La consultora internacional de recursos humanos Adecco realizó en la Argentina una encuesta sobre 1333 casos de donde se desprende que la abrumadora mayoría de los trabajadores padecen de malos hábitos a la hora del descanso. 

Diversos estudios concluyen que las personas necesitan dormir entre 7 y 8 horas diarias para mantener estándares de salud apropiados y rendir adecuadamente. Sin embargo, sólo el 15 por ciento de los encuestados admitió descansar esa cantidad de tiempo.

De este modo, más de la mitad de los trabajadores argentinos, el 52%, duerme entre 6 y 7 horas y otro 30% sólo descansa entre 5 y 6 horas. Un 4% lo hace incluso menos de 5 horas diarias.

El despertar, claro, está asociado al horario de ingreso al trabajo. Según la encuesta, el 29% entra a trabajar entre las 8 y las 9 de la mañana, un 28% entre las 7 y las 8, un 19% después de las 9, otro 18% entre las 6 y las 7, y sólo el 6% ingresa antes de las 6 de la mañana.

Para eso, el 36% se despierta entre las 6 y las 7 de la mañana, el 23% todavía más temprano, entre las 5 y las 6, el 20% entre las 7 y las 8, el 11% antes de las 5, el 7% entre las 8 y las 9 y sólo un 3% después de las 9.

En paralelo, un estudio del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, coincidió en el diagnóstico y agregó que existe una correlación entre el mal dormir y la situación socio económica. El relevamiento, realizado sobre 5636 adultos, destaca que la zona y el tipo de vivienda afectan la disponibilidad para dormir así como lo hace el nivel de ingreso. 

De hecho, mientras que el sector de ingresos medio –alto tiene un 12,5% de posibilidades de padecer trastornos del sueño, ese porcentaje se eleva hasta un 25% para la población con ingresos bajos. 

El estudio, según difundió el diario La Nación, fue profundizado con entrevistas de casos sobre sectores de la población con problemáticas de vivienda de donde surgió un incremento sensible en las malas condiciones del sueño. 

La muestra de 150 personas surgió de personas anotadas en lista de espera para programas de vivienda y se trataba de familias con ingresos por debajo de la línea de pobreza y viviendo en condiciones de hacinamiento. En líneas generales coincidieron en señalar que las dificultades para conciliar el sueño estaban asociadas a la precariedad de la vivienda (goteras, frío, humedad, ruidos molestos), la inseguridad y el temor a los robos y, especialmente, la falta de espacio para dormir.