El 69º Festival Internacional de Cine de Berlín no ha sido uno de los mejores de los últimos años, con una reseña avara de títulos que difícilmente quedarán en la historia del cine, empezando por el film recompensado con la máxima distinción, “Synonymes” (Sinónimos) del israelí Nadav Lapid. Un film que recorre en 123 minutos la historia de un joven israelí que trata de borrar toda relación con su país de origen, aún continuando a frecuentar la embajada y sus servicios secretos, interpretado por un inepto debutante, Tom Mercier, cuyo único mérito es desvestirse a cada momento y recitar con convicción los improbables diálogos escritos por el director.

Cabe señalar que la decisión de otorgarle el Oso de Oro, en detrimento de otros films de mayor consistencia, fue compartido por la federación internacional de críticos cinematográficos (FIPRESCI) pero esto es comprensible, dado que en la película pueden detectarse valores formales como una narración entrecortada, situaciones delirantes y personajes con una irresistible tendencia a la filosofía.

Olvidados quedaron films como el poético “Öndög” del chino Wang Quan’an (que planea su inminente debut en inglés sobre el tema del muro mexicano de Donald Trump), cuyo defecto sea tal vez ser similar en situaciones a su precedente, “La boda de Tuya”, premiado con el Oso de Oro en 2007, o el fuerte alegato contra el machismo de la macedonia Teona Strugar Mitevska en “Dios existe y se llama Petrunya” mientras “Tanto tiempo, hijo mío” de Wang Xiaoshai, verdadera revelación del último día del concurso del festival, sobre las tribulaciones de una pareja durante 50 años de historia china, debió conformarse con el (justiciero) Oso de Plata a las mejores actuaciones femenina y masculina.

En un festival que se ufanó de tener en concurso un tercio de mujeres entre los 18 directores candidatos a los Osos de Oro no mantuvo la misma proporción en los premios ya que solo las alemanas Nora Fingscheidt (que se crió en Argentina) y Angela Schanelec recibieron respectivamente el Alfred Bauer que recompensa al film que abra nuevas perspectivas (el mismo que había ganado Lucrecia Martel con su ópera prima “La ciénaga”) por “Contra toda regla de sistema” y el Oso de Plata a la mejor dirección por “Estaba en casa, pero”, olvidándose de la austríaca Marie Kreutzer por “El piso bajo mis pies” y de la macedonia Strugar Mitevska.