Una despedida siempre tiene consecuencias, tanto para los que parten como para quienes se quedan. Para el que se va se trata de la posibilidad de un salto hacia afuera de lo cotidiano, la perspectiva de una realidad distinta, de otros mundos. En cambio el que se queda no tiene más alternativa que acostumbrarse a la ausencia, esa sensación de permanente vacío que siempre llega acompañada de silencio. Cuando hace dos años el que partió fue el cantante y compositor británico David Bowie, estrella inextinguible del firmamento rockero y alienígena por adopción, la ausencia se sintió como nunca y pocas veces antes el silencio había sido tan triste. Algunos recordaron otras partidas, como las de Freddy, Michael o John, y eso ya era decir mucho. A ese silencio lo siguió una certeza: nunca más habría canciones nuevas que trajeran su voz inconfundible de regreso a los oídos de sus fieles y devotos seguidores, a quienes desde entonces apenas les queda el consuelo de sus discos cada vez más viejos. El 10 de enero de 2017 David Bowie se convirtió en una ausencia y, todavía peor, en un silencio que ya no tendrá fin.

¿Exagerado? No tanto. Es cierto que el dolor por la muerte de un artista nunca iguala al que se siente ante la pérdida de un ser querido y es mejor no comparar. Son otras cosas las que se pierden y a cada cual le corresponden sus propios ritos funerarios. Para ambos casos el único consuelo es la memoria, esa máquina de recuperar lo irrecuperable, capaz de desafiar a la muerte, a la ausencia y al silencio, y que siempre se abre como una puerta que nos permite seguir adelante. Pero la memoria necesita ser alimentada y para eso, en este caso, están los discos de Bowie, uno de los dos o tres músicos en la historia que parecen haberse probado todos los trajes del rock. Pero a partir de su muerte comenzaron a aparecer por todas partes otra clase de ayudamemorias: los libros. Biografías, autorizadas o desautorizadas; recopilaciones de entrevistas; análisis de su figura y de su obra, tanto la musical como la que marca su vínculo con el cine; recopilaciones de retratos y fotografías. Pero de entre todos ellos hay uno que se destaca por su originalidad y particular belleza, aunque en un principio su título no prometa demasiado.


...

Se trata de Bowie, una biografía, libro ilustrado que recorre la vida del brillante artista londinense desde su nacimiento, el 8 de enero de 1947, y termina un poco más allá de su muerte, ocurrida exactamente 69 años y dos días después. Con ilustraciones de una belleza naive realizadas por la artista española María Hesse y textos de su compatriota Fran Ruiz, que a partir de herramientas como la inocencia o la ternura convierte a la vida de Bowie en una historia para chicos. A través del libro van recorriendo la historia personal y artística del músico británico utilizando como guía una doble columna vertebral que por un lado atiende a los hitos de su vida privada y por el otro a los de su carrera artística. A ninguna de esas mitades les faltan atractivos.

Excéntrico y siempre dispuesto a llamar la atención, la vida de David Bowie parece haber sido pensada por un artista plástico. Hesse se aprovecha de esa condición, de ese carácter visual, y recorre cada unas de las etapas de la carrera del artista. Sus dibujos retratan a Bowie en cada una de sus encarnaciones y recrean una buena parte de las tapas de sus 28 discos. En paralelo Ruiz va desovillando el hilo vital de Bowie, disimulando detrás de oportunas fantasías algunos  de los detalles de una existencia que tiende al infinito. De esa manera el golpe de puño que le produjo el desprendimiento que convirtió a su ojo izquierdo en una obra de arte, se convierte en manos del biógrafo en el impacto de un meteorito. Un modesto gesto poético que luce bien en la historia de Bowie.


...

El libro llega antecedido por el éxito que Hesse tuvo con un trabajo anterior, una biografía ilustrada de Frida Khalo que vendió decenas de miles de ejemplares en todo el mundo. Es posible que esta nueva biografía sea capaz de replicar aquel suceso, pero eso no es lo importante. El verdadero valor de esta pieza de colección reside en su poder para rescatar de la ausencia y del silencio a aquel músico que en algún momento se rebautizó a sí mismo como Ziggy Stardust y en otro como Aladdin Sane, pero que cuando tuvo ganas volvió a llamarse David Bowie, que es el nombre con el que se quedará en la memoria de quienes no lo pueden olvidar. «