El enviado de TNT Sports le comenta a Daniel Angelici que se lo nota emocionado. Angelici le dice que sí, que sabe del esfuerzo del hincha por viajar, que es emocionante ver tantas banderas y tantas camisetas tan lejos del país. De fondo suenan los bombos de la Doce, la barra brava de Boca, la que viajó hasta Barcelona. El periodista le pregunta a Angelici -al que llama por su apodo, el Tano- qué queda después de esto, cuál es el techo, ¿hay techo? Angelici toma impulso. No, dice, no hay techo. La grandilocuencia resulta un exceso. Boca está a punto jugar un amistoso contra el Barcelona, la Copa Joan Gamper.

Boca, el bicampeón del fútbol argentino, perdió tres a cero con el Barcelona y eso tal vez haya expresado bastante sobre las diferencias con el fútbol europeo: de lo lejos que quedaron exhibiciones como las de Juan Román Riquelme en Japón contra el Real Madrid. O la resistencia de Estudiantes frente al mejor Barcelona. O incluso el partido de Boca contra el Milán en 2003, la última vez que un equipo argentino ganó la Copa Intercontinental, luego modificada al Mundial de Clubes.

Pero el paisaje del fútbol argentino va más allá de lo que suceda en la cancha. Acaso se completa con Angelici cantando que quiere la Libertadores “y una gallina matar”, sigue con la plana mayor de la Doce haciendo turismo por las ramblas de Barcelona, entrando al Camp Nou –algunos de ellos hasta viajaron junto al plantel, como contó Gustavo Grabia en el portal Infobae-, y se explica con los centros al presidente de Boca, una comodidad periodística sólo comparable a la que disfrutó alguna vez –hasta Fútbol para Todos- Julio Grondona.

Y no se trata de Boca, se trata de Angelici. El fútbol argentino está en sus manos. Además de ser el presidente de Boca, es el vicepresidente de la AFA, el dirigente que más poder acumuló desde la muerte de Grondona, como detalló Roberto Parrottino en esta nota. Y es, sobre todo, el operador judicial del gobierno, con influencia comprobada dentro los servicios de inteligencia: su vicepresidente en Boca es Darío Richarte, ex número 2 de la SIDE durante la presidencia de Fernando de la Rúa. Richarte fue socio oculto de Sergio Szpolski –el propio Szpolski se jactaba de eso– en el Grupo Veintitrés, que editaba Tiempo Argentino hasta que huyó sin pagar indemnizaciones y dejando un tendal de trabajadores sin cobrar salarios. Algunos de los domicilios de Szpolski, uno de los empresarios que se beneficio con millones de la pauta oficial durante el kirchnerismo, aparecen en las anotaciones del chofer Centeno. Su impunidad sería curiosa si no fuera por todos estos nexos, que llegan hasta Juan José Gallea, hombre de Richarte, ex gerente del Grupo Veintitrés y actual director de Finanzas de la Agencia Federal de Inteligencia, la ex SIDE. 

Y en todo está Angelici. Por eso la Doce puede quedarse hasta con entradas para discapacitados en un partido de la Selección, como ocurrió el año pasado.  Y no pasa nada. Puede salir en una escucha buscando favores para su club. Y no pasa nada. Puede cantar ahora como uno más de la Doce, decir que se dejó llevar, que pedirá disculpas y tampoco pasa nada. Puede responder sin sobresaltos sobre su emoción. Y ya. Del todo pasa al no pasa nada. No es que así construye su poder Angelici, sino que ese es su poder.