Desde su aparición al conocimiento del público argentino con la uruguaya 25 Watts, Daniel Hendler llamó la atención por su rareza. Una rareza que no era extravagancia, sino uno forma de actuación que salía no sólo de los estereotipos sino de las características que suelen distinguir a los artistas; estaba fuera de los famosos “tipos” de actor. Como director presenta las mismas peculiaridades.

Su película arranca con ciertos lugares comunes que especialmente el cine independiente (de acá y del resto del mundo) atribuye a la política y los políticos: son pura cáscara, sólo les interesa ganar las elecciones, carecen de sensibilidad, son cínicos. Pero al mismo tiempo, aparece el primer sin embargo: el cinismo se deja entrever, no se manifiesta. Casi sin que se note la película vira hacia la exposición de las novedosas técnicas de construcción de imagen -que va desde las posiciones físicas con las que debe presentarse y hablar un candidato, hasta las palabras y su posición en las oraciones que deben usarse en slogans y discursos-, que la política adoptó en los últimos tiempos. En esa combinación, Hendler, sin voluntad ni a favor ni en contra, deja espacio suficiente para que el espectador asocie la gran composición que consigue Diego De Paula como el candidato, a Mauricio Macri. Ofrece elementos como ser un padre rico y empresario, se aloja en un chacra que sin ser majestuosa resulta imponente, una cadencia y dificultad en el habla que hay que modificar para convertirse en el candidato que quiere ser, y otra serie de detalles que aportan a esa sensación.

 

Desde ahí queda claro que el film tiene el sello del estilo de actuación de Hendler: transitar por una zona de la duda permanente; no se sabe bien qué quiere, cuáles serán sus reacciones, por qué está donde está, qué le molesta. Y sin embargo, siempre es totalmente claro.

Así lleva el film al territorio de la conspiración y la ingenuidad. El primero a partir de la siempre efectiva Ana Katz: por su condición de mujer primero, de pareja del director después, Katz es la posibilidad de la moral; ella representa antes que el deber ser, la esperanza de que los ideales formen parte de la política. La de la ingenuidad (que no llega a ser inocencia) a partir de Matías Singer, una especie de alter ego de esa faceta del director (que hay que recordar que actoralmente también es capaz de cierta malicia y cinismo), a la sazón hermano menor de Daniel Hendler y autor de la música original el film. Hendler maneja con gran destreza la capacidad narrativa que produce incorporar en el cuadro general un elemento que no encaja: la ingenuidad le abre el camino a la conspiración con el tono que busca el director, el de la levedad de una comedia de enredos pero sin perder el estilo y la estirpe, mucho menos la chaveta.

Con dos films como director, Hendler comienza a transitar el camino de los realizadores para recordar por siempre. Incluso detrás de la cámara ese estilo que tan bien supo cultivar como actor puede darle horizontes más prometedores que en la actuación -la reiteración de apariciones en pantalla puede llevar a que se lo vea “haciendo de sí mismo”-, en la construcción de un relato y la perspectiva de una narrativa puede dar gemas como El candidato, una película de alto contenido político sin serlo, de alta sensibilidad humana sin pretenderlo. Sólo poniéndose a ver cómo son las cosas desde una posición a la que casi nadie está acostumbrado, ese espacio que se deja libre por innumerables razones y que Hendler ocupa con la curiosidad casi adolescente del que dice: ¿qué se verá desde acá?

El candidato (Uruguay-Argentina/2017). Guion y dirección: Daniel Hendler. Con: Diego De Paula, Alan Sabbagh, Ana Katz, Verónica Llinás, César Troncoso, Fernando Amaral, José Luis Arias, Matías Singer y Roberto Suárez. 82 minutos.