–¿Y? ¿Cómo está tu hermano? –pregunta Walter Sosa, parado en la puerta del gimnasio de boxeo Honor y Patria de Villa Hidalgo, San Martín.  

–Tiene un tiro en el pecho y otro en el estómago –responde el niño en edad de escuela primaria que camina por la calle Charlone con el billete de 100 pesos arrugado en una mano.

La noticia: el adolescente baleado vendía droga en una esquina y discutió con el «dueño» de otra esquina del barrio. Los dos terminaron en terapia intensiva. En San Martín, se sabe, las discusiones jamás terminan bien.

«El problema –dice Sosa– es que la violencia se traslada a los colegios. Acá tenés dos escuelas y escuchás a nenes que le dicen a otros: ‘Tu hermano es transa y el mío es chorro’. La guerra de familias empieza en la calle, pero sigue en todos los ámbitos.» 

Sosa trabajó en Estados Unidos en el gimnasio del mexicano Robert García, uno de los mejores entrenadores del mundo, el hombre que tuvo en sus manos a Marcos «Chino» Maidana, que llegó a practicar en el Honor y Patria. Después de esa experiencia, Sosa volvió a trabajar en Villa Hidalgo. Pero antes hubo una historia. Por eso, Sosa sabe lo que es la violencia. Se crió en este barrio, en el fondo del municipio que supo ser la Capital Provincial de la Industria y hoy es uno de los territorios más complejos respecto del narcomenudeo en territorio bonaerense. San Martín es Araceli Fulles. Es Melina Romero. Es Candela Sol Rodríguez. También es Mameluco, El Rengo, Los Gardelitos. Es la narcopolicía y los ajustes de cuentas de los que nadie se entera. Fue Rosario, dicen, antes que Rosario.  

A los 13 años, Sosa se fue de la casa de su madre. Pasaba todas las tardes en el pool de su padre, en la villa pegada al Camino de Buen Ayre. Pungas y cañeros conversaban sobre sus robos hasta la madrugada. Después, los que podían, iban a dormir. Cuando despertaban, algunos trabajaban en trenes y subtes porteños. Otros, como su padre, gastaban su poco dinero en los «burros de San Isidro».  

A los 17, tuvo su recorrida de quiniela. Después fue recolector de basura en San Isidro y caminó por la cornisa durante un tiempo. Hoy tiene 43 y cuatro hijos. Tres varones, boxeadores por supuesto, y una joven que estudia Psicología. Su hermano, sus tíos están presos. Sus amigos de infancia, muertos. Hoy, nada queda de aquel pool de hampones y derrotados. Las calles del barrio tienen otro lenguaje. 

«El pool de mi viejo era el punto de encuentro en Villa Hidalgo. Antes –recuerda– había delincuentes. Hace años que se escucha otra calidad de gente. Siempre hubo pobreza pero como ahora, nunca. Y la violencia creció.»

Mantenerse fuera de la vida bandolera no resultó fácil. Pero Sosa siempre supo que ese camino no era el suyo. 

«Me crié como pude en ese contexto. Dios me habrá puesto en este camino pero siempre supe elegir. Haber crecido entre delincuentes me enseñó que vivir en cana, no es negocio.» 

El boxeo le cambió la vida. Prefiere hablar de talento y no de suerte para describir su camino. No es soberbia y, si es, no se nota. Sin haber pisado un ring como boxeador, Sosa se sumó en 2003 al gimnasio de sus amigos Martín «Pileta» Rodríguez y Cristian «Maravilla» Rodríguez. Allí comenzó a entrenar Marcos «Chino» Maidana, primo de Pileta. 

«Aprendí de Maravilla Rodríguez. Después, cuando fui afuera, aprendí de Robert.»

Robert es García, elegido como mejor entrenador de boxeo del mundo en 2013 y preparador, entre otros, de Marcos «Chino» Maidana en los históricos combates frente a Floyd Mayweather en La Vegas. 

–¿Cómo lo conoció a Maidana? 

–De amateur. Se entrenaba acá en Honor y Patria. A través de él, llega la promotora que se lleva a su hermano Fabián, a Jesús Cuéllar y a mi hijo Damián. Viajamos a Oxnard, era mi primera vez en avión.

–¿Encontró mucha diferencia con el boxeo argentino?

–En estructura, acá en Buenos Aires debe haber gimnasios más lindos que el de Robert. Pero sin desmerecer a nadie, como escuela, en Argentina no hay gimnasio como ese. Acá hay herramientas pero nadie invierte. El promotor acá te pichulea la plata y no le importa si comes o no comes. Allá arman equipos.

–¿Qué sintió al entrar Al MGM de Las Vegas?

–Fue como jugar un Mundial de fútbol. Apenas entré a la suite y fui al baño, descubrí que había una banda de canillas. Y pensé en mi casa, en el techo de chapa donde vivimos con mi familia.

–¿Cómo fue su relación con García? 

–Todos los días te enseña algo nuevo. El primer día que entré, me llamó Robert y me dijo: «Tenés que aprender a vendar.» A partir de ese momento, todos los días, vendaba a 20 peleadores. Así un mes. No agarré una manopla. Le debo mucho a la familia García. Ellos pasaron muchas circunstancias parecidas a la mía. El padre inmigrante, tuvo que cruzar la frontera y juntó fresas para vivir. Saben lo que es la pobreza. 

En 2012, el Chino Maidana noqueó al mexicano Ángel Martínez en una pelea por el título Intercontinental AMB de los welters celebrada en el Luna Park. En su esquina, estuvo García. El mexicano no perdió la oportunidad y visitó el gimnasio Honor y Patria.

«El tiene dos ring en el gimnasio y nosotros acá guanteamos en el piso. Es un gimnasio pobre pero sacamos campeones argentinos. Robert es un gran estratega. Si te dice ‘es por acá’, andá por ahí que da resultados. Siempre dice hay que tener dos estrategias para una pelea.

Sosa, el que pasó de bañarse en la laguna de agua mezclada con los químicos de las plantas recicladoras de Villa Hidalgo al sol de las playas de Malibu, jamás olvidó su origen. Ahora, además de entrenar a boxeadores y darles un espacio para que duerman y se alimenten, da clases de boxeo dos veces por semana en la Unidad Nº 46 de San Martín. No cobra un peso por enseñar dentro de la cárcel. Sabe que ese lugar es el destino de muchos vecinos suyos.

«Empecé a dar clases en la cárcel porque me lo pidió un boxeador que conocía de la calle. Después encontré amigos del barrio. De mi casa a la cárcel hay diez cuadras. Al basural, un par más. Ese es el destino de los pibes de mi barrio.»