«El carnaval –dice la escritora Luisa Valenzuela en Diario de máscaras– es un tiempo de transformaciones y transgresiones. De tirar todo por la borda y saber que en esos días fastos podemos llegar a ser quienes siempre quisimos. ¡Carne vale! Después vendrán los cuarenta días de ayuno. Pero por ahora la cocinera será reina y el ladrón, una piadosa monjita. Al menos allí donde quienes tienen la manija (Iglesia o Gobierno) entienden que el desahogo estacional es imprescindible para mantener la armonía.»
El teórico de la literatura Mijail Bajtin (1895- 1975) consideró, como lo hace Valenzuela en la primera parte del texto transcripto, que el carnaval subvierte el orden social al punto de darlo vuelta. Igual que lo dice Serrat en «Fiesta», «el prohombre y el villano bailan y se dan la mano sin importarles la facha». En consonancia con esta afirmación, Bajtin habla de la carnavalización de la literatura. Según afirma en La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento: el contexto de Francois Rabelais, «(durante el carnaval) se elaboraban formas especiales del lenguaje y de los ademanes, francas y sin constricciones, que abolían toda distancia entre los individuos en comunicación, liberados de las normas corrientes de la etiqueta y las reglas de conducta. Esto produjo el nacimiento de un lenguaje carnavalesco típico, del cual encontraremos numerosas muestras en Rabelais».
La carnavalización, entendida como subversión absoluta del orden, es una de las formas a través de las que el carnaval irrumpe en la literatura convertido en lenguaje transgresor, aunque Umberto Eco relativice la concepción de Bajtin al afirmar que «sin una ley instituida y tenida como válida, no hay carnaval posible»”
Pero la carnavalización no es el único modo de trasposición del carnaval a la letra escrita. Literatura de todas las épocas ha convertido el carnaval en tema. Y, en algunos casos, como en El libro del Buen Amor (siglo XIV) del Arcipreste de Hita, se utilizan los dos procedimientos a la vez. El texto pone en escena la batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma que se dirime a través del exceso alimentario y la sobriedad.
Don Ramón del Valle Inclán escribió una trilogía fiel a su estética esperpéntica a la que llamó Martes de Carnaval. Y podrían seguir las enumeraciones no sólo en la narrativa, sino también en la poesía. Según Bajtin el carnaval influyó en todos los géneros. Pero es mejor acercarse en tiempo y espacio.
Adolfo Bioy Casares convierte el carnaval en tema en su tercera novela El sueño de los héroes, considerada una de las mejores de la literatura argentina. De sesgo fantástico, fue publicada en 1954. En 1988, en una carta abierta a los lectores, la resume de la siguiente manera: «Durante los carnavales de 1927, Emilio Gauna, el protagonista de la presente novela, al cabo de tres días y tres noches de caminar por la ciudad, comer poco y beber mucho, en el abra del bosquecillo de un parque recuerda que tuvo una experiencia extraordinaria; no, la experiencia. Para los carnavales del 30, Gauna sale de nuevo. Pasará, en el mismo orden, por los mismos lugares, en la esperanza de recuperar al término de la experiencia, la revelación perdida. Intuye que habrá peligros, no sabe hasta qué punto es valiente y está dispuesto a averiguarlo». El final de Gauna es trágico.
«Con mucha suerte algún día seré alguno de mis libros. Ojalá El sueño de los héroes«, dijo Bioy en esa carta marcando su preferencia por esta novela. Sergio Renán la llevó al cine en 1997. «Era obvio –dijo en la larga entrevista realizada por Claudio D.Minghetti– que la filmación iba a ser muy difícil, con rodajes complicados como los que planteaba la recreación de dos corsos del ’27 y del ’30. La banda sonora de la película estuvo a cargo de Jaime Roos. El relato se cierra con la «Milonga de Gauna» que compuso para la ocasión.
En Presagio de Carnaval, Liliana Bodoc cuenta la historia de Sabino Colque, un vendedor de yuyos boliviano que en una noche de carnaval, enamorado de una mujer comprometida, cruza una línea prohibida y desata la tragedia. «El carnaval de San Pedro –relata Bodoc– ocupaba la calle principal y algunas laterales angostas y oscuras. Pero la fiesta duraba mucho más tiempo que todas esas calles, porque había empezado cuando el carnaval del mundo aún no terminaba. Y no alcanzaba a morir, cuando renacía».
La escritora brasileña Clarice Lispector escribió un cuento breve, Restos del carnaval, donde relata la primera participación en esa fiesta de una chica de 8 años en cuyo transcurso experimenta sensaciones opuestas, de la melancolía a la felicidad. «¿Y las máscaras? –recuerda el personaje–. Tenía miedo, pero era un miedo vital y necesario porque coincidía con la sospecha más profunda de que también el rostro humano era una especie de máscara».
Por eso, es posible que el reclamo que hace el tango, «Sacate el antifaz. Te quiero conocer», sea retórico. El carnaval es en febrero, pero las máscaras se usan todo el año.