Nadie reconoce a ese empresario argentino que se pasea por las calles de Manhattan. Sólo podría saber que se trata de Alejandro Burzaco alguien que haya estado muy atento a las noticias sobre el escándalo de corrupción en el fútbol conocido como FIFAGate. O un periodista o empleado judicial abocado a labores relacionadas con ese episodio. Para todo el resto, Burzaco es acaso un turista, un anónimo, uno de los dueños silenciosos del fútbol, como lo era hace cuatro años en Río de Janeiro, donde negociaba con dirigentes entradas vip para los partidos del Mundial 2014 a cambio de futuros favores. “Voy a necesitar en cuatro años en Rusia”, le dijo una vez al paraguayo Juan Ángel Napout, también caído en desgracia. Pero Burzaco, el ex CEO de Torneos, no estará en Rusia, en el Mundial que movió la base para el derrumbe de un imperio. Lo mirará desde Nueva York a la espera de su sentencia.

“Hay bastantes argentinos en Manhattan, así que creo que ha sabido arreglar con quién pasar el Mundial. Hace poco un abogado que conozco me mandó una foto porque lo vio caminar por ahí”, comenta Ken Bensinger, el periodista estadounidense que mejor cubrió las jornadas del juicio y que en estos días publicará Tarjeta Roja, su libro sobre el caso.

La doble elección de Rusia 2018 y Qatar 2022 el 2 de diciembre de 2010, un exceso de ambición de Joseph Blatter, prendió la mecha. Inglaterra quería el de este año. Estados Unidos, que ahora tiene candidatura conjunta con México y Canadá para 2026 y que compite con Marruecos, algo que se definirá en el Congreso FIFA del miércoles, pretendía el de 2022*. Las denuncias de sobornos para esas elecciones dominaron la escena. La FIFA comenzó a crujir. Dos años después, Blatter nombró al estadounidense Michael García en la Comisión de Ética para que investigase el proceso.

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El Informe García, de unas 350 páginas, recién se conoció completo el año pasado. El juez alemán Hans-Joachim Eckert, a cargo del órgano de decisión en la misma comisión, había trabado su publicación. Eckert absolvió a Rusia y a Qatar. Pero en el medio apareció el FBI, la redada del 27 de mayo de 2015 en el hotel Baur au Lac de Zurich, la cárcel para dirigentes y empresarios de Sudamérica, entre ellos Burzaco, y Mariano y Hugo Jinkis. Fue la patada final para la salida de Blatter de la FIFA y la llegada de Gianni Infantino. Julio Grondona se había muerto un año antes.

“La FIFA vendió la caída de varios de sus dirigentes y los empresarios vinculados al negocio como el paso hacia la transparencia. Es cierto que se presentó como como querellante en la causa en Suiza. Pero intentó hacer creer que este sería el primer Mundial después del FIFAGate, el Mundial de la transparencia, y sin embargo las cosas no han cambiado. Hay detenidos pero los negocios siguen intactos”, dice el periodista Facundo Pastor, que acaba de publicar El gran arrepentido de la mafia del fútbol, un libro sobre Burzaco y la conexión argentina del FIFAGate.

Se puede hablar de Italia 34, con Benito Mussolini, o de Argentina 78, con la dictadura, pero ningún Mundial estuvo tan sacudido por los rayos de la geopolítica como Rusia 2018, observado como una gigantografía de Vladimir Putin. El TEG también se juega en el fútbol. De las sospechas sobre la elección de la sede, que Europa y Estados Unidos se encargaron de agitar, se pasó a los casos de dóping de sus atletas, señalado como doping de Estado luego de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014, y de ahí se llegó al caso del doble agente ruso Serguei Skripal, envenenado junto a su hija en Inglaterra. El gobierno británico señaló a Moscú. Como Holanda y Australia lo hicieron por la caída del avión de Malaysia Airlines en 2014. Lo que gira alrededor de Crimea, Ucrania y Siria también estira la cuerda. El canciller Boris Johnson comparó el Mundial con Berlín 1936, los Juegos Olímpicos de Adolf Hitler. Los dirigentes políticos y la realeza británica lanzaron un boicot. Sólo se sumaron Islandia y Ucrania. Pero todo remite a guerra fría, a Moscú 80, los Juegos Olímpicos del boicot.

Lo que sea que suceda a partir del jueves cuando Rusia y Arabia Saudita pongan la rueda a girar en el estadio Luzhniki de Moscú, también sucederá en la política. Si millones miraran una pelota, otros también mirarán a Putin. Y Burzaco mirará por televisión. Una paradoja para el hombre que se convirtió en colaborador de la justicia estadounidense y que espera una sentencia –se aplazó para el 21 de febrero de 2019- por haber pagado sobornos para tener en su puño el fútbol por TV. Burzaco coimeaba para Torneos, la empresa que tiene los derechos del Mundial en la Argentina.

* El Congreso de la FIFA eligió a la candidatura conjunta de Estados Unidos, Canadá y México para el Mundial 2026.