No para de llover en Ezeiza. Las nubes negras prometen quedarse. La cancha está embarrada y así no se puede jugar. Es cierto lo que dice Kevin Costner en la película La Bella y el Campeón: «En el béisbol a veces se gana, a veces se pierde y a veces llueve». Por eso, si sigue lloviendo en Ezeiza, se esfumará la posibilidad de ganar el Sudamericano y, por ende, se escapará la clasificación a los Panamericanos de Lima 2019. El rival, Brasil, se quedaría con ese lugar tan sólo por una carrera de diferencia. Pero los protagonistas no saben en ese momento lo que se está tramando en el estadio: familiares y amigos se juntaron desde las siete de la mañana para hacer lo imposible y mejorar el estado de la cancha. Y paró de llover. La épica fue en conjunto: cuatro horas más tarde de lo pautado, la Selección Argentina de Béisbol le ganó a Brasil por 7-1. Lo que pasa en las películas, pasa en la vida.

«Todo el béisbol nacional dejó diferencias de lado y se unió por nosotros  No podíamos creerlo: veíamos a dirigentes, familiares, novias, amigos y vecinos con las manos llenas de tierra, de polvo de ladrillo, con la ropa mojada y sucia desde muy temprano para que nosotros pudiéramos ganar nuestro lugar de la manera más justa. Fue épico», le cuenta a Tiempo Diego Echeverría, el lanzador más valioso de la final. Echeverría tiene 33 años. Nació en Dolores, provincia de Buenos Aires, pero vive en Salta, donde dirige al club Popeye. Además de jugador, es entrenador de pitcheo de la Selección. Lleva 20 años dedicado a un deporte que está lejos de ser popular pero que tiene su largo camino en estas tierras.

Los Gauchos, nombre que adquirieron como propio, ya que así los presentaban cada vez que competían en Centroamérica, sólo habían participado en los Panamericano gracias a las localías en Buenos Aires 1951 y en Mar del Plata 1995. La chance se escapó por poco en Brasil 2005 y 2015. Lograrlo por mérito propio era ahora.

«Lo merecíamos, diría que por una cuestión de vida. La mayoría que estamos en el seleccionado tenemos entre diez y 12 años con esta camiseta. Entrenamos y competimos juntos, estamos casados, tenemos hijos, trabajamos, estudiamos y a todo eso hay que sumarle la exigencia del alto rendimiento. Lo pongo en el primer escalón de mi carrera. Lo necesitábamos», explica Nicolás Arrube, el mejor jardinero derecho del Sudamericano. Junto a Echeverría, Arrube fue una de las piezas fundamentales del equipo nacional. 

Pero una de las claves para el momento actual del béisbol en la Argentina hay que buscarla en un hombre que llegó desde afuera: el entrenador colombiano Manuel Villa Ortega. Y se trató casi de una casualidad. Su arribo al país fue gracias a su esposa Betty, que hace cinco años encontró trabajo de enfermera en el sur del continente. Villa Ortega la siguió tiempo después y se puso a atender un maxikiosco. Lo hacía usando gorros de equipos de béisbol y los taxistas que paraban allí le decían que probara con ir a pedir trabajo a la Federación Argentina.

Aunque no pensaba en trabajar en el béisbol, Manny, como lo conocen, fue hasta el estadio de Ezeiza para hablar con el presidente de la Federación, Sergio Martín, que a la vez conocía a su par colombiano, Jimmy Char. Many dio clínicas para los jugadores, que se entusiasmaron con su experiencia. Así empezó como coach hasta manejar todas las categorías de la Selección, de mayores hasta a menores. 

La influencia de Manny también se nota hacia adentro del equipo que se clasificó a los Panamericanos. «Contar con él es maravilloso e importante para nosotros. Se expresa muy bien, se entiende lo que pretende de nosotros y nos da libertad de hacer lo que queramos. Genera confianza y brinda la seguridad que nos hace sentir muy bien, nos relaja el tener tanta buena onda», dice Arrube, el jardinero.

«Es una persona con mucho conocimiento y experiencia en el béisbol profesional, es más que importante su labor desde los entrenamientos, como también lo son los entrenadores de pitchers y todo el cuerpo técnico. Aprendemos todos los días con ellos”, dice Echeverría. Ahora se viene un nuevo desafío para la selección, en un deporte que los argentinos conocen más por las películas que por la cancha. Y que, sin embargo, crece.

Aunque lo parezca, Lima no queda tan lejos 

Todavía falta para los Juegos Panamericanos de Lima (del 26 de julio al 11 de agosto de 2019), pero los jugadores de la Selección Argentina de béisbol ya viven de cerca lo que se viene. Saben que se trata de una oportunidad única, un gran desafío, pero no sólo le apuestan al crecimiento sino que se le animan a un podio.

«Queremos hacer un buen papel. Fue mucho el esfuerzo que hicimos para llegar a este momento. Un podio no es algo imposible», dice el lanzador Arrube. Echeverría no ve la hora de salir a jugar: «En dos semanas calculo que empezaremos a entrenar con miras a Lima. Van a estar potencias como Estados Unidos, Canadá, Cuba, Dominicana. Y ahí vamos a estar también nosotros. Cualquier cosa puede pasar». Si bien la Selección está compuesta por jugadores que llegan a los 38 años, hay unos pocos que recién hacen sus primeros minutos en el equipo nacional.

«Es un torneo donde hay muchos scouts de las grandes ligas de todo el mundo y los chicos tendrán la chance de mostrarse», se ilusiona Echeverría.