“La única forma de obtener una respuesta es seguir haciendo preguntas”, le dice el profesor cura a Massimo cuando de pequeño quería saber la respuesta sobre qué había antes del Big Bang, o antes de todo, porque aún no entendía cómo su madre había muerto de un día para otro cuando tenía 9 años. Y le aconseja defender su fe. Massimo parece defender su fe de preguntar, no tanto desde la pregunta directa sino desde la observación que permite armar la pregunta sin necesidad de formularla. Al menos eso se puede inferir de su posterior oficio como periodista, donde termina consagrándose como un ser valioso para su comunidad, precisamente por observar eso que el oficio periodístico ha sabido llevar a su máxima expresión en el esplendor del siglo XX: cuando su capacidad de asociación, el famoso “atar cabos” le permitía un análisis que lo ponía en el punto en el que podía unir la erudición con el saber popular.

 

El recorrido de Massimo, que no es otro que el mismo autor del libro autobiográfico original, Massimo Gramellini, es tomado por el siempre inquietante Marco Bellocchio (78 años el próximo 9 de noviembre), veterano director italiano de, entre otras, El diablo en el cuerpo, La hora de la religión, Sangre de mi sangre.

Si es verdad que siempre un film habla de su director, antes de porque sea personal, sino por lo contrario -su tono impersonal permite la empatía y la identificación del espectador-, en este caso parece poder entenderse la filmografía y las motivaciones hasta casi existenciales de Bellocchio a partir de esta película. Bellocchio no hace más que resaltar lo que los males del neoliberalismo llevó a un lugar de nostalgia aunque en su momento fueron denostados: la figura de la madre, la importancia de una pareja en su sentido de compañerismo en la igualdad del entendimiento, el mencionado periodismo como lugar de reflexión y posibilidad de entender la coyuntura, la religión como un espacio para entender la existencia más allá de la ideología. Todos valores que constituyeron a Bellocchio, y sobre todo a muchos grandes hombres y mujeres que hicieron del siglo XX un siglo de excepción.

La maestría de Bellocchio está, en primer lugar, en evitar convertir todo ese pasado en una retahíla nostálgica; luego, en un tono que invita a reconciliarse con todo eso desde otro lugar. No una reconciliación asociada al pedido de perdón acompañada de una demostración de arrepentimiento, sino de esas que se producen de modo orgánico cuando dos que se quisieron se alejan y vuelven a encontrarse en otro punto del camino. Esa trayectoria que cuenta en tiempos dislocados en cronología, permite percibir que el ahínco neoliberal por defenestrar el siglo XX hizo olvidar que con sus terribles males, también tuvo cosas altamente positivas que el afán revisionista suele llevarse puestas.

Dulces sueños (Fai bei sogni. Italia, 2016). Dirección: Marco Bellocchio. Con: Valerio Mastandrea, Bérénice Bejo, Fabrizio Gifuni, Guido Caprino, Linda Messerklinger, Ferdinando Vetere y Barbara Ronchi. Guión: Valia Santella, Edoardo Albinati y Marco Bellocchio, basado en la novela de Massimo Gramellini. 132 minutos. Apta para mayores de 13 años.