La historia de un país es también la historia de su moneda. «La afirmación da en el clavo, pero permítame ser un poquito más profundo. Atrás de este billete de 10 mil pesos moneda nacional, hay elecciones políticas, económicas, estéticas y, por supuesto, ideológicas. Un pedacito de papel que guarda parte de nuestra historia», dice Fernando Perticone, mientras señala con precisión de coleccionista un billete colorado que se luce en la vitrina del Centro Numismático Buenos Aires.
En el distinguido hall, Perticone da la bienvenida a una docena de notafílicos: aficionados a la colección de papel moneda, en su mayoría caballeros, que se acercan el sábado por la tarde al caserón de la avenida San Juan, para participar del 2º Encuentro de Coleccionista de Billetes. «Este lugar es nuestro cable a tierra. El Centro tiene 600 socios y abre solo dos horas por semana, los jueves a la tarde. Pero para organizar estos eventos, que hacemos a pulmón, casi que vivimos acá», completa el miembro de la Comisión Directiva. Lo escolta Facundo Vaisman, tesorero del espacio que nuclea, desde hace más de medio siglo, a los fanáticos de las monedas, las medallas, las fichas y, por supuesto, los agasajados billetes.

Sin medias tintas, Perticone asegura que coleccionista se nace. Su caso no es la excepción a la regla. «Desde pibe se me daba por guardar de todo: piedritas, figuritas, estampillas y hasta herramientas. Quería tener todas las medidas, todas las marcas. De alguna manera, esa pasión fue dándole identidad a mi vida.» El gusto por los billetes le llegó de grande. Hoy tiene 53 años y desde hace diez es uno de los motores del Centro. La puerta de entrada al universo del papel moneda se la abrió el legendario Catálogo de billetes argentinos de Roberto Bottero, figura capital de la numismática en el Río de la Plata. «Lo compré en un stand de la Feria del Libro, lo abrí y dije: ‘Faaa… No solo hay billetes, sino también series, letras, detalles’. Ese día, me cambió la vida.»

Primero hay que saber juntar, después guardar, después averiguar qué es lo que se tiene, y al fin armar una buena colección. «Para ser coleccionista es fundamental investigar sobre lo que uno atesora», detalla Vaisman. «Por ejemplo, usted puede ver este billete de cinco australes, que circuló entre tal año y tal otro, con tal gobierno, que se devaluó, que tiene una simbología, la imagen de un prócer. Hay que estudiar. De alguna manera, somos historiadores.»
Vaisman llegó al Centro por recomendación de los curtidos coleccionistas que se reúnen religiosamente los domingos en el Parque Rivadavia. Y su curiosidad por los billetes se avivó cuando, por casualidad, encontró unos inmaculados australes durmiendo dentro de un libro. «Me surgió la inquietud por saber si tenía la serie completa… todos los valores.» Ese día puso primera. En poco tiempo consiguió todas las piezas de la moneda parida durante la gestión de Juan Vital Sourrouille, antes de que comenzara a enfriarse la economía de la tórrida primavera alfonsinista. Vaisman siguió su deriva monetaria con los pesos argentinos, los convertibles y los moneda nacional. Luego, la globalización lo hizo enamorarse de billetes de distintas partes del orbe. «No sé cuántas piezas tengo. Llega un momento en que se me arman cuellos de botella, se pone difícil conseguir o comprar un billete. Entonces hay que arrancar otra búsqueda», dice.

Dónde hay un mango

En la vitrina se exhiben elegantes billetes de fiel papel decimonónico, pero también los ultramodernos forjados en polímero. Rupias indias con la figura de Gandhi, devaluados marcos de la República de Weimar, minúsculos takas de Bangladesh, y hasta el pantagruélico dólar zimbabuense de ¡cinco mil millones de dólares! «Los billetes argentinos son bellos, pero poco vistosos. Tenemos buenas impresiones, ojo», afirma Claudio Fernández, maestro de ceremonias y organizador del encuentro. Señala un ejemplar de moneda nacional que lleva tatuado el busto del general San Martín: «Este era conocido como el ‘ladrillo’, por su tamaño y color. Circuló hasta finales de los ’60. En esos años, el Libertador era el personaje omnipresente. Como antes, la efigie de la Libertad. Ahora hay más innovación, con la incorporación de la flora y la fauna. Son políticas de Estado.»

