El nombre de Argentina nació de un mal entendido. Los indios del litoral encendieron la ambición de Sebastián Gaboto cuando le contaron que Paraná arriba había un cerro “todo de plata”. El error estuvo en el cálculo de la distancia, y el veneciano se internó en su busca, pero no lo encontró. Así llamó Río de la Plata al de Solís, El cerro existía, aunque más lejos. Era el Cerro Rico de Potosí, y aunque Gaboto nunca lo vio, quedó el nombre Argentina, por el argentum -plata en latín- para estas tierras.

Cuando Carlos III creó el virreinato del Río de la Plata, incluyó en él al Alto Perú, las provincias de La Paz, Cochabamba, Potosí y Charcas. Su riqueza minera y la tradición de la universidad de Chuquisaca fortalecerían a las todavía pobres y pequeñas provincias del sur. Lo que hoy es el noroeste argentino formó por largas décadas un mercado único con sus vecinas hoy bolivianas.

La lucha por la independencia se inició, en esta región, con la revolución de Charcas y La Paz que estalló el 25 de mayo de 1809. La Junta de Buenos Aires, un año después, se nutrió de antiguos estudiantes, Castelli, Moreno, Monteagudo, de la Universidad Chuquisaqueña.

Y el presidente de la Junta, ¡el primer presidente argentino!, era Cornelio Saavedra, nacido en Potosí.

Peleamos juntos por la independencia, y al lado del salteño Güemes y del porteño Belgrano luchó Juana Azurduy de Padilla, nacida en Charcas y hoy generala del Ejército Argentino.

La ceguera de algunos, el espíritu de cabeza de ratón de otros y los intereses de los imperios que vinieron después de expulsados los godos, separaron esas dos partes de una nación.

Durante décadas caminamos por sendas diferentes. Le ha tocado a nuestro tiempo, y con más razón luego del agravio inferido por la vieja Europa al presidente Morales, volver a unirnos en el camino de la reconstrucción de la Nación Suramericana. Único destino posible para los pedazos que se separaron en el siglo XIX.

Hoy en esta parte –la Argentina- de la Patria Grande viven montones de bolivianos que, pese a lo que opina Pichetto, cuyos antepasados no pueden haber sido inmigrantes pobres, dan su fuerza de trabajo y su saber para el crecimiento de nuestra sociedad.