«El amor es lo que nos mueve, estamos aquí por amor al pueblo», dice la Comandanta Amanda Izquierdo al mismo tiempo que nos muestra su remera blanca con un logo que dice “Sí a la paz”.

Estamos sobre la Cordillera de los Andes, a seis horas en auto de Cali, rodeados de campos de coca y café, en el campamento Bloque Occidental Comandante Alfonso Cano que alberga a guerrilleros de cinco frentes de las FARC. A la espera de que se implemente el acuerdo de paz definitivo con el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos. 

«La guerra es una necesidad que nos impusieron pero que queremos dejar atrás», dice la comandanta Amanda. Una necesidad que ha causado 9 millones de desplazados, 250 mil muertes y 35 mil desaparecidos. Amanda nos cuenta que, históricamente, la desmovilización de la guerrilla en Colombia siempre fue seguida de persecución y masacre para los desmovilizados. La última vez, en los ’80, 5000 militantes de la Unión Patriótica fueron asesinados por grupos paramilitares, la quinta columna del ejército colombiano. ¿Cómo pensar la paz cuando la historia confirma que dejar las armas significa firmar una sentencia de muerte? Esa pregunta nos guía al filmar (1), porque es la pregunta que los acucia a ellos. Pero esto lo sabremos más adelante. Por ahora queremos filmar a los que luchan arma en mano, de igual a igual, en el día a día de la espera, de la ansiedad para ponernos en sus zapatos». 

Amanda estudiaba Filosofía y era líder universitaria en Bogotá cuando los paramilitares la amenazaron por su actividad política. Entrar a la guerrilla fue para ella una forma de garantizar que no la mataran. Se curtió en la selva y perdió a su compañero en combate. Hoy se apasiona cuando habla de la naturaleza y del rol de las mujeres en la revolución. «Nuestra labor es ser las agentes de cambio que realmente incidan en las diferentes políticas y que estén a la cabeza de los movimientos sociales», dice mientras vemos a decenas de guerrilleras entrar al aula comunitaria para debatir la prohibición de tener hijos que el fin de la guerra va desmaterializando.

Juan José Viya, francotirador de las FARC, está listo para militar en política una vez refrendados los acuerdos. Su inmediatez y locuacidad le garantizan un rol protagónico en el film. «Ser guerrillero es un honor, ser revolucionario aun más», explica a cámara, mientras limpia su fusil. Luego nos lleva bajo el húmedo techo selvático que filtra el sol al lugar donde lo sorprendió el ejército por última vez, hace un año. «Si todo va bien, en seis meses nos convertimos en partido político. Cambio este rifle por las palabras», dice con un entusiasmo que reprime enseguida. «Pero si toca volver a las armas, pues aquí estamos preparados», advierte.

Desde que se inició el cese al fuego, el rigor de la disciplina para las tropas guerrilleras ha cambiado un poco. Ya no son tan estrictos con el uniforme y se puede caminar con las linternas de noche porque los drones ya no sobrevuelan los campamentos guerrilleros. A medio kilómetro hay una gran cascada que trae agua al corazón del campamento: el baño y lavadero comunal. Allí, mientras se bañan todos juntos, lavan la ropa y charlan, sentimos estar en una suerte de edén, donde no hay distancia entre la vida cotidiana y los ideales de vida revolucionarios. Allí, en el medio de la selva, la lucha por un reparto más equitativo de la riqueza parece tener mucho sentido, y no luchar parecería ser sinónimo de complicidad con un sistema genocida que está destruyendo el planeta. Allí encontramos la sangre del film: en la lucha contra el cinismo.

Juan y Amanda están convencidos de su misión política. En el caso de Yuheni, a sus 35 años su convicción ya ha sido puesta a sangre y fuego muchas veces. Hoy, para Yuheni, “morir por la causa ya no es morir”. Fue secuestrada a los 18 años por ser activista revolucionaria, la torturaron y la violaron durante largos meses; sobrevivió. Después de una década, y a solo siete meses de ser liberada, Yuheni volvió a la selva, a esperar la paz mientras estudia Derecho. Su incertidumbre es palpable mientras nos cuenta que sueña con vivir cerca de su hija y recibirse de abogada. La filmamos a dos cámaras, desde muy cerca, en su tienda de campaña. Queremos narrar el film desde el punto de vista de los guerrilleros, en primera persona, con la idea de deconstruir la mirada del dron, tan en boga hoy. No verlos desde arriba como insectos a eliminar, como terroristas, sino de frente y a la misma altura. Queremos respirar su aire, no manejar un joystick. Forjar esa idea en el film produce una alianza y una complicidad muy fuerte entre todos. Nuestro objetivo es que el film contribuya, como decía Raymundo Gleyzer, a crear inteligencia colectiva. «Aquí hay igualdad de clase y étnica», dice con voz dulce y pausada la comandante Amanda. «Lo único que buscamos, junto al pueblo que se organiza, es luchar contra las injusticias sociales, y salvar al mundo, porque el capitalismo lo está acabando».

La última noche vemos con Amanda el tráiler de un film (2) que hicimos sobre la lucha armada en Palestina. Ella no puede comprender cómo ningún medio de comunicación masivo ha contado la historia de ese conflicto desde el punto de vista de los guerrilleros palestinos. «La lucha por la tierra y por la liberación nacional une ambas luchas», concluye. 

Conversamos sobre la diferencia entre el cine militante y el cine revolucionario. Para nosotros, este último debe trabajar sobre las contradicciones inherentes a la lucha armada. No queremos hacer propaganda ni replicar los estereotipos de los medios masivos. Nuestra construcción intimista del film responde a esta idea. En un mundo donde las imágenes producen la vida o la muerte de millones de personas, luchamos contra el punto de vista del dron, método elegido para combatir la insurgencia y masacrar a sus seguidores en todo el mundo. Es la mirada del cóndor al acecho, multiplicada en videoclips, documentales y reportajes ad infinitum. La mirada de un dios asesino, que nos identifica con él y nos deshumaniza, deshumanizando al otro. Nosotros buscamos la mirada a la altura de las personas, de nuestros hermanas y hermanos, para indagar con ellos las contradicciones de la lucha armada y del sacrificio por los demás. Porque nos revelan nuestra propia humanidad. «

Rodrigo Vázquez (www.bethnalfilms.co.uk) y Julia Zárate (www.manifiesta.com.ar) son realizadores y camarógrafos de cine argentinos.

(1) Documental (todavía sin nombre). Filmado en Colombia con las FARC para la productora estadounidense fieldofvision.org.

(2) Documental Palestina, Imágenes Robadas. Filmado en Franja de Gaza y Cisjordania. Producción Bethnal Films + INCAA. Estreno en Argentina 2017.