Boca es un proyecto de equipo. Por momentos revela buenas intenciones, al rato cae en errores ridículos, cada tanto sorprende con acciones vistosas y muy seguido deja en claro su peligrosa escasez de ideas. Da la sensación de que es un equipo preparado para atacar, sin la pausa necesaria como para generar juego, pero con el vértigo suficiente como para molestar al adversario. Y al mismo tiempo deja flotando en el aire una clara fragilidad como conjunto que lo lleva a depender de la inspiración de sus individualidades. Por eso es un proyecto que con el tiempo puede salir bien o mal, más allá de los resultados.

Y acá Boca puede servir como ejemplo de la poca capacidad de análisis que existe en el mundo del fútbol. Con muy pocas horas de diferencia entre un partido y otro, Boca empató con Lanús y con Tigre. Jugó igual de mal y tuvo las mismas virtudes en los dos encuentros. Es más, contra Lanús mereció irse al entretiempo con una goleada en contra. Pero como el encuentro por la Copa Argentina después lo ganó por penales (y empujado por el resultado favorable que obtuvo contra Quilmes) parecía que era la hora de un nuevo dream team. En Victoria, en cambio, como el empate lo dejó lejos de la punta del campeonato volvió a aparecer el gesto adusto en las caras.

Ya es remanido y cansa aquel viejo axioma futbolero que muestra cómo se amplifica todo lo que pasa alrededor de esa camiseta azul y amarilla. Es cierto. Pero que se pase de la fiesta al velorio según qué importancia se le da al mismo resultado es peligroso. Sobre todo si el equipo muestra un nivel de juego tan similar cuando desata euforias como cuando provoca enojos. Guillermo Barros Schelotto, un jugador intuitivo que todavía no mostró un estilo definido en sus cuatro años como entrenador, debería poder parar la pelota y analizar sin que el resultado condicione sus palabras. Porque no mereció clasificarse contra Lanús pero se mostró eufórico porque sus jugadores acertaron más penales que los otros y con el mismo nivel de juego apareció su faceta autocrítica tras el empate agónico frente a Tigre. El y los jugadores, los hinchas, los dirigentes, los encargados de analizar… Todos.

Boca es un proyecto de equipo, entonces. Si afianza esa intención que se esboza por momentos de querer salir jugando desde el fondo, si Pablo Pérez logra ser el conductor de los ataques desde su nueva función de volante central, si a Centurión se le deja de nublar la vista para finalizar las jugadas, si los marcadores de punta consiguen ser más efectivos cuando pasan la mitad de la cancha, si Tevez vuelve a ser Tevez, si Benedetto se aleja un poco de los altibajos que lo caracterizan, si Zuqui empieza a manejar la pelota en lugar de correr por la punta… Boca está en condiciones de transformarse en un buen equipo. El problema es que todavía no lo logró y, encima, no es confiable en el fondo. Pero lo peor es que aún no está clara cuál es la idea de su entrenador. Guillermo Barros Schelotto, como Boca, sigue siendo una incógnita. Por más que los humores con que se toman los resultados lo hagan subir o bajar en la consideración del ambiente futbolero.