Si algo caracteriza al momento en que vivimos además de los problemas políticos y sociales, el autoritarismo con que las corporaciones imponen sus intereses, la inequidad y la falta de garantías constitucionales es la distancia abismal que existe entre la realidad y el discurso oficial. Los medios masivos de comunicación, convertidos en voceros del gobierno, en una suerte de esquizofrenia informativa, tratan de esconder la basura bajo la alfombra. Mientras el presidente y los integrantes de su gabinete afirman que el país está creciendo, la inflación disminuye y el empleo se multiplica, en el Estado los despidos se producen de a miles. 

Quienes dan las órdenes arrojan a los despedidos a la incertidumbre y a la desesperación y no parecen reparar en que no son sólo un número en una planilla Excel, en que detrás de ese número hay una persona, un rostro, una historia, una familia, un dolor. Tres artistas visuales, Vale Dranovsky, Andre Gaetano y Leandro Peredo, decidieron mostrar lo que se oculta detrás del número, de la estadística. El resultado de esa decisión quedó plasmado en Despedidos del Estado Nacional, una muestra que puede verse a partir de hoy, 21 de febrero y hasta el 14 de marzo en la Sala Raúl Loza en el Centro Cultural de la Cooperación. Vale Dranovsky dialogó con Tiempo Argentino y explicó cuál fue y cómo nació el proyecto que llevó a cabo con los dos otros artistas.

 -¿En qué consiste Despedidos? -A partir de lo que comenzó a suceder a fines de 2015 y principios de 2016 y del cambio de gobierno quisimos mostrar, desde nuestro lugar de artistas visuales, lo que estaba sucediendo con los despedidos del Estado que se siguen produciendo hasta el día de hoy. Queríamos aportar algo desde nuestra actividad de fotógrafos y videastas, mostrar lo que los medios no muestran y lo que el gobierno oculta o invisibiliza. 

-¿De qué forma lo llevaron a cabo?

-Lo que hicimos fue reunir gente de distintas oficinas, ministerios, secretarías. En esto tratamos de ser lo más amplios posible, por lo que tratamos de obtener testimonios de personas que pertenecieran a diferentes estratos del Estado. Las citábamos y les pedíamos que nos relataran su historia. Básicamente le preguntábamos su nombre y apellido, si habían estudiado y qué habían estudiado, cómo habían comenzado a trabajar en el Estado, cómo era su trabajo, de qué modo se desarrollaba la jornada laboral en el lugar en que habían trabajado, desde Aerolíneas Argentinas a Arsat, desde el Centro Cultural Néstor Kirchner al ministerio de Educación o de Econmía. Lo último que les preguntábamos era cómo había sido la situación de despido. De este modo reuníamos muchísimos testimonios. 

-¿De qué modo los registraban? 

– Los grabábamos en audio y los filmábamos. Luego, terminado esto, les hacíamos un retrato. En el momento de sacarles las fotos apretábamos play y reproducíamos su propio audio para retratarlos mientras ellos escuchaban su propio relato. 

-¿Cómo se organiza este material para ser expuesto en la muestra? 

-Desde hace varios días estamos haciendo el trabajo de montaje. Todo está realizado con pegatina porque la idea era no gastar un dineral en imprimir fondos o fotografías gigantes justamente porque estamos hablando de despidos, de gente que se quedó sin trabajo. Por eso, hicimos murales con fondos de marchas y con fotografías, todo pegado. Los murales son gigantes, miden 2,70 metros. Sobre esos murales montados están las imágenes de los despedidos, que también pegamos. Cada uno de ellos tiene un cartel colgado con su nombre, su apellido y la dependencia a la que pertenecía. Sus imágenes también son gigantes, superan el tamaño humano. En la sala suena constantemente el audio que reproduce lo que ellos contaron. Por eso, el espectador puede pararse frente a la imagen del despedido, frente a sus ojos, y escuchar su propia voz. Además, también tendrá la posibilidad de ver y escuchar el video de cada uno en un proyector. Habrá 13 testimonios.

 -¿Esta exposición ya se presentó en otro lado? 

-Sí, en Casa Gatica, que es un centro cultural y político. Allí estuvo expuesta durante un mes.

