«Yo lo jugué de chico, en el colegio», es una de las frases más utilizadas entre los argentinos cuando el handball es tema de conversación. Normalmente, eso ocurre con las cercanías de Mundiales, Panamericanos o Juegos Olímpicos. Esta frase se hizo aun más habitual en los últimos años con el surgimiento de Los Gladiadores, que hicieron historia al competir por primera vez en dos Juegos Olímpicos consecutivos. A ellos se les sumaron las chicas, que también obtuvieron un lugar en la historia al dejar su marca en Río 2016. 

A tres días del comienzo de un nuevo Mundial masculino, con sede en Francia, el handball vuelve a estar en boca de todos pero con la sensación de que se trata de un deporte que aún no explotó del todo en el país: ¿cómo se hace para captar a más chicos de los colegios para que se inclinen al deporte que tiene arcos pero se juega con la mano? ¿Argentina llegó a su techo siendo un habitué en mundiales pero sin llegar a ser una potencia? ¿Se dejó pasar una chance única con el boom de Los Gladiadores (ayer perdieron 38 a 25 frente a España en uno de sus partidos preparatorios para el Mundial) o aun se está a tiempo de posicionar con fuerza al handball en los jóvenes? 

Como se dice dentro del ambiente del handball, en los últimos años este deporte en la Argentina en lugar de crecer, engordó: hay alrededor de 13.500 chicos federados en el área metropolitana y se calculan 30 mil en el país. De todas formas, es un deporte «nuevo». La Selección Argentina tiene vida desde hace 40 años: en los ’60 comenzó su formación, en los ’70 empezó a jugar ante rivales de jerarquía, en los ’80 empezó a tener presencia en competiciones internacionales, llegaron los Mundiales en los ’90 y el crecimiento fuerte con el éxodo a países como España e Italia para generar roce internacional. Ya en 2000 se pasó de las fotos con las figuras europeas a competir con ellas y aparecieron los podios continentales, producto de ese roce. 

Hoy, la Selección Nacional, que recibió el mote de Los Gladiadores tras vencer a Brasil en la final de los Panamericanos de Guadalajara, es capaz de darles más de un susto a las potencias como Dinamarca o Serbia. Tal vez de diez partidos le puedan ganar uno o dos, pero la sensación es de que se puede, tal como quedó demostrado en Río 2016. Salvo a Francia, que parecen extraterrestes. 

El handball como deporte escolar se instaló en Alemania en los ’60. Los profesores de educación física de ese país vieron que con esa actividad podían formar físicamente a los chicos en todos sus aspectos. Sin dudas que el handball es un deporte completo. Eso se expandió al resto de Europa y más tarde, a los satélites, donde también aparece la Argentina, donde se llegó a enseñar en profesorados de educación física para que luego recalara en escuelas públicas.

 Estructuralmente, la Argentina sigue siendo un deporte escolar con un torneo local con mucho por crecer, pero hace poco se creó el ProHand, un programa que busca y recluta jugadores en todo el país. La búsqueda se extiende a jóvenes de más de 1,90 metros de altura y que muestren condiciones de competir a nivel internacional con centros que se encuentran en todo el territorio. Este es un programa que aún tiene que mostrar el resultado. 

¿El techo? Imposible de saber, pero el primer paso ya se dio con Los Gladiadores. La sensación es que Argentina todavía está lejos de lograr un podio importante, pero que aún tiene mucho por dar, todavía con un pendiente en estructura y con ese tan ansiado salto a la élite. 

La chance de seguir avanzando la tiene el equipo dirigido por Eduardo Gallardo y liderado por Diego Simonet (entre los diez mejores jugadores del mundo), que desde este miércoles volverá a estar en un Mundial. La Argentina comparte el grupo D junto a Qatar, Dinamarca (con la que debuta el viernes), Suecia, Egipto y Bahrein. El objetivo: clasificar a la siguiente fase como segundo o tercero de la zona. ¿Después? Seguir creciendo. «