Marcos Abel Flores Benard jugó en seis países diferentes y se puso 12 camisetas de distintos clubes. Gracias al fútbol pudo pisar tres continentes: vivió en Chile, Estados Unidos (América), Australia (Oceanía) y China (Asia). Hoy está en la Superliga de Indonesia, donde juega para Bali United. Desde que se fue de la Argentina, a mediados de 2008, conoció diversas culturas, recorrió múltiples paisajes y aprendió otros idiomas. También se enamoró en Miami de Marina Burnysheva, su compañera rusa con la que está comprometido. Lo único que no se alteró fue su lugar dentro de la cancha: Flores –santafesino, 31 años, diestro, surgido en Unión– es enganche sin importar la tierra donde juegue. Sabe que la posición entró en desuso. Pero aún existe. Y, a su modo, quiere preservarla. «El 10 está opacado por los goles del 9. En el fútbol siempre ganó más plata el que la embocó, no el que la pasó. El enganche vive en la oscuridad. El último fue Riquelme», dice casi como si se tratara de una cruzada para rescatar el puesto. Para valorar el juego y no sólo las estadísticas.

«Es el que ve cosas que otros no», resume acerca de la posición con la que construyó su carrera y se abrió paso en torneos que, cuenta, parecían inaccesibles. Como la propuesta para irse a Australia que aceptó recién cuando lo llamaron por tercera vez. «Es una liga muy parecida a la inglesa en la que domina el 4-4-2 como sistema. Tenía miedo de desaparecer. Fue el viaje más desconocido», recuerda sobre su desembarco en Adelaide United en 2010. Un año más tarde, Flores fue elegido como el mejor extranjero y mejor jugador del campeonato. «Es la liga más sana que conocí. Te pagan al día, te aplauden y te apoyan más allá del resultado. No hay boludeces: si jugás bien sos titular y si jugás mal vas de suplente», cuenta sobre el torneo. En esa temporada compartió el ataque con Sergio van Dijk, reconocido goleador indonesio que, luego, fue su llave para entrar en el fútbol del país asiático. El año pasado, Van Dijk creyó que Flores era el futbolista que le faltaba a Persib Bandung, uno de los grandes de Indonesia. «¿Todavía tenés las dos piernas?», le preguntó a Flores y le dijo a la dirigencia que no había mejor incorporación para el equipo. El enganche de Reconquista jugó seis meses en Persib Bandung y fue reconocido entre los cinco mejores mediocampistas. Desde este año se mudó de isla: pasó a Bali United que está segundo, a tres puntos del líder de la Superliga cuando faltan nueve fechas.

 –¿Qué fútbol encontraste en Indonesia?

–Hay una pasión enorme. Es como si se jugara un Newell’s- Rosario Central todos los domingos. Van 35 mil tipos todos los partidos y se vuelven locos. Son estadios lindos, la liga es impresionante y tiene mucho arrastre. Para los grandes hay mucha presión y a los extranjeros se nos exige mucho. No es un lugar fácil para los que venimos de afuera.

–¿Y para un enganche?

–El fútbol asiático es complicado para el enganche. Acá se aplaude al que hace el gol y no al que lo crea. Se aplaude más al que lo empuja la pelota abajo del arco. Aunque entiendo que es algo global. Ahora cada vez  pasa más porque, por ejemplo, los representantes buscan a los que más goles hacen. Yo todavía soy un loquito al que le importa hacer jugar bien al equipo.

Flores sabe que su carrera podría haber sido más estable si hubiera aceptado retrasarse unos metros para jugar al lado –y no por adelante– del mediocampista central. Así podría haberse quedado en Estados Unidos varios años. Así habría renunciado a su esencia. «Es un esfuerzo muy difícil el de sobrevivir como enganche. No me voy a rendir de jugar como me gusta», asegura sobre la convicción que lo convirtió en un futbolista nómade. Riquelme y Lucho González son algunos de sus referentes: «Toda esa banda pastosa pero con talento». Su gran inspiradora, sin embargo, está dentro de la familia: era Angélica Benard, Kika, su madrina que fue jugadora de hockey. Es la razón por la que se largó a llorar en la conferencia de la presentación en Indonesia. Es el motivo porque el que eligió el número 48 para su camiseta: la edad en la que falleció Kika, afectada por un cáncer durante 20 años. Es su homenaje. Es el gesto que explica por qué no lleva la 10 en la espalda, el número que representa a los enganches y el que usó en otros clubes.

Le da poco valor a los números. Se queda con el concepto. Se identifica con una idea que podría ser un manifiesto: «La gran mayoría suele quedarse con la imagen del gol y no con la delicadeza de un pase. Los mejores pases de mi carrera no terminaron en gol».