El balotaje en Francia entre la ultra-derechista Marine Le Pen y el liberal Emmanuel Macron, contrariamente a las previsiones apocalípticas de las últimas semanas, ya logró reforzar el rumbo de la integración neoliberal europea. 

La tendencia ya se había vislumbrado luego de las elecciones en los Países Bajos. La extrema derecha de Geert Wilders, heredera de la tradición más xenófoba y antieuropea holandesa, mermó su influencia política en el continente, a pesar de haber logrado un muy buen segundo lugar. Y en esa ocasión, los primeros en festejar fueron los líderes de la Unión Europea, aliviados ante el freno que Holanda le puso al «populismo de derecha». La segunda vuelta en Francia debería ser para ellos un nuevo paso en esa dirección.

Le Pen, Wilders, al igual que Alternativa para Alemania, Vox en España, Matteo Salvini en Italia, y las derechas en el poder en Hungría y Polonia, son la principal y más fuerte oposición al actual proyecto europeo, en crisis desde el fracaso de la Constitución Europea hace ya más de una década.
En esa ocasión, fueron justamente los votantes de Francia y Holanda quienes rechazaron a través de un referéndum la carta magna continental, evidenciando una oposición social y popular al proyecto neoliberal europeo.  

La extrema derecha logró convertirse luego, y mal que nos pese, en la expresión de esa oposición social, aprovechando las insatisfacciones y los miedos que trajo la crisis financiera de 2008, y la incapacidad de la izquierda de capitalizar y organizar la bronca acumulada en la sociedad.
La mayor hazaña de este sector fue, hasta ahora, el Brexit. Sus resultados en elecciones políticas y administrativas no le han alcanzado –aún– para convertirse en una clara opción de poder en los diferentes países. Por el contrario, su influencia creciente en el electorado ha logrado un efecto muy curioso, que es la consolidación, por oposición o «resistencia» a las derechas, del maltrecho europeísmo liberal.

De ese efecto se ha nutrido el primer ministro holandés Mark Rutte, y es actualmente la principal carta ganadora de Macron. El juego es altamente peligroso. Para derrotar un proyecto fascista surgido del descontento social y la desocupación, los franceses están llamados a votar a un banquero que propone suprimir 120 mil empleos públicos, recortar los subsidios por desocupación y aumentar la edad jubilatoria. Lo mismo vale para el modelo Polder holandés, que resultó en un recorte social de 6000 millones de euros y flexibilización laboral, pero sin «populismo peligroso».

La extrema derecha europea se está convirtiendo en el caballo de Troya del neoliberalismo europeo, golpeado y desacreditado por donde sea, pero enarbolado como último bastión de la democracia y la integración. Un efecto que ha logrado inclusive reforzar acuerdos entre los líderes europeos, que pusieron de lado diferencias para hacer frente común e imponer condiciones durísimas al Reino Unido de cara al Brexit y escarmentar a los díscolos.

Pero sin un cambio profundo y real en la perspectiva social europea, sin un crecimiento real, y menos meteórico, de las izquierdas sociales, la derecha va a seguir acumulando consenso a pesar de los traspiés electorales. Y los europeístas liberales deberán entender que les es funcional solo si, al final, pierde.

* Analista internacional. Miembro del Instituto de Relaciones Internacionales de la UNLP.