La señora que espera paradita al lado de la puerta a los jugadores que dejan la cancha del Arthur Ashe lo aplaude al verlo entrar. Se suman varios en ese pasillo que conduce a la soledad del vestuario después de la inmensidad que paraliza al jugar en Nueva York. El que pasa es Juan Martín del Potro, que acaba de perder ante Rafael Nadal en la semifinal del US Open. El que llega al vestuario –a esta altura- es el mejor amigo de la épica. 

La frase del cantante brasileño Cazuza -más conocida en la Argentina por la versión que hizo Bersuit del tema- la escribió Delpo en sus redes hace dos años. Era parte del trabajo para motivarse que encaró después de pasar por un quirófano por cuarta vez, cuando su único objetivo era volver a ser el que había sido. La carrera del tandilense tiene un sinfín de puntos de partidas y de partidos –hazañas- que construyen en él la imagen de lo imposible. Desde los Juegos Olímpicos de Río (ya lo había hecho en Londres 2012), pasando por la conquista histórica de la Copa Davis hasta esta semana, Del Potro volvió a respirar con su juego y con su físico. 

El 2017 no parecía un gran año: sin títulos, pocos partidos de alto nivel y más dudas que certezas sobre su revés, fin de año se vislumbraba sobrio. Y quizás habrá que entender que cuando menos se espera de Juan Martín más sorprende, casi como si fuera un juego inconsciente para motivarse. Porque cuando más se habla de sus crisis, más cerca está de la épica y de ganarle a los mejores; cuando más dudas hay, cuando más complicado viene el partido, más se fortalece. Como lo hizo ante un top ten como Dominic Thiem esta semana, engripado y después de haber perdido los dos primeros sets; como lo hizo en la Copa Davis en Zagreb. Ese parece ser hoy su punto más alto: su mentalidad para no darse por vencido y agrandarse en las difíciles.  Es cierto que no pasa siempre, que la carrera de Delpo tiene momentos en los que se enciende y demuestra que tiene todo para ser número uno del mundo como esta semana ante Roger Federer, y otros en lo que cuesta encontrarlo en la cancha, pero eso funciona en él como un binomio perfecto. Hasta ahora.

“Me pude motivar de nuevo y me recargué de energías. Y eso era lo que traté de buscar en este torneo más allá del resultado. Cuando ya el año me pintaba terminarlo de una manera ahora me da mucha ilusión y expectativa para terminarlo mucho mejor”, dice en plena conferencia. Del Potro sabe que se reencontró con su mejor versión: volvió a pegarle con su revés a dos manos, fue determinante con su servicio y recuperó su derecha plana, la más rápida del circuito. «Cuando estoy bien, sé que soy peligroso. Me siento mejor con mi revés pero no es lo suficientemente bueno para ganar un título así. Contra Rafa tenés que meter winners de los dos lados», resume. Desde mañana será número 24 del mundo y a los 28 años está claro que todavía tiene y puede dar mucho más con su tenis. 

En los próximos días Delpo tomará alguna decisión sobre su equipo de trabajo. Esta semana estuvo acompañado por Sebastián Prieto. «Dijimos de probar estos días. Es un gran tipo, tenemos una buena relación. Es un perfil bajo como a mí me gusta”, contó sobre el ex doblista que llegó a estar entre los 25 mejores del mundo hace una década. Fue una prueba. 

«Los que ahora me piden un entrenador o que dicen que estoy así porque no tengo un entrenador, son muchos de los que el año pasado cuando yo les ganaba a todos solo, no decían nada. Incluso, recuerdo que cuando trabajaba con Franco (Davín) también decían que necesitaba un cambio, que mi ciclo con Franco estaba cumplido, pero de pronto metía semifinal de Wimbledon o ganaba torneos», lanzó Del Potro en una conferencia previa al US Open, entendiendo el juego, las críticas, la histeria que muchas veces recae sobre él.  Y en definitiva con lo que convive mientras busca tener el mejor equipo y el mejor juego para lograr disfrutar –de nuevo- detener regularidad en el circuito. Y finalmente, tranquilidad.