios para los participantes de la Libertadores, que pasarían a ganar 600 mil dólares por jugar la fase de grupos. Tan ganadores se sintieron los dirigentes separatistas que hasta rechazaron públicamente la determinación de la CSF y pidieron 150 mil dólares más, aunque finalmente los números no se modificaron.

En este contexto, desde la Conmebol intentan negociar para reconstruir poder. Después de que en julio River fuera el único club que votara en contra de que Angelici presidiera la Liga (y desde entonces no volviera a asistir a las reuniones), Domínguez armó una jugada política para marcar el terreno: el 28 de agosto nombró a D’Onofrio como representante de la Confederación en la FIFA. El contragolpe no tardó en llegar: una semana después, el todopoderoso presidente de Boca se juntó personalmente con Gianni Infantino en Ginebra, en el marco de una gira que realizó por Europa en la que también participó de un convite con Karl-Heinz Rummenigge, titular de la Asociación de Clubes de Europa, la entidad que inspiró la creación de la LSCF y que “saludó” el nacimiento de un organismo hermano.

Pero la puja de poderes no termina ahí. Porque mientras la Liga Sudamericana intenta construir la representatividad suficiente como para lograr incluir un dirigente propio dentro de la Conmebol (que desde lo oficial se niega a reconocer formalmente a la LSCF), Domínguez también tiene sus cartas para negociar. Y la Libertadores es una de las más importantes. Por eso, entre los cambios anunciados en el torneo se informó que habrá un aumento en la cantidad de equipos participantes, pero no se anunció cuántos: la dirigencia negocia por estas horas a quién le corresponderán esas plazas y cómo serán distribuidas. Con la clasificación de Boca a la edición de 2017 todavía en duda, el resultado de esas gestiones puede ser decisivo de cara a las próximas batallas: con el Xeneize fuera del certamen, Angelici no tendría nada que perder. Y eso puede ser muy peligroso.