La obra dramática de Santiago Loza constituye una de las grandes revelaciones del teatro argentino en el siglo XXI. 

A diferencia de muchos dramaturgos nacionales, Loza opta por no autodirigirse y está abierto a las propuestas de directores muy diferentes. En una entrevista le preguntamos por ciertas constantes de su producción, y nos dijo: «Es más lo que me señalan que lo que puedo ver. Creo que las obras son amorosas, divertidas y tiernas, pero me dicen que duelen, se ríen un poco y después no. Me hablan de soledad y de locura. No puedo ver con claridad temas, no puedo escribir desde ahí. Trato de pelear con un tono poético que se me impone en la escritura, le doy batalla, lo confronto con lo coloquial. Puede que esa fricción entre cierta belleza en la forma y lo mundano sea una característica, pero no lo sé. Uno escribe en huida permanente de uno mismo». 

Loza tiene un estilo único, claramente reconocible, en el que son recurrentes la palabra monologal, los mundos femeninos, la visión de las personas «comunes», y especialmente una elaboración poética de la palabra coloquial.

Cada estreno de Loza es insoslayable y sus ediciones una contribución a la gran literatura dramática nacional. «