Iván Duque asume su mandato en Colombia con algunas huellas que quizás marquen los próximos cuatro años de gestión. La más evidente es que llega como el delfín obediente de Álvaro Uribe y muchos lo tildan como un Uribe2.0. Otra es que deberá enfrentar una fuerte oposición de izquierda -un dato inédito en la historia colombiana- que encarna su contendiente en el balotaje, Gustavo Petro, quien para el mismo día de su asunción organizó marchas en las principales plazas del país bajo la consigna «Por la vida y la paz», en reclamo por la ola de asesinatos de líderes sociales.

Es que los acuerdos con las FARC y las negociaciones que se desarrollan en Cuba con el otro grupo guerrillero, el ELN, son un difícil punto de inflexión en el futuro del país caribeño. Y en ese marco, las fuerzas paramilitares se desbocaron tras el triunfo de este abogado de 42 años y hubo más de 300 asesinatos en estos meses, a razón de un militante por día. Ese será uno de los primeros problemas a enfrentar en el corto plazo por Duque.

Lo anecdótico es que antes de jurar el cargo el presidente ya tuvo un entredicho con un sacerdote, y no por su culpa. El padre Jesús Hernán Orjuela había dicho en un programa de Caracol Televisión que lo habían llamado desde el flamante gobierno para exorcizar la Casa de Nariño, el palacio presidencial. «Me han pedido exorcizar los lugares donde van a estar nuestros futuros gobernantes»; se ufanó el hombre, conocido popularmente como Padre Chucho. A modo de broma, incluso, dijo que luego revelaría cuándos demonios encontró en su ceremonia.

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Pero la noticia causó tal revuelo que desde las cercanías del nuevo mandatario le pidieron que le bajara decibeles a la novedad. “Queridos hermanos de Colombia, quiero aclarar que ni el presidente, Iván Dique; ni la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, me han llamado a sacar demonios de la Casa de Nariño», dijo, presto, en un comunicado emitido en el mismo canal. Pero no alcanzó y ante las críticas en las redes sociales, recalcó:  «Lo vuelo a repetir, yo no he sido invitado a sacar demonios, no saco demonios, yo lo único que sé es llevar el amor de Dios».

Como sea, Duque primero dijo que no pensaba vivir en la residencia presidencial, sin especificar las razones, pero ahora parece dispuesto a seguir la tradición. Aunque es cierto que si no demonios o fantasmas, lo seguirá la sombra de Uribe al menos en sus primeros pasos como presidente. El líder de la derecha colombiana, a pesar de tener varias causas penales en su contra y estar en la mira de la Corte por apretar a testigos para que no declaren en su contra, mantiene un 70% de popularidad entre el electorado.

Con ese handicap, había logrado en 2010 que la ciudadanía votara al que pensaba como sucesor, Juan Manuel Santos. Pero su ex ministro de Defensa pronto se quitó ese lastre de encima y aceptó las reglas de juego que entonces imperaban en la región. En primer lugar, estableció amistad con el venezolano Hugo Chávez, propuso como secretario general de Unasur al ex presidente colombiano Ernesto Samper, y aceptó sentarse a dialogar con la guerrilla para pacificar al país luego de más de medio siglo de conflicto armado.

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Los tiempos son otros y Duque llega al gobierno con la promesa de abandonar definitivamente la organización regional, catalogando al gobierno bolivariano de dictadura y avanzando hacia mayores rispideces con sus vecinos. Una vuelta de tuerca sobre los dos mandatos de Santos, que por otro lado, nunca dejó de ser un presidente conservador. Solo que de otra hechura.

¿Quién es Duque? Dicen quienes lo conocen desde pequeño que siempre tuvo en mente llegar al máximo cargo electo en Colombia. Su madre es politóloga y su padre, gobernador de Antioquia y ministro de Minas y Energía de Andrés Pastrana, por tanto, desde chico tuvo relación con la política. Recibido de abogado en la Universidad Sergio Arboleda -un centro educativo privado y de orientación conservadora cristiana- hizo un máster en Derecho Internacional Económico en la Universidad de Georgetown.   

Pronto se ubicó en el Banco Interamericano de Desarrollo, desde donde negoció préstamos para Colombia, Ecuador y Perú por casi 13 mil millones de dólares en total. Su conocido Pastrana lo llevó al Ministerio de Hacienda. De allí pasó a ser asesor internacional de Uribe, quien le vio «uñas para guitarrero» y se propuso formarlo en las mañas de la política. Entró al Senado en una lista sábana, mientras se dedicaba a escribir. Con su firma salieron de imprenta en 2007 Pecados Monetarios, Maquiavelo en Colombia en 2010, y Efecto Naranja en 2015.

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En relación con los acuerdos con las FARC, Duque sigue la línea Uribe de cambiar algunas de las cláusulas firmadas por Santos y los líderes guerrilleros, entre ellas la de la justicia transicional, que debe establecer penas por delitos cometidos durante el conflicto. El detalle es que como parte de esos acuerdos -refrendados ante la ONU como garante del cumplimiento primero de la dejación de armas por parte de los combatientes rebeldes y luego del respeto a lo firmado por el estado colombiano- 10 ex comandantes tienen bancas en el Congreso Nacional.

En los otros ámbitos de su gobierno, para ir entendiendo cómo caerán las fichas de ahora en más, conviene revisar el gabinete que designó. Y lo primero que resalta es que de 16 ministros, 8 son mujeres. Pero lo más llamativo es que 12 son economistas o con títulos de administración de empresas.

Los hay que en anteriores gestiones beneficiaron a mineras o bancos y fueron denunciados por figurar en los Panamá Papers, como el titular de Hacienda Alberto Carrasquilla Guerrero, que ocupó el mismo cargo con Uribe. Otros, fueron feroces críticos de los acuerdos de paz, como el nuevo ministro de Defensa, Guillermo Botero.

El caso de Gloria María Borrero en Justicia y Derecho también es paradigmático: esta abogada especializada en Derecho Administrativo fue consultora del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y también de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID) un organismo utilizado por la CIA para operaciones encubiertas en todo el mundo.

En Salud y Protección Social, el nominado es el médico Juan Pablo Uribe, sin relación familiar con el ex presidente, quien en su currículum destaca como director de la Fundación Santa Fe, uno de los hospitales privados más grandes de Colombia. En Educación, en tanto, quedó María Victoria Angulo, economista y con un máster en la universidad privada Pompeu Fabra, de Barcelona, partidaria de profundizar vínculos entre los  sectores privados y públicos en esa área. Así, colectivos de educadores la acusaron por la concesión de 13 colegios públicos en Bogotá cuando fue secretaria de Educación del alcalde Antanas Mockus.