En un mes de diciembre de hace 20 años la avenida Santa Fe se vestía de fiesta con una nueva librería que no se parecía a ninguna otra que hubiera en el país, a pesar de que las librerías constituyen una de las características distintivas no solo de una de las arterias principales de la ciudad,  sino de todo el país que en total cuenta con unas 1200.

Este nuevo local pertenecía a la cadena de librerías El Ateneo del grupo Ilhsa que también es dueño de la cadena Yenny.

Ubicado en el número 1860 de la avenida mencionada, en el barrio de la Recoleta, tenía una característica que la hacía única: estaba construida en el cine y teatro Grand Splendid, donde también hubo en un tiempo un estudio de grabación.

Ese cine-teatro había sido fundado por el empresario austríaco Max Glücksmann en 1914. En la revista Caras y caretas del 29 de agosto de ese año la inauguración fue reseñada como la llegada de “un nuevo teatro-cinematógrafo digno por todos conceptos del lujo y el adelanto que caracterizan a nuestra gran metrópoli.”

Lo más novedoso en el proceso de puesta en valor es que la arquitectura del local fue respetada. La adaptación a su nueva función no implicó demoliciones que cambiaran su identidad, sino, por el contrario, un aprovechamiento total de su arquitectura de estilo ecléctico pensada para un lugar de espectáculos. Los lectores podían tomar las libros de sus lugares de exposición y leerlos en un palco o en el café instalado en el espacio en el que había estado el escenario. Mirando hacia arriba podía verse aún toda la maquinaria escenográfica.

La otra novedad era que, al igual que sucedía hacía tiempo en otras latitudes, la librería no era solo un despacho de libros, sino que le permitía a los lectores apoltronarse cómodamente en sus instalaciones para disfrutar de un buen libro. La cafetería no solo era un espacio de lectura, sino también un lugar de encuentro del que se podía disfrutar del mismo modo que en cualquier otro bar de Buenos Aires, pero con el valor agregado de estar en un espacio único.

Adolfo de Vincenzi, director general del Grupo Ilhsa S.A. le cuenta a Tiempo Argentino cómo se originó el proyecto de instalar una gran librería en un espacio tradicional pensado para una función muy distinta: “La idea de convertir el cine-teatro en librería surgió de una visita que hicimos cuando nos ofrecieron la propiedad y, por primera vez, a pesar de haber ido muchísimas veces antes a ver películas, pude ver el Grand Splendid con todas las luces prendidas. Recién ahí descubrí la majestuosidad del lugar. En ese momento me convencí de que una librería allí sería única y mágica.”

Una vez tomada la decisión de alojar allí un local de El Ateneo, tuvo lugar el proceso de restauración y puesta en valor. “La obra llevó 7 meses –cuenta Vincenzi- y costó 3.3 millones de dólares. Hicimos un gran trabajo de restauración, conservando todo lo original del lugar. Inclusive la nivelación del piso de la planta baja fue llevada a su estado original para que quedara como cuando el cin- teatro fue inaugurado.”

Lo que no pudo incorporarse al proyecto de la librería fue el estudio de grabación: “Estaba ubicado en un entrepiso justo encima del escenario. Cuando remodelamos la propiedad, ese estudio era ya un salón vacío que por su acceso muy complicado no se pudo habilitar para el público.”

Este estudio formó parte sustancial del teatro que fue construido por Max Glüksmann, dueño de una gran cadena de salas de cine  en Argentina y en Uruguay. Desde ellas se dedicó a organizar concursos musicales. En el estudio de grabación ubicado en el entrepiso del Grand Splendid grabarían Carlos Gardel, Azucena Maizani, Francisco Canaro y Roberto Firpo, entre otros artistas del tango. Muchos de los músicos que grababan en los estudios de Glückman –el del Grand Splendid no era el único- luego participaban en las presentaciones de algunas de las películas que se proyectaban en sus salas. El 5 de septiembre de 1926, en lo que hoy es una librería,  cantó Gardel, acompañado por los guitarristas Ricardo y Barbieri.

Luego de haber sido reciclado como librería,  el local fue visitado por porteños curiosos y con ganas de experimentar cómo era leer en el lugar que había sido ocupado por las butacas o tomar un café donde había estado el escenario.

El proyecto tenía una impronta que venía de Europa, donde desde hace mucho tiempo, se conservan viejos edificios, pero se los adapta a nuevas funciones con todas las comodidades de que se dispone en el momento actual. Muy pronto, el turismo internacional se sumó a las visitas frecuentes a esa librería sui generis. “El Ateneo Grand Splendid –observa Vincenzi- tuvo desde su inauguración hasta el presente una repercusión increíble. Hoy figura en todas las guías de turismo de Buenos Aires nacionales y extranjeras. En su momento fue una gran novedad para Buenos Aires, hoy es la librería más hermosa del mundo. Así fue proclamada por el periódico inglés The Guardian y por la revista National Geographic.”

Actualmente,  en el reciclado espacio fundado en 1914 y que hace 20 años fue convertido en librería, no solo se venden libros, sino también música, películas y se realizan presentaciones de libros y discos, cursos, lecturas y otras actividades culturales.