Partiendo de la localidad salteña de Campo Santo para recorrer el mundo, Dino Saluzzi consiguió llevar los paisajes de su tierra en las suelas de sus zapatos y, con su bandoneón, transformarlos en música. La música que ha llevado a casi todo el mundo  podrá ser disfrutada también en Buenos Aires los días 2, 3 y 4 de febrero, en Café Vinilo, Gorriti 3780, en donde ofrecerá tres únicos conciertos al frente del quinteto que completan Félix Saluzzi en clarinete y saxo, José María Saluzzi en guitarra, Matías Saluzzi en bajo y percusión y Jorge Savelón en percusión, además de su director, en bandoneón y composición. 

El bandoneonista, quien comenzó su carrera musical siguiendo los pasos del pionero del nuevo tango Astor Piazzolla, promovió desde la década de 1970 el aumento de las posibilidades expresivas del instrumento por medio de una infinidad de proyectos musicales que combinan jazz, música clásica, folklore argentino y tango. El mismo espíritu de vanguardia que condujo a Piazzolla se puede encontrar en la música de Saluzzi, al igual que un deseo similar de incorporar sonidos de todo el mundo sin dejar de conservar un sabor esencial de argentinidad. 

Antes de estas presentaciones Saluzzi realizó una gira europea donde brindó conciertos en trece ciudades de Alemania, Holanda, Suiza, Polonia, Estonia, Portugal y España, al frente de esta misma agrupación. En Café Vinilo, el quinteto presentará principalmente composiciones de su último disco, El valle de la infancia, publicado por el prestigioso sello alemán ECM, entre otras de su repertorio anterior y estrenos. 

«Se puede contar mucho con pocos elementos. La pieza no debe ser demasiado racional, tiene que rebosar de inocencia», afirma el músico, quien se permite utilizar estrategias de un compositor de bandas sonoras de películas, mezclando pinceladas de color local con capas sonoras tradicionales. Por este motivo, sus orquestaciones pueden, a veces, ser arrolladoras, y en otras oportunidades, cargadas de sutilezas. «Las formas evolucionan a pesar de la academia. Por ejemplo, la forma sonata hoy no es la misma que la de 1600. La sinfonía también cambió», comenta. «Con nuestra música tratamos de expresarnos a través de un formato de folklore evolucionado. A veces la gente improvisa sin saber de dónde viene la música. Y para innovar uno tiene que conocer perfectamente lo que está innovando, si no es un poco irresponsable», asegura. 

Con estas pautas y mediante la apelación a elementos que provienen de los géneros del noroeste argentino y del tango, consigue plasmar en sus partituras una sonoridad personal y a la vez universal, pero en la que se sigue reconociendo las características de sus raíces culturales. Saluzzi, que publicó casi una treintena de discos propios en sellos de América y Europa y grabó junto a artistas como Los Chalchaleros, León Gieco, Néstor Astarita, Al Di Meola, George Gruntz, Maria João, Rickie Lee Jones, Tomasz Stańko, Egberto Gismonti, Leandro Gato Barbieri o Charlie Haden, además de Horacio Lavandera, para quien escribió una serie de obras para piano solo, recibió en 2015 el premio Konex de Brillante. También son ampliamente recordados sus trabajos junto con la violonchelista Anja Lechner. Los dos trabajaron juntos anteriormente en la colaboración de Saluzzi con el Rosamunde Quartett, que quedó registrado en el álbum Kultrum (1998), y en un álbum en dúo, Ojos Negros (2007). 

«La música es un importante hecho educativo, que ayuda a crecer, a pesar de que algunos la toman por un burdo negocio o entretenimiento. Y pienso que es mejor persona aquella que se dedica a conocer, aún sin haber ido a la universidad. El conocimiento natural también es un trabajo», afirma el músico que continúa transitando el mundo llevando los paisajes de su tierra en las suelas de sus zapatos y, con su bandoneón, transformándolos en música.