Eduardo Cunha fue el personaje clave para el impeachment contra Dilma Rousseff. Porque como jefe de la Cámara de Diputados tenía la potestad de aceptar o rechazar cualquier pedido de juicio político. Y venía amenazando desde que la presidenta asumió su segundo mandato con abrir el cauce destituyente por razones personales pero también políticas: había denuncias por sus cuentas secretas en Suiza y además integra el sector más reaccionario de la dirigencia brasileña, aunque formaba parte del PMDB, el partido aliado al PT y que gobierna desde 2003. Ahora se rasga las vestiduras porque la prensa lo tomó de punto a raíz de sus veladas amenazas contra el presidente provisorio Michel Temer si no le salvaba el cuello y designó a un grupo de abogados que también representan a sus acusadores. 

La novela de Cunha es de larga data. Polémico y acomodaticio, presidió la Telerj, la empresa de telecomunicaciones del estado de Río de Janeiro, en el gobierno de Fernando Collor de Melo. Era 1991, y el hombre facilitó la excusa para la privatización al reducir sustancialmente las inversiones y encarar contrataciones onerosas. No duró mucho y en 1993, después de la destitución del presidente conservador, terminó envuelto en un escándalo por una sobrefacturación de más de 90 millones de dólares. También fue procesado por el caso PC Farías, otro personaje implicado en corrupción y por otro caso de irregularidades cuando fue secretario de Vivienda en el estado carioca. 

Volcado a los medios de comunicación, se hizo locutor en radios evangélicas, fe a la que había adherido por esos años, dentro de la Iglesia Universal del Reino de Dios. La influencia de Cunha y de ese sector religioso es tan fuerte que en la última elección los diputados pentecostales sumaron 75 bancas en un Congreso de 513 representantes. Esa es un arma fundamental para forzar decisiones en un Parlamento corrido a la derecha como el actual. 

Cuando avanzó la causa por corrupción en Petrobras salieron a la luz las cuentas de Cunha. Su argumento defensivo fue pueril: que no era dinero propio, que no sabía que lo tenía, que era de ingresos previos. Al mismo tiempo comenzó la tarea de demolición contra el PT, al que odiaba pero que aprovechó para ampliar sus negocios particulares. La amenaza de que podría bloquearle Temer cualquier iniciativa en la Legislatura si no frenaba las denuncias en su contra tenía ese mismo componente. Pero el 5 de mayo fue suspendido por sus propios colegas y ahora debe enfrentar los cargos que se le imputan en los tribunales. El mismo camino le espera a su esposa, la periodista Claudia Cordeiro Cruz, cotitular de las cuentas.

En su defensa, Cunha convocó a dos abogados de larga fama en los estrados brasileños, Antônio Sergio Pitombo y Fernanda Tórtima. Son los mismos que negociaron con la Fiscalía General la confesión de Sergio Machado, el ex titular de una empresa ligada a Petrobras que con sus “delaciones premiadas” viene haciendo caer uno a uno a los ministros de Temer. Para los críticos del increíble diputado, que cada vez son más, no es muy ético contratar a los mismos letrados de su acusador, de allí que se difundiera que había arreglado su delación esperando el premio de la absolución. 

Pitombo ya había estado relacionado con la iglesia Pare de Sufrir en 2010, cuando el líder de esa congregación, Edir Macedo, fue procesado con otros tres líderes religiosos por lavado de dinero en Estados Unidos. La congregación es dueña de una infinidad de medios en Brasil y esa fue la razón para la alianza del PT con los grupos evangélicos: tenían medios en los rincones más lejanos del país. Pero el ardid le terminó jugando en contra. Como sea, Macedo zafó de sus imputaciones y ahora, además, es propietario del 90% de las acciones de la Red Record de televisión, productora entre otros grandes éxitos, de la telenovela Moisés y los Diez Mandamientos. 

Los ataques contra Cunha por vincularse a los “abogados del diablo” lo incomodaron de tal manera que salió a defenderse por Twitter. “Nunca pregunté y nunca preguntaré al abogado que trabaja para mi quiénes son sus clientes y qué tipo de trabajo hacen con ellos”. “Si fueramos a tener que establecer que el abogado que participa de una delación no defiende a quien no participa, faltarían abogados en el mercado”. «