La luz que Gabriela Michetti veía al final del túnel se apagó. Edenor le cortó el servicio por falta de pago. Los globos amarillos se desinflaron exhaustos: en la era de Cambiemos ni siquiera el aire fue gratis. El emprendimiento gubernamental de vender cápsulas con realidades suecas y suizas para meterse dentro se fundió. Los únicos que las compraron fueron los integrantes del gobierno. La lógica periodística que se impuso durante cuatro años se quebró. Imposible entender eso de «Macri perdió pero ganó». Las predicciones de los tarotistas televisivos del «no vuelven más» se depreciaron más que los salarios y las jubilaciones, lo que es decir mucho. Y, de pronto, como si el himno fuera un mandato más que un símbolo, los mortales comenzamos a oír el ruido de rotas cadenas: eran las rejas de Plaza de Mayo que le dejaban el terreno a sus verdaderos dueños, aunque cuatro años atrás el macrismo había comprado el país entero, llave en mano.

Durante esos años, los argentinos conocimos el lado B del «all inclusive»: en la vida diaria nos incluyeron la incertidumbre que Esteban Bullrich destacó como un valor; la angustia de no llegar a mitad de mes; los despidos; el hambre que, según Pichetto es un invento de los curas; las facturas impagables de los servicios «que estaban demasiado baratos»; los dormitorios a cielo abierto que algún medio consideró una «tendencia» de la moda y no un despojo y, por supuesto, también las metáforas náuticas para tratar de explicar lo que no se quiere explicar.

Es cierto que la metáfora no es propiedad exclusiva de la poesía, sino más bien una posibilidad que ofrece democráticamente el lenguaje para hablar de los temas más diversos. Pero es justo reconocer que a fuerza de metáforas náuticas terminaron por hundir el Titanic. No hay que minusvalorar jamás el valor performativo del lenguaje. ¿O acaso no es cierto que a la mayoría el agua nos llegó al cuello?

Fueron años oscuros. Sí, esta es también una forma metafórica de decir que fueron unos años de mierda, pero la imagen de la oscuridad parece la más adecuada, sobre todo si tomamos en cuenta que el expresidente llamó a apagar las luces, a no usar el aire acondicionado, a no prender la estufa, a vivir como en el siglo XIX. Durante su gobierno, en el mes de junio de este año, se produjo el mayor apagón de la historia de la Argentina y hasta tuvimos apagón para exportar porque también sufrieron las consecuencias algunas zonas de Uruguay, Paraguay y Brasil. El país se fue pareciendo cada vez más a los oscuros Caprichos de Goya. En tren de ahorrar, el oficialismo propuso apagar hasta el aura luminosa de los santos, las luciérnagas y todos los volúmenes de las Iluminaciones de Walter Benjamin. Pero las tarifas fueron más persuasivas que los discursos. Los argentinos anduvimos a oscuras y el macrismo gobernó a tientas. Afortunadamente, para el fomento del ahorro de electricidad, si bien los integrantes del gobierno anterior fueron muy vivos para los negocios, ninguno de ellos demostró tener demasiadas luces. Quizá porque con el regreso del peronismo comenzó el despilfarro, a pesar de las cuantiosas inversiones que las empresas deben haber hecho cobrándonos cifras siderales, ya se produjeron los primeros apagones del verano.

En la otra vereda, Alberto Fernández se dedicó a instalar la idea de que para salir del pozo en el que estamos es imprescindible encender el motor de la economía. Ya se sabe que, como decía Borges, los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles.

Pero ya antes de que el actual presidente llegara a la Rosada, algunos insubordinados encendieron luces por su cuenta. El 27 de octubre, cuando se tuvo la certeza de que el resultado de las PASO era irreversible, los trabajadores del edificio del ex Ministerio de Obras Públicas (MOP) devenido Ministerio de Desarrollo Social y Salud, decidieron apretar la tecla indicada y encender las luces del mural de Evita colocado en la fachada. Hasta prender la luz, a veces, puede convertirse en un hecho político.

La imagen de Eva concebida por el escultor Alejandro Marmo y Daniel Santoro y realizada por obreros de la industria en el marco del proyecto Arte en las Fábricas, volvió a brillar luego de cuatro años de oscuridad a que la condenó el gobierno de Cambiemos amparándose en el ahorro de energía.

El 12 de diciembre a las 20:25 «hora en que Eva Perón pasó a la inmortalidad», el mural quedó iluminado oficialmente a instancias de los ministros Ginés González García y Daniel Arroyo.

El calvario que sufrió el cuerpo de Eva luego de su muerte inspiró a Tomás Eloy Martínez la novela Santa Evita. Robado, desaparecido, enterrado y desenterrado, vulnerado, el cuerpo por fin fue restituido. Según parece, también su imagen fue considerada por el macrismo un botín de guerra. Quién sabe qué monstruos ocultos en el corazón de las tinieblas puede descubrir una mujer iluminada.