«Un sábado del mes de agosto, sales de tu casa vestido para jugar al tenis, con tu mujer. A medio cruzar el jardín, le dices que te olvidaste la raqueta dentro. Vuelves a buscarla, pero en vez de dirigirte al placar de la entrada, donde suele estar, bajas al sótano. Tu mujer no se da cuenta, se quedó afuera, es un lindo día, está disfrutando del sol. Unos segundos después, siente la descarga de un arma de fuego. Entra corriendo a la casa, grita tu nombre, nota que la puerta de la escalera que da al sótano está abierta, baja y te encuentra. Te pegaste un tiro en la cabeza con el fusil que habías preparado cuidadosamente».

Así comienza Suicidio (Eterna Cadencia), el libro en el que el escritor francés Édouard Levé narra la muerte que, en plena juventud, se autoinfligió su amigo íntimo. Levé le hace llegar un original a su editor, Paul Otchakovsky-Lorens quien lo llama poco después para comunicarle que publicará su libro y para fijar una cita. Pero el encuentro nunca se produjo. Tres días antes de la fecha prevista para la reunión, Levé se suicida. A diferencia de su amigo, no elige un arma de fuego, sino la horca.

Las razones por las que alguien se suicida siempre serán un misterio. Suele decirse que los suicidas se llevan esas razones a la tumba, lo que no es del todo cierto. Quizá, como dice el propio Levé, las razones que empujaron a su amigo a matarse, expuestas ante su círculo íntimo, resultarían banales. Ninguna explicación basta. Ninguna razón parece suficiente para tomar una determinación tan extrema. Ni siquiera el propio suicida, si tuviera la posibilidad de hacerlo, podría dar cuenta de las causas cabales de su acto, del mismo modo que Meursault, el personaje de El extranjero de Albert Camus no puede dar cuenta del asesinato de un hombre sino a través de frases banales. «¿Hay buenas razones para suicidarse? –se pregunta el propio Levé–. Las personas que te sobrevivieron se lo preguntaron, nunca encontrarán respuestas a esas preguntas».

Lo que sí es muy probable es que un suicida se sienta un extranjero, que no pueda compartir los diversos sentidos que el resto de los seres le otorgan a la vida porque él ha descubierto que no tiene ninguno y no tiene la fuerza suficiente para elaborar la ilusión contraria. Un suicida es quien asume que «la vida es una herida absurda» no como una expresión retórica o poética, sino como una verdad incontrastable.

Luego de concretarse la muerte de Levé, muchos escribieron la crónica de un suicidio anunciado del que habría dejado indicios a lo largo de su propia escritura. Pero el sentido de los actos o los dichos de una persona, igual que sucede con las frases, siempre es retrospectivo. Es necesario un punto final para que actos y palabras se conviertan en revelaciones. El propio libro anterior de Levé, Autorretrato (Eterna Cadencia) podría ser tomado como un indicio. «De adolescente creía –comienza diciendo– que La vida, instrucciones de uso me enseñaría a vivir (se refiere a un libro emblemático de George Perec) y Suicidio, instrucciones de uso, a morir». Pero los indicios van más allá de la literalidad. Admirador de Perec y, como él, de las listas, un género literario poco frecuentado fuera del ámbito doméstico, Autorretrato podría considerarse como un listado de frases sueltas cuyo sentido está dado por la contigüidad. Este retrato de artista no sigue un orden cronológico o temático, sino que las frases son tan arbitrarias como los hechos de una vida. Y en este punto la vida y la literatura se cruzan: ambas necesitan incluir esas frases sueltas en un relato mayor que les dé cierta coherencia. Levé lo logró en Autorretrato, pero quizá en su vida no haya conseguido que el sentido atravesara el sintagma para integrarse en un texto mayor y haya sido arrasado así por el sinsentido.

¿Hubiera sido el escritor de culto en que se convirtió de no haberse matado poco después de entregar al editor las páginas de Suicidio? Tampoco esta pregunta tiene respuesta. Curiosamente escrito en una segunda persona omnisciente, pone en boca de su amigo lo que quizá sean sus propias palabras. El libro tiene méritos propios, pero las circunstancias de la muerte de su autor no pueden considerarse ajenas al texto. Es probable que quienes llegan a él lo hagan impulsados más por su historia curiosa y trágica que por sus referencias literarias. Podría concluirse de este hecho que también en este punto vida y literatura se tocan, pero lo cierto es que su muerte misma y las circunstancias en que se produjo, tienen ribetes literarios. Aquellos que se matan a sí mismos dejan misterios más profundos que quienes son asesinados por mano ajena porque ningún detective logrará jamás desentrañar las razones de un autocrimen.

Levé fue escritor, fotógrafo y pintor. Nació en 1965 y murió en 2007, a los 42 años. El amigo del que habla en Suicidio tenía veinticinco.

En ambos la muerte devino hecho estético. «En arte, sacar es mejorar –dice Levé–. Desaparecer te ha fijado en una belleza negativa». Los dos lograron subvertir la dirección del tiempo: sus biografías comienzan por el final. «