Fernández llegó a la notafilia por línea paterna. Su progenitor era un «coleccionista oculto», que atesoraba ejemplares bajo el vidrio de la mesita de luz. «Igual, esta historia arranca en serio en los años ’80, cuando tenía un kiosco en Ezeiza. Como veía gente de todo el mundo, les pedía billetes.» Con el tiempo, se hizo habitué de las casas de numismática del centro porteño y también del mercado de pulgas. Su mujer, miembro de una familia de filatelistas, lo aleccionó sobre las virtudes de los catálogos. Pasaron las décadas e Internet sumó conocimientos a sus pesquisas. Hoy pilotea el concurrido blog Billetes del Mundo. «El universo es enorme. Si no te ponés un coto, nunca parás», asegura. Sin embargo, es difícil detener la pulsión. Y por eso Fernández confiesa que colecciona todo lo que cae en sus manos. «Bueno, no todo; si tengo que elegir, me gustan los billetes de 1960 para atrás. Tengo billetes muy raros de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Piezas militares, de colonias y hasta de campos de concentración.» Tiene más de 4000 piezas, conservadas en sagrados sobres de acetato. Extrae de su valija algunos de sus tesoros: divisas del protectorado nazi de Bohemia y Moravia, coloridos ejemplares cubanos de fines del siglo XIX e inmaculados pesos de los años peronistas, con la inscripción «Una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana», que borró de un plumazo la Revolución Libertadora.

Antes de despedirse, Fernández cuenta que, por fuera del hobby, el papel moneda también le da de comer. Desde hace años regentea una agencia de quiniela: «Estoy en relación directa todo el día con los billetes. El peligro es que se pueda transformar en un vicio, de mirar todo el día el número, la serie, la firma. Acá hay gente que colecciona billetes capicúas y están todo el día mirando el numerito de serie. Una cosa de locos.»

El chanchito de mamá

La imagen se parece a la de un recreo, en el patio de una escuela. En el salón central, señores y muchachitos dan rienda suelta a su pasión. No intercambian figuritas, sino preciados billetes. «La historia monetaria es muy rica. El ingreso del billete a la Argentina es tardío, para 1820, aproximadamente. La gente se manejaba con la moneda de plata potosina, que era una de las mejores del mundo», explica Gastón Subirá, un docente santafesino.

De su abuelo, Subirá heredó la fiebre numismática y una formidable colección de monedas, medallas y billetes centenarios. Más de una vez, cuenta, usó las divisas con fines pedagógicos. Toma algunas piezas del pilón que tiene sobre la mesa y dice: «Por ejemplo, si tiene que explicar el ciclo lanar, puede utilizar este billete con ovejas. O cuando arranca la revolución agrícola, mire este otro con vacas. Ahí también aparece la figura de la mujer con trigo en las manos, que simboliza la fertilidad. En los billetes aparece el imaginario del país.» Entre los más curiosos de su colección, están los emitidos poco antes del crack del gobierno de Juárez Celman. Billetes que llevan el rostro del concuñado de Roca y hasta de su ministro de Economía: «Imagínese, como si Cavallo hubiese tenido un billete con su cara en 2001.»

En otra mesa, el joven arquitecto Daniel Ruiz recuerda con nostalgia el chanchito-alcancía que su madre le regaló cuando niño. «Tenía la panza llena de monedas, que ella había guardado desde chica. Una tarde, me dio curiosidad y me puse a sacar una por una por la ranura. Un trabajo de artesano. Ahí nomás me di cuenta de que eran todas distintas, y me puse a catalogarlas.» Desde hace más de 30 años, Ruiz lleva una suerte de diario íntimo, donde consigna las características y la historia que lo unen a los tesoros que colecciona. «Y sí, soy un fanático del orden. En definitiva, todos los que estamos acá buscamos lo mismo: ordenar el caos.» «