Sergio Massa quedó opacado por los resultados de las PASO del 13 de agosto. Unos 15 puntos en la provincia de Buenos Aires. Y 8 puntos a nivel nacional, si contamos los votos de la alianza 1País -que se presentó con ese nombre en 10 distritos- y los de sus aliados del GEN, Libres del Sur y listas provinciales afines. La elección fue protagonizada por Cambiemos y los peronismos en sus diferentes denominaciones, que en conjunto se quedaron con el 75% de los votos válidos.

En esta suerte de bipolarización, Massa no fue el único que sufrió. Algo similar les ocurrió a todos los militantes de la «tercera vía» entre el peronismo-kirchnerismo y el cambiemismo. Del otro lado de la General Paz, Martín Lousteau y su partido Evolución tuvieron la misma suerte. El cordobecismo de Schiaretti y De la Sota quedó a varios cuerpos de la Coneja Baldassi y el cambiemismo mediterráneo. Pero la mayor derrota la sufrieron los oficialismos provinciales no alineados ni con Cambiemos ni con el Pejota: el Frente Progresista santafesino, el Movimiento Popular Neuquino, Chubut Somos Todos (Das Neves) y Todos por Río Negro (Wereltinek). Los partidos distritales de los gobernadores quedaron en segundo o tercer lugar en sus propias provincias.

La ola nacionalizadora actual no es buen momento para los localismos. Pero el massismo, que nació en 2013 como un partido de los intendentes rebeldes, tiene aspiración nacional. De hecho, y a pesar de que la gran innovación de Sergio Massa había sido construir un movimiento político desde la gestión municipal, abandonó aquél proyecto prontamente para lanzarse a la Presidencia en 2015. Desoyendo a aquellos que le aconsejaban que peleara la gobernación. En el camino, se fue desgajando su red municipal, que de a poco fue volviendo al peronismo partidario. Con el advenimiento de Vidal a la gobernación, se completó la sangría; el golpe de gracia fue el pase de Joaquín De la Torre, el minigobernador de San Miguel, al cambiemismo.

En las presidenciales de 2015 no le fue mal, a pesar de que no pudo cambiar las tendencias polarizantes. Tuvo tres grandes méritos desde entonces: no perdió votos entre la PASO predidencial y la general de octubre, supo convertirse en vector de la goernabilidad macrista a partir de su bloque en Diputados, y encandiló a diversos gobernadores del peronismo, que comenzaron a ver a Massa como el futuro líder de un peronismo postkirchnerista. 

El juego de Massa siempre fue audaz y no rehuyó de las apuestas. Un estilo con fortalezas y debilidades, como dicen los manuales de administración. Sirve para obtener ganancias rápidas, no sirve para cultivar aliados. En 2016 se sintió la tensión entre su aporte a la gobernabilidad nacional y bonaerense, su desperonización a partir de la alianza con Margarita Stolbizer, y su promesa aún vigente de convertirse en una locomotora de los peronismos provinciales. Todos esos kioskos dependían de que Massa obtuviese un buen resultado en la provincia de Buenos Aires. Si Massa vencía a Cristina, y si eventualmente quedaba primero, hoy podríamos estar asistiendo al nacimiento de una nueva etapa del peronismo. La más desperonizada de todas. Macri prefirió sumarse a una polarización con Cristina como gran antagonista. Como se escuchó decir en la pantalla chica, la ex presidenta no pisó un set de televisión, pero estuvo presente igual. Tuvo presencia indirecta, tácita, aludida e ininterrumpida.

El gran desafío de Massa, en octubre, será mantener su caudal de agosto. Ampliarlo sería un gol de media cancha. Las expectativas sobre él ya son bajas, y poder superarse a sí mismo siempre brinda oportunidades. Va a tener que contrarrestar una gran cantidad de esfuerzos y estrategias desplegadas: todos van por sus votantes.

Si no lo logra, no pasa nada. Massa tiene 45 años, ambición de poder, persistencia y creatividad. Pero vuelve al llano. Ya no podrá negociar leyes con los bloques grandes, porque ni siquiera será diputado. Perderá más aliados, tanto de los recientes como de los anteriores. Y ya no tendrá el aura del líder en ascenso. Es exagerado decir que Massa se juega el futuro en octubre. Se juega el presente. Si la polarización predomina, y todo indica que así será, deberá reinventarse otra vez. La región y el mundo están atravesados por opciones políticas nítidas y la captura de electorados duros: su estrategia reciente no funciona más. «

*Politólogo; Director del Observatorio Nacional