Se cumple un año de gobierno del Frente de Todos y abundan los balances.  Los hacen los dirigentes y también distintos sectores de la base electoral del oficialismo. Ocurre en las redes sociales, en reuniones de zoom, en los espacios que permite el maldito Covid-19. Florecen las críticas: que no se haya plasmado ningún cambio respecto del poder judicial, que no se haya podido avanzar en la distribución del ingreso, incluso que se haya retrocedido, entre otros tópicos.

Todos los planteos son legítimos. Forman parte de la agenda que la mayoría de los ciudadanos votó en 2019. El reclamo más indiscutible es el de los sectores que ya estaban golpeados por las políticas de Mauricio Macri y sobre los que cayó con más fuerza la bomba nuclear del Covid.

Néstor Kirchner tenía una frase: “En política hay veces que todas las opciones son malas y hay que elegir igual”. Esa frase de Néstor describe el escenario que planteó la pandemia. Las opciones son dos: lo malo o lo peor. No existe lo bueno. Es lo malo o lo peor en el frente sanitario. Es lo malo o lo peor en el frente socio-económico. Por eso es muy difícil que la base del ánimo social no sea la insatisfacción, y en los más postergados incluso la desesperación. Cuando el tiempo pase y permita mirar hacia atrás sin tanta angustia será más sencillo discernir si el gobierno logró lo malo y evitó lo peor en los frentes centrales, más allá de los errores que siempre hay.

Hay un punto que también ayuda a “pinchar” el ánimo de un sector de la base electoral oficialista. Puede parecer un detalle y no lo es. Tiene que ver con la comunicación. El Ejecutivo parece haber tenido la estrategia de destacar su rasgo dialoguista y minimizar otras medidas. Un ejemplo: cuando el presidente decidió ampliar la Asignación Universal por Hijo a un millón de niños, el anuncio se hizo desde la Quinta de Olivos en un acto sencillo. Solo estaban el jefe de Estado y la directora de Anses, Fernanda Raverta. En cambio, cuando la intención fue mostrar un gesto de unidad entre distintos sectores, poder económico, sindicatos, gobernadores, para conmemorar el 9 de julio, el despliegue fue de una enorme magnitud.

Pueden encontrarse estrategias de comunicación similares en otras medidas. Parece que la decisión fuera amplificar la búsqueda de consenso y nada más. Quizás sea parte del estilo elegido, pero colabora con debilitar la mística que necesita cualquier gestión que se proponga transformar, restaurar, y ampliar derechos para las mayorías. No se trata de tapar los actos o gestos de búsqueda de consenso, que también fue una promesa electoral, pero ¿por qué minimizar lo otro?

El riesgo para el debate interno es ser funcional a la operación de pinzas que impulsa la derecha que quiere desesperadamente que Alberto Fernández fracase. Es decir: crear el clima de que el gobierno no conforma a nadie. La derrota de Macri fue un terremoto inesperado para la derecha del continente y ayudó con otros procesos como el boliviano.

Desde el punto de vista de la construcción política, la clave es la frase de Juan Perón: todos con los pies dentro del plato. Puede haber debate, algunos incluso bizarros, como la obsesión de Sergio Berni, el rambo del superagente 86, por diferenciarse de Sabina Frederic. Sin embargo, si a la hora de la elección Berni y Frederic continúan en el mismo espacio político, el debate interno no habrá sido autodestructivo.

El mayor riesgo es juzgar al gobierno con el lente que propone la derecha. Cuando los medios del establishment y los dirigentes de Cambiemos hablan parece que la pandemia no hubiera existido y que ellos nunca hubiesen gobernado. Y hay críticas de sectores del Frente de Todos que recorren la misma tesitura. Se reclama por una cantidad de políticas que quedaron en segundo plano por la pandemia, que está provocando la crisis económica más importante que el planeta ha tenido en los últimos 100 años.  No se puede analizar al gobierno sin dimensionar lo que ocurrió este primer año. Quienes quieran ver desplegada la agenda que votaron en 2019 tendrán esa oportunidad, parcialmente, en 2021. Y quizás con más fuerza a partir de 2022, siempre y cuando el FDT logre revalidar el respaldo popular en las elecciones del año que viene.

El debate interno amplía una coalición de mayorías si no se traduce en ruptura en el momento electoral. Y si tiene siempre un ojo atento a la operación de pinzas, clásica estrategia de socavamiento de un gobierno. Esa operación hoy se produce cuando las críticas se hacen con el mirada que propone la derecha: hacer de cuenta que no hubo pandemia ni macrismo.