Cuando Omar Mateen ingresó con un fusil de asalto a la disco Pulse, en Orlando, y comenzó a desparramar ráfagas, es posible que no haya tenido idea del impacto que su gesto alucinado tendría en una de las mayores máquinas políticas del mundo: la campaña electoral estadounidense.

Omar Mir Seddique Mateen nació en Nueva York en el seno de una familia de origen afgano, en 1986. Su padre es un afgano de origen pashtun con antecedentes de apoyo al movimiento talibán. Así, un enorme rompecabezas se formó rápidamente de la mano de los sectores más conservadores alineados detrás de la candidatura presidencial de Donald Trump, y con una ayuda no menor de la mayoría de las redes de televisión.

Desató el temporal la información que revelaron las redes que Mateen había “jurado lealtad” al grupo radical Estado Islámico durante una llamada a la policía, que también habría reivindicado a los hermanos chechenos Dzhokhar y Tamerlan Tsarnaev, responsables por el atentado durante la maratón de Boston, en 2013.

Como en un guión bien ensayado, Trump volvió a defender su propuesta de vetar el ingreso de inmigrantes o refugiados musulmanes pasando por encima del hecho de que Mateen era ciudadano nacido y educado en Estados Unidos, y a continuación los legisladores más furibundos del partido Republicano volvieron a la carga contra el presidente Obama por su negativa a pronunciar la breve frase “radicalismo islámico”.

Fue necesario que el propio director del FBI, James Comey, y hasta Obama salieran al cruce de la avanzada xenófoba para admitir que no había ninguna evidencia de que Mateen haya tenido relación con el EI o con el frente Al Nusra, más allá del hecho de que haya nacido en una familia de fe musulmana. Pero aun así, Comey dejó deslizar que Mateen se habría “radicalizado” y Obama señaló que se había “autoradicalizado” por el consumo indiscriminado de la “propaganda” disponible en Internet. El relato del musulmán radicalizado que jura lealtad al EI estaba tan afincado que por casi medio día los sectores más conservadores de la prensa tuvieron enormes problemas de encajar en el rompecabezas el dato perturbador de que Mateen era un cliente conocido en la disco gay y que hasta era usuario de salas de chateo usadas por la comunidad gay del país.

El enérgico discurso de Obama al día siguiente fue interpretado como una respuesta a las propuestas xenófobas de Trump, aunque también un mensaje al reflejo condicionado de parte de la sociedad estadounidense de buscar el nexo con grupos como el EI, el frente Al Nusra, Hezbollah o cualquier otro, en casos protagonizados por desequilibrados que viven en un país donde no se puede abordar un avión con una botella de agua mineral pero donde cualquiera puede comprarse un rifle semiautomático de asalto en una tienda de armamentos. Además, los sectores más radicalmente antigay en EE UU no son los ligados a la comunidad musulmana sino al fundamentalismo cristiano.

Si de algo parece haber servido el abominable horror de Orlando es que diversos sectores del partido Repyublicano parecen haber alcanzado su límite de tolerancia con la candidatura de Trump, un millonario detestado por la conducción partidaria pero adorado por un electorado ultraconservador. Con su propuesta de expulsar 11 millones de inmigrantes ilegales y construir un muro en la frontera con México, Trump parece haber galvanizado el apoyo de los electores más conservadores a costo de perder los electores hispanos, y la insistencia en el veto al ingreso de musulmanes parece obtener un rédito semejante.

En respuesta, Hillary Clinton volvió a insistir en la necesidad de vetar el acceso a armas de asalto, pero en declaraciones a CNN hizo una clara concesión a los republicanos iracundos porque Obama se niega a hablar del “radicalismo islámico”. «En mi opinión, importa lo que hacemos más de lo que decimos. Importa que paramos a Bin Laden, no la forma en que lo hemos llamado”, dijo la favorita para las presidenciales de noviembre. «