Si el espejo es España, si el modelo a seguir es La Liga, Sevilla acaba de entregar una muestra. El club andaluz actuó como lo que es: una empresa, una sociedad anónima deportiva que resolvió echar a un trabajador, Eduardo Berizzo, afectado por una enfermedad grave. Más allá de cualquier evaluación deportiva, Berizzo atraviesa una rehabilitación contra el cáncer de próstata que le diagnosticaron en noviembre, una situación conocida por el Consejo de Administración que lo despidió dos días antes de la Navidad. 

A Berizzo aún le quedaban dos años de contrato. Estaba de vacaciones junto a su familia en Madrid cuando se enteró. Los médicos le recomendaron que evitara viajar en avión rumbo a Argentina por los cambios de presión. “Voy a ir, sí, como pueda. Voy a ir por tierra», dijo Berizzo antes de recorrer 900 kilómetros hasta San Sebastián donde dirigió el segundo partido después de la operación. Perdió 3 a 1 ante Real Sociedad, su cuarta derrota seguida, su última imagen en el Sevilla. No es la primera vez que ocurre un caso similar. Newcastle también despidió a Jonás Gutiérrez luego de que se le detectaran cáncer de testículo. Gutiérrez peleó sus derechos en la justicia. Y los ganó. El uruguayo Sebastián Ariosa se quedó sin trabajo y sin cobertura médica cuando Olimpia lo echó mientras se trataba un cáncer de mediastino. Logró curarse, el TAS condenó a Olimpia a pagarle un resarcimiento y volvió a jugar, como Gutiérrez. 

«Por los malos resultados», explicó el comunicado de Sevilla, quinto en La Liga y en octavos en la Champions, sobre el despido de Berizzo. «El fútbol es así», agregó el presidente José Castro. Así funciona el fútbol-negocio.