Un nuevo caso de abuso policial contra un afroamericano reavivó el fuego en un país ya incendiado por los conflictos raciales. Las protestas por el asesinato de George Floyd persistían, cuando Jacob Blake recibió siete disparos delante de sus hijos. A diferencia de otras movilizaciones, que son absorbidas rápidamente por la necesidad de seguir adelante, las actuales perduran. Multitudes en todo el territorio se resisten a dejarlas morir. Pero la perseverancia no es el único factor distintivo.

Ni la segregación ni las protestas raciales son nuevas; y no obstante, algo cambió. El ex presidente, Barack Obama, aseguró que la gran diferencia con los incidentes desencadenados tras el asesinato de Martin Luther King en 1968, radicaba en que la indignación actual era transversal, en que se veía gente de todos colores marchar con el mismo reclamo. El hartazgo, que se respira como un aire denso, como la calma que antecede a un arrebato intenso y definitivo, revela que la lucha por la igualdad ya no se limita a los afroamericanos, ni a las minorías en general. Se percibe como un enfrentamiento cultural entre dos sociedades que compartían el mismo territorio con diferencias irreconciliables pero subyacentes, y ahora parece imposible que puedan convivir en paz.

Las grandes ciudades costeras, cultas y cosmopolitas, se fueron alejando cada vez más de las zonas rurales, encerradas en sí mismas; sin embargo, el factor determinante fue la tecnología. Las redes sociales no sólo contribuyen a la polarización mundial, con la divulgación de informaciones falsas y mensajes de odio, sino que también permiten la circulación de videos espontáneos que registran los abusos. La infinidad de testigos hace que la versión policial de los hechos ya no sea la definitiva. La lucha por la igualdad racial ya no depende de la experiencia personal de cada afroamericano humillado, porque el resto del país ya puede ver y sufrir la injusticia, la impotencia y la impunidad. Las grabaciones de una persona asfixiada, o de alguien al que le disparan por la espalda, genera la empatía de millones de espectadores, y deriva en la pérdida de credibilidad de las fuerzas de seguridad y del sistema judicial.

Las dos sociedades norteamericanas plantean cosmovisiones opuestas y se disputan los valores del país. Unos pelean por el EE UU blanco, protestante y anglosajón, envalentonados por un gobierno que los liberó de la vergüenza y el complejo para llamar abiertamente a una guerra racial; otros, por la igualdad, la diversidad, la democracia y el estado de derecho, en una batalla existencial que tendrá un capítulo fundamental en las elecciones de noviembre.