La oposición unida le propinó una durísima derrota política a la alianza Cambiemos con la media sanción a la reforma al Impuesto a las Ganancias. Todos los bloques no oficialistas, salvo la izquierda, no sólo rechazaron el dictamen del oficialismo sino que inmediatamente aprobaron el proyecto, originalmente del Frente para la Victoria, que acordaron modificar y que anunciaron durante la tarde del martes. Fueron 140 votos a favor y 87 en contra, las voluntades que junta el macrismo en Diputados. Hubo gritos, crisis de nervios, insultos, acusaciones de intento llevarse por delante el gobierno e incluso una que otra lágrima entre los legisladores de Cambiemos cuando vieron que su intento por frenar a la oposición se hacía añicos entre sus bancas. Ahora llega el turno del Senado

En rigor las derrotas del oficialismo fueron dos y eso dolió aún más. Y es que si bien los diputados de Cambiemos estaban convencidos de que la suerte de su dictamen era de la mala, tampoco jamás esperaron que todo se desarrollara de manera tan veloz. Sucedió que no sólo le rechazaron su iniciativa sino que por la fuerza de la cantidad de votos que sumó la oposición se aprobó el dictamen consensuado en una votación y sin debate.

El impedimento principal que tuvieron Emilio Monzó y Mario Negri para evitar lo que a esa altura ya era una profecía autocumplida, fue que desde la Rosada ordenaron no moverse un ápice del texto original que habían retocado apenas un poco. A partir de allí es que elucubraron una táctica de corto vuelo y mandaron a todos los diputados oficialistas a inscribirse en la lista de oradores. Creían que extender el debate hasta la madrugada iba a permitir que lo inevitable terminara por suceder. Pero hay diputados que, como el diablo, saben por diablo pero también por viejo y fue así que Graciela Camaño recurrió a una maniobra que se podría haber anticipado con el sólo hecho de conocer el reglamento de la Cámara.

Entre las posibilidades que tiene un legislador existe la de solicitar una moción de orden. Si se la pide hay que tener por lo menos la seguridad de que se puede ganar. Es verdad que también puede utilizarse políticamente para dejar asentada la postura del resto de los legisladores. En esta ocasión, Camaño sabía que contaba con los votos más que suficientes para imponer la moción. Esa decisión había sido acordada de antemano con el FPV y el BJ.

Según algunos diputados del massismo, la decisión de la moción se adelantó porque sabían que desde la Rosada se ejercía presión sobre los gobernadores para que tuerzan la voluntad general de los bloques opositores. Es probable que así ocurriese pero también es cierto que los mandatarios provinciales han sumado demasiadas frustraciones con el gobierno nacional como para acatar la orden que escuchaban desde el otro lado de la línea telefónica. El látigo y la billetera funciona cuando al castigo le sigue de manera concreta el pago y en estas últimas semanas la suspensión de las obras públicas, la demora o la escases de adelantos del Tesoro y el anuncio de la finalización de los beneficios que recibían los puertos patagónicos terminó por revelar a los gobernadores y dejaron a sus diputados votar el proyecto opositor.

El botón de muestra fue el caso del gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, quien pidió a sus diputados que respalden al oficialismo pero sólo uno acató la orden, el resto antes miró a José Manuel de la Sota, el patrón del peronismo de ese distrito, quien se inclinó por ser opositor y así terminaron votando. O el caso de Entre Ríos, cuyos diputados decidieron hacer oídos sordos al pedido de Gustavo Bordet, un mandatario demasiado aliado de Cambiemos.

Ante ese escenario fue que la moción de Camaño de dar por terminada la lista de oradores y llamar a votar se convertía en el primer cimbronazo de la noche. El oficialismo intentó resistir. Luciano Laspina, a la sazón presidente de la comisión de Presupuesto, atacó al kirchnerismo como ideólogo de esta maniobra y lo personalizó en Axel Kicillof al sostener que “se quieren llevar por delante al Gobierno nacional y a las provincias con una reforma que no hicieron en 12 años”. El objetivo del legislador macrista era el de golpear el ego de Sergio Massa, quien odia quedar a merced de una iniciativa del FPV. “Yo aprendo de mis errores”, confesó más tarde Massa e hizo caso omiso del ataque.