 -¿Qué fue lo que recogieron de esa experiencia? 

-Fue muy interesante. En primer lugar, los despedidos visitan la muestra y para ellos resulta gratificante el hecho de haber tenido la oportunidad de contar su historia, relatar quiénes son, cómo fue que los despidieron y el hecho de que haya un receptor interesado en escucharlos. Para nosotros siempre eso es muy importante y lo que hay que subrayar en todos los relatos es que ellos se sienten muy orgullosos del trabajo que realizaron en el Estado. Casi todos han trabajado alguna vez en el ámbito privado y dicen que en una empresa privada se cobran más sueldos, son menos las cuestiones burocráticas, pero que trabajando en el Estado sentían que le estaban devolviendo algo su país, que le estaban devolviendo algo a la gente, por lo que tenían una doble satisfacción: además de que lo que hacían les interesaban y les gustaba, sentían que estaban contribuyendo en algo con el país. Creo que eso hay que destacarlo. En segundo lugar, es muy interesante que la gente los escuche, que tenga la posibilidad de sentarse con ellos y de poder hablar cara a cara con ellos, además de escuchar los testimonios grabados. Esto tiene que ver con la visibilización de los despedidos, que era a lo que apuntábamos fundamentalmente. Queríamos mostrar que el número de despedidos es enorme, pero no quedarnos simplemente con la estadística, con el número, sino contar sus historias y las de sus familias, mostrar que todos los despedidos tienen bocas que alimentar, que a cada uno se les reformula la vida a partir del despido. Muchos contaban que en los trabajos en los que se presentaban no los querían tomar por haber trabajado en el Estado, porque en los medios lo que se escucha es que ellos eran ñoquis. Es terrible esta estigmatización. Entre los despedidos que dieron su testimonio hay una mujer que trabajaba en el Ministerio de Educación formando docentes a la que el despido le llega cuando se estaba por jubilar. Decía que nunca había imaginado que luego de todos los años en que había trabajado formando docentes un día iba a llegar a su trabajo y un policía no la iba a dejar entrar. 

-La nueva modalidad es que no sólo los despiden, sino que ni siquiera lo hacen a través de un telegrama. 

-Sí y nunca hay una justificación para el despido, como un trabajo mal hecho, por ejemplo. Un despedido nos contó que trabajaba en el área de Negocios e Inversiones de Fabricaciones Militares y que toda esa área se desarmó, lo que pone en evidencia que los negocios y las inversiones no les interesaban. La gente que integraba esa área estaba muy bien formada. La mitad había hecho un master afuera. Casi todos eran ingenieros industriales o economistas. Muchos de ellos, por su nivel de expertise,  luego del despido fueron contratados en otros países y pudieron reacomodarse, pero son personas que se pierden el país, que nos perdemos todos. Ellos constituyen una excepción porque por su profesión pudieron reubicarse, pero no es lo que sucede habitualmente, por lo que creo que lo hay que destacar no es el hecho de que se hayan reubicado, sino que su reubicación demuestra el grado de capacidad que tienen. 

-No son  ñoquis inútiles como se pretende hacer creer de toda persona que trabaja en el Estado. 

-Claro, ninguno responde a esa imagen. Una chica que había trabajado haciendo visitas guiadas en el CCK contó que nunca había tenido un trabajo en el que estuviera tan contenta como en ése. Sin embargo, cuando fue a buscar trabajo, el hecho de haber trabajado allí le jugó en contra, era un motivo para que la rechazaran. Tenía el estigma del ñoqui que imponen los medios de comunicación. Los despedidos quedan marcados por haber trabajado en el Estado. 

-Lo que ustedes muestran se opone al discurso oficial que propagaban el gobierno y los medios.

 -Sí, basta con ir al supermercado o al kiosco para darse cuenta de que el país no es el que se muestra en la tele. Lo que queremos señalar es justamente que los despedidos no son un número, que tienen una cara, una familia, una historia Por eso los mostramos en un tamaño que excede el de la figura humana, queremos mostrarlos como gigantes, dignificarlos como personas, mostrar sus rostros y decir sus nombres, escuchar sus relatos en sus propias voces y mirándolos a la cara.