Marcos Peña, consultado sobre la revelación de Tiempo, del domingo pasado, sobre los Panamá Papers y las operaciones de la offshore de Mauricio Macri, respondió: «No vi los papeles, no voy a opinar sobre algo que no vi y menos… por ahí la fuente no es la que más respeto me genera.»
La fuente periodística es el emisor de datos, la herramienta del profesional: sujeto, episodio, documento, que provee información al periodista para elaborar un artículo. Tiempo, en cambio, es un medio de comunicación masivo. Seguro que no tanto como los que prefiere Peña. Uno de ellos, el de mayor circulación nacional, por ejemplo, en su portada del viernes menciona el término «Facultad» en el contexto de un caso policial, y no por la protesta del día anterior, multitudinaria, que refiere en página 33 y califica sesgadamente como una marcha «por salarios».
El jefe de Gabinete confundió a este periódico como una fuente. Es probable que ese error no sea una torpeza intelectual, sino otro condimento en el relato macrista. El mismo funcionario, horas después, publicó un texto. En un párrafo, dice: «Nos guste o no, entendamos que la tarea del Papa es espiritual y evangélica, no política partidaria. El diálogo, y porque no la misericordia, no implica acuerdo o validación de todo lo que hizo el otro.» En otro: «Es difícil encontrar otro argentino que haya sido tan agresiva y ofensiva (sic) contra todo aquel que pensara distinto que ella (Hebe de Bonafini)». Más allá del error de género gramatical, Peña, traicionado por su obsesión de alinear el pensamiento general más allá de su correlato con la realidad concreta, o bien por su inconsciente, brindó un emblemático ejemplo del tan meneado «relato oficial».
Se denostó con la fuerza de una topadora al anterior gobierno por su «relato». El ciudadano de una u otra vereda debió soportar operaciones mediáticas de todo pelaje, con el objetivo de mancillar a tal funcionario o al conjunto del kirchnerismo, puesto en el rol de acusado por su propósito de construir una historia contra-hegemónica. El discurso generalizado llevaba implícita la crítica despiadada y, por lo menos, hipócrita, cuando no malintencionada. No sólo de parte de leucos, majules, y hasta fantinos, entre mucho sicario de la palabra y las ideas, que ahora muestran sonrisas sobradoras y regates para disimular la continuidad de su condición de correveidiles (ahora oficialistas). Ellos y el resto del vasto arco de medios hegemónicos, ya no hablan de relato, tras una década propagando operaciones. Ahora ese conjunto detenta el poder y se dedica simplemente a reproducir su propio relato.
Convengamos: no existen gobiernos ideológicamente ingenuos; tampoco existen gobiernos sin relato.
La esencia del relato kirchnerista se edificaba en hacer visibles, cuando no acompañar, las políticas del Estado, muchas apuntadas a modificar los paradigmas vigentes. La esencia del relato macrista se afirma en tesis que rozan más de un principio goebbeliano. Crear impresión de unanimidad. Trabajar sobre la grieta (aunque se muestren como príncipes pacifistas y conciliadores). Ceñirse a un número reducido de ideas, habitualmente vacías de contenido ético, repetidas  hasta el hartazgo. Emitir constantes informaciones y argumentos nuevos respecto del adversario para que esa agenda se instale por sobre hechos que los involucran perjudicialmente a ellos mismos.
Y por supuesto, tergiversar hasta las realidades más incontrastables: por caso, el intento de Peña de convertir el presumiblemente amable recibimiento del Papa a Hebe, en una sesión en la que Francisco reprenderá a la Madre, «tan agresiva y ofensiva», a la que, incluso compara con un trastornado asesino que atentó contra Juan Pablo II. Al tiempo que a Cecilia Pando la agasajan en una dependencia del Ministerio de Justicia.
Lo que los crispa es un Papa que no comulgue con el neoliberalismo. Dejó de ser «nuestro Bergoglio» cuando peronizó discursos y muchas acciones vaticanas, y completó su «infidelidad» al mostrarse con inequívoco gesto de fastidio junto a Macri, cuando había recibido en varias ocasiones con indisimulado afecto a Cristina Fernández. Un relato tan evidente que no pueden enmarañar.