Como lo de Laspina no surtió efecto apareció la macrista Silvia Lospennato, quien abandonando el perfil Zen de la política, la emprendió a los gritos. Acusó a los bloques opositores de regresar al kirchnerismo. Se le rieron. Luego, sin bajar los decibeles, aseguró que “nos están cercenando la libertad de expresión. Son tiranos”. Los abucheos y carcajadas se multiplicaron por mil. El jefe del bloque Justicialista, Oscar Romero, no se aguantó y respondía las críticas macristas. “No voy a aceptar que nos digan que nos queremos llevar puesto al Gobierno. Cuando les dimos una mano en los momentos más complicados hablaban de gobernabilidad; hoy que estamos planteando una alternativa política para los trabajadores. Esto no es una cuestión de números, no es una cuestión de apriete, de si llamo a un gobernador o no lo llamo, si pongo el culo en la silla o no pongo el culo en la silla: venimos a hablar de una realidad que aqueja a los trabajadores”, afirmó.

El presidente del interbloque Cambiemos, el radical Mario Negri, intentó chicanear con un poco más de altura y les dijo que iba a tener que buscar una calculadora para saber cuál iba a ser el agujero fiscal que va a provocar este proyecto. El peronista del BJ, Sergio Ziliotto, le respondió también con ironía: “Es la misma calculadora que usa el ministro (de Hacienda Alfonso de) Prat Gay para decir que la inflación era del 25 por ciento y ya superó el 40 por ciento”.

Kicillof no respondió a los ataques y luego de explicar los detalles del proyecto indicó: “Hemos demostrado que cuando las medidas del Gobierno no son favorables al sector que representamos, podemos defender todos juntos los derechos de los trabajadores, de las provincias y del pueblo argentino”, señaló y garantizó que con el proyecto acordado con el resto de la oposición “el impuesto a las Ganancias va a alcanzar al 10% que más gana y va a reactivar el consumo”.

Monzó sabía que no tenía un plan B y mucho menos una puerta de escape. Entonces prefirió que todo se resuelva rápido y no extender el sufrimiento. Lo sabía desde que había participado en el retiro organizado por el presidente Mauricio Macri en Chapadmalal, cuando les anticipó que no había lugar para modificaciones y arreglos con la oposición. Eso le repitió a Massa cuando se encontró una hora antes de la conferencia de prensa donde la oposición anunció que había alcanzado un acuerdo.

El presidente de la Cámara Baja puso la mejor cara posible y ordenó votar la moción de Camaño. El oficialismo perdió por 149 a 87. Luego, cuando pasó el escándalo que hicieron sus compañeros de bloque, puso en consideración el dictamen de Cambiemos. Otra vez perdió porque su propuesta obtuvo 88 votos contra 144 y cuatro abstenciones. Entonces tuvo que llamar a votar el proyecto modificado de Kicillof que obtuvo 140 votos positivos contra 86 negativos y siete abstenciones. El oficialismo se quejó de que no conocían el texto propuesto por la oposición. Entonces se decidió leerlo para todos. Monzó dejó primero que dos de sus colaborarles lo hicieran pero después agarró el papel y comenzó a leerlo a una velocidad casi supersónica. Quería ponerle fin al padecer.

Cuando Monzó terminó la lectura habilitó la votación de todos los artículos en una operación. Algunos diputados del FPV que provienen de provincias mineras, como fue el caso de José Luis Gioja, anunciaron su abstención en el artículo que deja sin efecto la reducción de los derechos de exportaciones de las mineras. Eso no evitó que se aprobara por 141 votos positivos, 84 negativos y tres abstenciones. Monzó dio por finalizada la sesión diciendo que se daba traslado al Senado y de inmediato se escuchó la marcha peronista en el recinto.

Más allá de los gritos destemplados, chicanas e insultos de Cambiemos ante la derrota sufrida lo que dejó en claro esta sesión es la escasa lectura de la política por parte de las cabezas cercanas a Macri. Las sesiones en el período especial del Parlamento las define el Ejecutivo que, además, tiene la potestad de imponer la agenda. Se sobreentiende entonces que si hay un proyecto que tiene altas probabilidades de ser rechazado o no se le habilita posibilidad de negociación, entonces no se lo incorpora al menú de estas sesiones. Parece que los colaboradores más estrechos del Presidente actuaron como inexpertos en la política o tienen menos calle que Venecia.

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