Aún en estas latitudes gobernaban los virreyes españoles, cuando el galpón de ladrillos con techo de paja dedicado a las representaciones teatrales se incendió debido a los fuegos artificiales que se habían encendido cerca. Esto sucedió el 30 de noviembre de 1792. Junto con el tinglado ardió también el manuscrito de Siripo, de Manuel José de Lavardén. Lamentablemente, ese incendio parece haber signado de alguna manera la historia del teatro argentino.

Los incendios de teatros fueron varios y tuvieron distintos orígenes, pero hay uno que forma parte de la historia negra de la Argentina, porque no fue accidental, sino provocado. La madrugada del 6 de agosto de 1981, un comando paramilitar incendió el Teatro del Picadero. En 1980 había comenzado a gestarse lo que se constituyó en un verdadero suceso de resistencia cultural, Teatro Abierto. Se trató de un acto de resistencia en un momento en que resistir equivalía a jugarse la vida.

En mayo de 1981 Osvaldo Dragún hizo público el proyecto. En julio comenzaron a venderse los abonos para asistir a las funciones que tuvieron lugar entre el 28 de ese mes y el 5 de agosto en el Teatro del Picadero. El 6, el incendio arrasó con el teatro como una advertencia muy clara a los artífices del ciclo. Pero éstos, lejos de dejarse amedrentar, redoblaron la apuesta. Recibieron muchas muestras de solidaridad que protagonizaron desde Ernesto Sabato a Jorge Luis Borges quien, aunque en principio apoyó la dictadura, cambió luego de actitud ante la elocuencia de los hechos. También prestaron su apoyo, entre otros, Alejandro Romay, Ulises Petit de Murat y Adolfo Pérez Esquivel.  Las funciones se continuaron en el Teatro Tabarís, tradicionalmente dedicado al género de revista, y culminaron a fines de septiembre. Teatro Abierto constituyó un ejemplo de resistencia que marcó un hito en el teatro argentino.

Eclipsada por el G20 y en medio de una crisis general que involucra también a actores, dramaturgos, empresarios teatrales y todo aquel que tenga algo que ver con las tablas, la fecha parece tener menor repercusión que en otras ocasiones.

Hace poco, Pepe Soriano, un actor que es ícono del teatro nacional, describía la crisis por la que atraviesa el teatro en TeatroShow.com: «Por un lado, hay que remarcar la baja de espectadores, en la presente temporada de manera muy notoria, del 27 por ciento. Por otra parte, la escasez de dinero circulante determina que a las provincias se les presenta muy difícil llevar producciones porque, desde el costo de los pasajes hasta el pago luz, gas y alojamientos se fue por las nubes. En tanto, el teatro independiente tiene en Buenos Aires alrededor de 200 salas y tienen que hacer 3 o 4 espectáculos por día y, en este sentido, cabe señalar que los actores de cada propuesta trabajan un sólo día a la semana. Uno siempre dijo que en lo cuantitativo estaba lo cualitativo, en consecuencia, con esta dinámica se resiente la calidad. Por lo tanto, no es posible creer que un actor se hace de la nada. Se hace con el oficio, el tiempo, el estudio y el aprendizaje. Un actor para formarse necesita, a mi modesto entender, entre 20 y 25 años. Todos los días, sin embargo, surgen nuevos intérpretes pero esto se presenta, en términos tan perentorios, más como una suerte de entretenimiento personal que como una profesión acabada”.

Los incendios no impidieron que Buenos Aires se transformara en una de las capitales teatrales del mundo. A pesar de la crisis y de la situación política, el teatro resiste en todo el país. El Día Nacional del Teatro es una buena oportunidad para hacer memoria y para pensar el teatro como un espacio de resistencia cultural.