Juan Carlos Livraga está a punto de cumplir 84 años y aún conserva la fe y el corazón presuroso por la emoción. Los recuerdos se le amontonan y él los ordena con paciencia. Dice que es la tercera vez que vuelve al país desde 1965, porque fue obligado a exiliarse en Estados Unidos con su mujer e hijos. «Siempre hice una vida muy sencilla –cuenta–, me dedicaba a la construcción y era joven. Después de haber sobrevivido a los fusilamientos de José León Suárez pasé las de Caín. Algunos me quisieron matar mil veces y otros, los mejores, me salvaron. Tengo más vidas que un gato siamés. Después de esa tragedia volvía caminando a casa por el sentido contrario al tránsito. Andaba siempre nervioso. Y me paraban los policías de civil, siempre me paraban los policías, y me amenazaban. Pasó tres veces en esos años. Después de que salieron las notas de Rodolfo Walsh en el diario de la CGT de los Argentinos, que luego se convirtió en el libro Operación Masacre, no dejaban de decirme que me iban a matar. Entonces, decidí irme del país el 20 de junio de 1965 con todo el dolor del mundo. Fue uno de los días más tristes para mí. Mi mujer se quedó con mi hija y a los tres meses se vino conmigo. Nos instalamos en California, donde todavía vivo con los nietos. Aunque siempre voy a volver a mi Patria, ahora ando con el alma renovada con tanto apoyo de los jóvenes», afirma el fusilado que vive.

Livraga es el personaje que inspiró a Walsh. Hace 60 años era colectivero de la línea 10 que hacía el recorrido de Chacarita a Munro. El coche tuvo un problema mecánico y paró a comer un choripán con una Coca-Cola. Esa noche hacía un frío que helaba los huesos. El equipo del barrio, Colegiales, perdió 1 a 0 con All Boys en el último instante.  Livraga regresó a su casa. Su padre, italiano, le recomendó que se quedara, pero él tenía una cita con una chica en un baile al que nunca llegó. En el camino, un amigo le propuso ir a escuchar por radio la pelea de box entre Eduardo Lausse frente al chileno Humberto Loayza por el título sudamericano en el Luna Park. Era la noche del 9 de junio de 1956. Nada bueno estaba por suceder.  

A unos kilómetros de allí, en Lanús; el capitán Jorge Miguel Costales era uno de los encargados –junto con el coronel Ricardo Ibazeta– de instalar una antena en Avellaneda, interrumpir la transmisión de la pelea, y dar a conocer el levantamiento militar encabezado por el general Juan José Valle con una proclama contra la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Francisco Rojas. La proclama sólo se escuchó en La Pampa. Fueron detenidos y trasladados a una comisaría de la zona. «Mi padre era un hombre leal a Valle. Habían estado presos en el vapor Washington tras el golpe a Juan Domingo Perón en 1955. En esa época fue que comenzaron a planificar el levantamiento con el general Raúl Tanco y los oficiales Oscar Lorenzo Cogorno y Alcibíades Cortínez».

Esos hombres tenían la ilusión de que el pueblo iba a salir a las calles para apoyar el movimiento de los militares cercanos a Perón. En La Plata se combatió por 48 horas dentro del mismo Departamento de Policía. ¿El resultado? 18 militares y 13 civiles asesinados por la dictadura de Aramburu. Entre ellos estaba el padre de Costales. «Fue un acto de salvajismo absolutamente fuera de la ley. Estos hechos se mantuvieron en silencio por décadas, porque el peronismo estaba proscripto y las viudas de las víctimas fueron muriendo», recuerda, consternado.

La memoria está escrita con sangre. Esta semana se hicieron varios homenajes en lo que fue el basural de José León Suárez, sobre Márquez y San Martín, donde un monumento recuerda a los asesinados. De pie, Livraga escuchó las palabras del intendente local, Gabriel Katopodis, el diputado Leonardo Grosso, y el secretario general de la CTA de los Argentinos Hugo Yasky, entre otros dirigentes. »Vengo de lejos, de donde me desterraron –comenzó Livraga–, y tengo que dar homenaje a estos hombres que tenían un ideal y perdieron su vida».

En ese mismo lugar, hace 60 años, escuchó las ráfagas de los fusiles y la respiración de sus fallidos asesinos, el comisario Rodolfo Rodríguez Moreno y el coronel Desiderio Fernández Suárez. Arrinconado y malherido de un balazo en la boca, que casi le arranca el paladar, Livraga se hizo el muerto. Esperó a que no haya ruidos y huyó por el trazo diagonal que había hecho otro sobreviviente, Miguel Giunta. Al pasar, Livraga vio a los muertos agujereados a tiros. Con Giunta compartió un viaje en tren cuando salió de la cárcel. Fernández Suárez murió en abril de 2001. Tenía 92 años. La Nación le dedicó una nota.Nada dijeron de Julio Troxler,  asesinado por la Triple A
«El año que viene vuelvo», promete Livraga, el hombre que inmortalizó Walsh, la lucha y el destino. <