Este año las mujeres han sido protagonistas en las calles. Se han movilizado en defensa de sus puestos de trabajo y por sus salarios, en contra de la violencia machista, de los femicidios y travesticidios, y han reclamado por el aborto legal. Las elecciones de 2017 han traído muchísimas mujeres en las listas y temas que hacen a la agenda de género de una manera abierta y novedosa. Sin embargo, estas cuestiones todavía aparecen como un tema separado de los demás, como un reclamo “de nicho” y no como parte de una mirada integral sobre las mujeres que necesita hoy la sociedad, y que se manifiesta en toda su magnitud en el mundo del trabajo.

En la Argentina, las mujeres ganan, en promedio, un 27% menos que los varones. Son las más afectadas por la desocupación: la tasa para ellas es del 10,2%, mientras que para los varones es del 8,5 por ciento. Entre las más jóvenes, en varias provincias el desempleo supera el 20 por ciento. Las mujeres realizan, además, el 76% del trabajo doméstico no remunerado. Respecto del remunerado, más de un tercio de ellas tiene trabajos no registrados. Y son mujeres siete de cada diez de las personas más pobres del país. Estos son sólo algunos de los datos que describen el panorama de desigualdad económica de género en la Argentina.

Una de las preguntas más frecuentes que surgen cuando se conoce alguno de estos indicadores tan negativos apunta a la razón detrás de la desigualdad. ¿Por qué las mujeres están más precarizadas? ¿Por qué son mayoría entre los puestos de trabajo con menores salarios y en los sectores más pobres? La respuesta no es simple, pero gran parte de esta situación se explica por las relaciones de género. 

El trabajo empieza por casa 

El tiempo que destinan mujeres y varones a las labores domésticas está desbalanceado: ellos dedican más tiempo a los trabajos pagos mientras ellas son quienes realizan las tareas no remuneradas del hogar, que van desde limpiar o cocinar, a cuidar a niñxs y adultos mayores o personas discapacitadas. Aunque estas labores domésticas son imprescindibles e ineludibles para que la sociedad funcione, suelen ser menos valoradas social y económicamente que el trabajo pago. ¿Qué suele responderse ante la pregunta:  “cuántas horas trabaja usted por día”? En general, nadie contabiliza dentro de las horas de trabajo el tiempo que se dedica a planificar la comida de la semana, lavar la ropa o ayudar a los hijos a hacer los deberes. Sin embargo, ese tiempo supone un promedio de 6,4 horas diarias dedicadas a estas rutinas (esto para las mujeres; para ellos significan tres horas menos). Ese trabajo doméstico cae en una especie de limbo, tanto para la teoría económica, las políticas públicas y las estadísticas como para nuestras propias ideas respecto de qué es y qué no es el trabajo. Su valor monetario sólo aparece cuando esas tareas son tercerizadas, sea en centros de cuidados (jardines maternales, geriátricos) o en un servicio particular (empleadas domésticas, enfermeras, niñeras).

Esta diferente relación con el trabajo doméstico es una de las mayores fuentes de la desigualdad entre varones y mujeres. Al ser ellas quienes más tiempo dedican al trabajo no remunerado disponen de menos tiempo para estudiar, formarse o trabajar fuera del hogar; o se ven obligadas a aceptar empleos más “flexibles”, es decir, precarizados y con bajos salarios, y en general, terminan enfrentándose a la realidad de una doble jornada laboral, porque desarrollan tareas dentro y fuera de la casa. Esta división sexual del trabajo agrava las circunstancias de las mujeres de bajos recursos y de aquellas que no tienen independencia económica, y que ante situaciones de violencia se ven limitadas para reaccionar.

¿Por qué es necesaria la perspectiva de género? 

Según un reciente informe de Unicef, la mitad de los y las adolescentes de la Argentina no termina la escuela secundaria. El documento especifica que las razones de esta deserción varían: en general, ellos lo hacen para empezar a trabajar; ellas, debido a un embarazo. Esto no sólo revela una deficiencia en las políticas de salud pública y educación, que no encaran responsablemente la problemática del embarazo adolescente, sino que también tiene incidencia en la desigualdad. La tasa de desocupación de las mujeres entre 14 y 29 años es del 20,1%, más del doble del promedio general del país. Desde un aspecto económico, el número muestra el impacto que tiene la tarea del cuidado de lxs hijxs en ese segmento de la población. El 67% de los mal llamados Ni-Ni (ni trabajan ni estudian) son jóvenes madres que sí trabajan, en sus hogares, haciendo tareas domésticas y de cuidado.

La legislación y las actuales políticas públicas reproducen la asimetría. Una licencia por paternidad de solo dos días excluye a los varones de toda responsabilidad, al tiempo que refuerza el rol de la mujer como la exclusiva encargada de esa tarea. Si no hay guarderías gratuitas o accesibles, el cuidado no sólo queda a cargo de la familia, sino que probablemente recae en la madre, que ve entonces fuertemenete condicionada su participación en el mercado laboral. En consecuencia, un hombre que no se ausentará tres meses por embarazo ni se quedará con su hijx ante una enfermedad, resulta más atractivo para las áreas de recursos humanos. 

Los varones no solamente ganan más dinero. También son mayoría en el sector más rico de la población. En contraste, las mujeres constituyen la mayor parte de la mitad de la población con menores ingresos. Y en los puestos no calificados, la brecha salarial es más profunda: ellas ganan apenas un 64,6% de lo que se les paga a los varones por tareas equivalentes. Pero las asimetrías en el mercado laboral también alcanzan a aquellas mujeres con educación secundaria, carrera universitaria y posgrados completos. Un estudio de la Unesco publicado este año sostiene que están más preparadas que los varones, y sin embargo  eso no se traduce en el acceso a los puestos directivos de las empresas. El porcentaje de mujeres con un cargo en los directorios de las compañías argentinas bajo el régimen de oferta pública es de apenas el 9,4%, según un informe de la Comisión Nacional de Valores. Las mujeres (casi) no dirigen cámaras empresariales o ministerios y están prácticamente ausentes en las cúpulas de los sindicatos. Les tocan espacios periféricos o que refuerzan las diferencias, como la Secretaría de la Mujer. 

Sin embargo, no basta sancionar una ley para solucionar las desigualdades más arraigadas. El ejemplo que pone de manifiesto la falta de perspectiva de género en el diseño y evaluación de políticas públicas, es el del personal de casas particulares. En este sector, las mujeres no sólo son mayoría (más del 95%). También es ésta la principal ocupación de las trabajadoras, por encima de actividades altamente feminizadas como la docencia o la enfermería. Estas mujeres sufren un alto grado de precarización e informalidad. En 2013, el Congreso aprobó una norma para regularizar el trabajo doméstico remunerado. Pero es difícil saber a ciencia cierta cuál ha sido la incidencia real del nuevo marco legal. Según la Unión del Personal Auxiliar de Casas Particulares, actualmente apenas el 36% de las personas que realizan estas tareas están registradas formalmente. La mala ejecución y pésima difusión del tema no alientan las mejoras. Algo similar sucede con el cupo trans, que aún espera ser reglamentado. 

Un abordaje integral de la situación de las mujeres en el escenario laboral requiere de la participación activa del Estado. La perspectiva de género debe estar presente en la planificación, ejecución y evaluación de las políticas públicas que impulsen la igualdad de oportunidades para mujeres y varones, y no solamente en aquellas áreas encabezadas con alguna palabra que refiera a la mujer. 

*Integrantes del colectivo Economía Femini(s)ta.

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