Ser Leona. Ser Puma. Ser un Gladiador. Dentro de las diferencias en los factores económicos, estructurales y culturales, el deporte nacional tiene un fenómeno que lo diferencia del resto de los países. Desde hace unos años surgió en algunas selecciones la necesidad de identificarse con algo más que la camiseta: un animal, una imagen, un símbolo que genere empatía y fuerza, y que represente el espíritu deportivo en cada uno de los equipos.

En algunos casos ese «nombre de fantasía» pasó a ser algo demasiado fuerte, cargado de mística y hasta una marca registrada, con selecciones pasando a ser más conocidas con ese «mote», remplazando a la mismísima «Selección». En parte porque, con el tiempo, esos apodos se popularizaron gracias al crecimiento de cada una de las disciplinas, como es el caso de Los Leones, mote que adoptaron hace cuatro años y que se consolidó en el imaginario popular tras el oro en Río 2016.

Ser Leona, Puma o Gladiador contiene una sensación especial para todo aquel o aquella que haya vestido esa camiseta, y, desde hace muy pocos años también se utiliza el diminutivo para los respectivos equipos juveniles. En esas búsquedas hay una intención de resaltar las fortalezas de cada uno de esos grupos y generar entre sus integrantes un sentido de pertenencia.

Así lo cuenta el psicólogo Ricardo Rubinstein, titular en función didáctica en la Asociación Psicoanalítica Argentina y autor del libro Deportes al Diván: «Se hace para generar cierta mística y comunión que nuclea a jugadores y jugadoras de un equipo. Así se abre un proceso de ensamble detrás de valores, ideales o símbolos, que genera un plus en el rendimiento, con más entrega, solidaridad y compañerismo.»

Rubinstein explica también que este fenómeno no es nuevo sino que viene de civilizaciones primitivas: «Adoraban a un tótem, que era un animal temido al que mataban y mágicamente adquirían los valores de ese animal: la fuerza, la astucia, el poder, la nobleza, la ferocidad, la tenacidad. El retomar esto lo que hace es juntar este elemento de unidad y mística detrás de un símbolo y de valores. Algunos pueden tener correlatos de animales del territorio y que sirvan a los efectos de resaltar la identidad de jugadores y aficionados.»

Sobre si se trata de un fenómeno argentino, el médico psiquiatra Juan Eduardo Tesone sostiene que no. «Es una motivación -dice- que concierne al ser humano y a la búsqueda de una identidad colectiva que cemente la creación grupal. Si formo parte de un grupo que tiene un nombre, ese nombre me define y define al mismo tiempo al juego grupal. Ya no soy un mero integrante de un grupo sino que formo parte de su identidad.»

El primero en cambiar su nombre fue el equipo nacional de rugby. Todo comenzó por un error de un periodista sudafricano de la revista semanal The Weekly Farmers y un jugador argentino. En la gira por ese país en 1965, que se coronó con el triunfo ante los locales por 11-6, el periodista confundió al jaguareté del escudo de la UAR por un Puma y cuando se lo consultó al rugbier Agustín Silveyra, quien no sabía inglés, respondió rápido que sí. Desde ese error, Los Pumas son una marca registrada no solo por su juego y su entrega sino también desde el marketing. En el rugby, igualmente, no son los únicos: los All Blacks, los Wallabies y los Springboks también los acompañan con sus apodos.

Más acá en el tiempo, en 2000 fue el nacimiento de Las Leonas, que ante la posibilidad de jugar por una medalla en los Juegos Olímpicos de Sydney, Inés Arrondo, la más experimentada del plantel, dibujó «una leona a punto de atacar». Según las jugadoras de ese equipo, esa imagen les dio seguridad y fuerza para jugar contra Holanda. Y desde entonces no la dejaron más. Hasta la compartieron: Los Leones iban a ser Los Coyotes pero tras una charla entre los jugadores y Carlos Retegui acordaron tomar el de las mujeres.

El apodo de Los Gladiadores a la selección masculina de handball también derivó en una elección del plantel al vencer a Brasil en la final de los Panamericanos de Guadalajara, que no solo significó el oro sino un histórico pase a los JJ OO. Al parecer llegó tras un apodo de uno de los integrantes del cuerpo técnico de Dady Gallardo, que se llama Guillermo Cazón y a quien lo habían apodado «Gladiador» por su parecido con el actor Russell Crowe.

Otro caso especial es el de la selección de básquet, a la que se la reconoce como la Generación Dorada pese a que hoy ya queden pocos representantes de esa camada. Desde una mirada más comercial se trató de imponer «El Alma» pero a nivel popular todavía no se instaló. La Legión de tenis, también tuvo su tiempo con esa camada de jugadores que deslumbraron a principios de 2000, pero tal vez ese apodo sí quedó archivado en el tiempo. Pero siempre para los que fueron parte y se sintieron Leonas, Pumas o Gladiadores –entre otros- no hay y no habrá fecha de vencimiento: así se sentirán para siempre.