El repaso es concluyente: 15 años de carrera, seis discos de estudio y uno en vivo, un reconocido trabajo como productor –que incluye álbums de Liliana Herrero y Fabiana Cantilo–, premios varios –tres Gardel, un Konex y una nominación para los Grammy Latinos– y elogios de Sting y David Byrne. Se podría agregar –sólo en los últimos dos años– ocho Gran Rex, giras por España, Brasil y México, un Luna Park y, este sábado, el segundo de su carrera, a menos de un año del primero. La asociación entre números muy significativos y nombres notables siempre es efectiva. Pero puede esconder lo más importante: Lisandro Aristimuño creó un estilo de cantautor introspectivo –cruzado por el rock, el folklore y la electrónica, entre otras influencias– que casi se transformó en un subgénero, influenció a propios y ajenos, y adquirió dimensiones de estadio. Desde la autogestión y sin tribus que lo resguarden, en tiempos en los que parece que todo se achica y nada nuevo se asoma bajo el sol, el músico nacido en Viedma sigue creciendo.

El curioso caso de Lisandro Aristimuño se sostiene en una convicción sin fisuras. Para crear su música, para grabarla y para hacer realidad su deseo de llevarla a más y más gente. Cuando editó Azules turquesas (2004) nadie hubiera imaginado que llegaría tan lejos. Aristimuño asegura que entiende su vida a partir de una relación ineludible con la música: «Yo soy melómano. Es lo primero que soy y lo que nunca voy a dejar de ser. Si no hubiera tenido el oficio de cantante, compositor y productor, me hubiera relacionado con la música desde otro lugar. Es algo que me apasiona, de lo que jamás podría prescindir. Hubiera tenido un programa de radio, como de hecho tuve, o una disquería», revela.

–Lo de la disquería es un sueño premillennial.

–(Risas) Totalmente. Me acuerdo de que cuando era chico, en Viedma, me rateaba del colegio para ir a cebarle mate al flaco que laburaba en la disquería y mientras tanto escuchar música. ¡Qué emoción cuando llegaba una caja con vinilos nuevos! También hacía compilados a medida en cassette: «¿No escuchaste Talking Heads? Yo te grabo un cassette con lo mejor de David Byrne. Mirá que, como le pasa a cualquier hijo de vecino, no todos sus temas son perfectos. Pero yo te voy a mostrar lo más sublime». Los diálogos eran más o menos así (risas).

Eran tiempos que hoy pueden parecer absurdos. No existía la música por streaming, ni siquiera Internet. La radio era un faro fundamental para escuchar música. Grabar temas de las FM –cortados y hasta pisados– era una práctica cotidiana. En ese mundo también se fue formando el joven Aristimuño. «Desde entonces soy un gran admirador del rock argentino. Me encanta lo que sucedió musicalmente en nuestro país. Tuvimos grandes músicos y compositores: los admiro. Son como maestros. Y afortunadamente no sólo pasa con el rock. Intento que esos espíritus de libertad siempre me acompañen», puntualiza. Aristimuño tiene poco y nada de nostálgico. Es un ferviente practicante de las nuevas tecnologías y las vuelca en su vida y en su obra. Pero su pasión por la música lo lleva a recorrer las diversas formas de relacionarse con ella.

Por estos días la obsesión del rionegrino es su segundo desembarco en el Luna Park. Como suele ocurrir en estos casos, Aristimuño juega en el delgado equilibrio de anunciar y dejar espacio para las sorpresas: «Ya dimos por terminada la presentación del disco Constelaciones (2016) –aclara–. Por eso esta gira fue pensada como una especie de biografía. La idea es mostrar las diferentes facetas de mi música. El show tendrá una parte más folklórica o de fusión –convengamos que no hago estrictamente folklore–, otra será bastante electrónica y habrá un segmento más cercano al rock. La presentación tendrá la particularidad de que coincide con el cumpleaños de (Gustavo) Cerati, por eso vamos a hacer un homenaje con su música. Siempre lo admiré y seguí, así que va a ser un momento muy emotivo para mí. Seguramente tendremos invitados, pero por ahora no puedo adelantar más».

Memoria & balance

Un show pensado como una retrospectiva suele favorecer la introspección. Ya sea en forma más o menos consciente, la revisión de una carrera tiende a imponer espacios autoevaluatorios. Aristimuño asiente: «Repasar el material más alejado en el tiempo y llegar hasta hoy te dispara ciertos pensamientos. Pero diría que no tanto desde lo estrictamente musical. Con los años uno se pone más obsesivo y detallista. Pero escucho desde el primer CD hasta el último y me sigo sintiendo orgulloso. Creo que también tiene que ver con que tuve la suerte y la intuición de trabajar con personas muy talentosas que me ayudaron mucho. Desde lo personal registro todavía más los cambios. En las primeras canciones escucho al chico que llegó de Viedma y esperaba que lo robaran a los 5 minutos (risas). Desde Río Negro seguía los grandes medios y esto parecía la jungla. Con el tiempo encontré mis pequeños Viedma en Buenos Aires y ahora amo a esta ciudad. No podría ser de otra manera. Acá me enamoré y tuvimos una porteñita hermosa».

En marzo de este año Aristimuño teloneó en el Gran Rex a uno de sus ídolos: David Byrne. «Fue espectacular. Me sentí muy feliz con los temas que toqué, con el show que dio Byrne y con el hecho de compartir esa noche», señala. Que Aristimuño tocara con el ex Talking Heads no fue el resultado de una negociación de productoras. La relación entre los músicos tiene unos cuantos años, aunque comenzó de forma casi fortuita. «Estaba de gira en Europa y un día me llamó el dibujante Liniers para felicitarme porque David Byrne estaba pasando temas míos en su programa de radio –recuerda–. Quedé congelado: no lo podía creer». Esa simpatía musical devino en un intercambio recurrente de mails y –finalmente– en la invitación de Byrne para que Aristimuño abriera su último show en Buenos Aires: «Es una persona muy generosa. Hace rato construyó relaciones muy lindas con Diego Frenkel y Juana Molina. Es el tío que todos querríamos tener y, de paso, salir con él de gira».  

Aristimuño no se detiene. Mientras prepara lo que será su segundo show en el Luna Park, avanza en su próximo disco. «Para grabar Constelaciones cambié por primera vez toda mi banda. Trato de generar situaciones nuevas que me inquieten y que, de esa manera, me permitan llegar a resultados musicales distintos. Mis discos siempre tienen una idea general que une las canciones. Quizás sea el momento de liberarme un poco de ese esquema y ver a dónde me lleva cada composición. Tengo algunas ideas y quizás la grabación esté a la vuelta de la esquina», desliza. El cantante y compositor también tiene un proyecto con Raly Barrionuevo que bautizaron Hermano Hormiga. «Es algo que disfrutamos mucho –enfatiza–. Nos juntamos con nuestras guitarras y salimos a tocar por ciudades lejanas a las grandes luces de CABA. ¿Si vamos a grabar? Veremos. Tenemos ganas y, al mismo tiempo, nos gusta mucho la onda de una música que sólo se puede encontrar en vivo».