Mauricio Macri se permitió cerrar la campaña en la Ciudad al grito de “¡No se inunda más, carajo!”. Su dramática euforia mereció una ovación. Quizás esa escena  sea recordada por las generaciones futuras como un registro icónico de la era política (aún) en curso. Y es posible que se la asocie a una circunstancia no menos bizarra ocurrida por aquellas mismas horas: el –involuntario– motín de los trolls oficialistas al alimentar el hashtag “YovotoMM” con referencias hacia el Presidente que hasta parecían tener un doble sentido; la más repetida: “¡Satisface a Mauricio! ¡No te relajes! Enorme caricia desde Hurlingham”. El combo se completaba con un spot de Elisa Carrió en medio de un campo, con un gato gris entrando y saliendo del plano una y otra vez. 

“Se que estamos mal. Todos estamos mal”, fue su arranque, mientras el gato la observaba. 

Tal video fue su único aporte a la carrera de su líder por la reelección. Lo cierto es que en los pasillos del macrismo es un secreto de voces su virtual carácter de proscripta en las tareas proselitistas. Y sus candidatos se espantan ante la sola perspectiva de ser apoyada por ella en un acto de campaña. 

Pero tampoco es cuestión de ofenderla. Y ese delicado equilibrio se ha convertido en una política de Estado.

Públicamente, los voceros de la alianza Juntos por el Cambio minimizan el apartheid hacia ella. “Nosotros la invitamos a las recorridas y Lilita decide si va a no”, suelen argumentar al respecto. 

El primer signo visible de sus “ausencias programadas” fue en ocasión del lanzamiento de la campaña en Parque Norte, junto a la dirigencia de más alto nivel. Se dice que le hicieron llegar la invitación durante la mañana del 10 de julio, apenas una hora antes del magno evento. Su reacción, curiosamente, fue pacífica. “No soy candidata y nunca voy a actos grandes”, supo responder a las consultas de la prensa.

Para no malograr esa tensa calma, cuatro de las figuras más cercanas a Macri (Marcos Peña Braun, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli) tuvieron la delicadeza de aplaudirla en el complejo teatral San Martín, de la avenida Corrientes, durante la presentación capitalina de su libro, intitulado Vida. Ese encuentro quedó eternizado en una simpática foto que fue profusamente publicada.

Hace casi tres meses y medio, el propio Peña Braun había dicho de ella: “A esa mujer nos la plantó el enemigo”.

Y Macri enarcó las cejas al concederle la razón.

Fue después de que ella dijera: “Gracias a Dios que murió De la Sota, porque ahí sabrían lo que es una denunciadora. 

Esa frase fue pronunciada en la ciudad cordobesa de Cruz del Eje. Junto a ella estaba el radical Mario Negri. Había que ver su cara al oír aquella frase. Carrió estaba allí para apoyar su candidatura a gobernador. El pobre tipo aún debe estar contando los votos perdidos por esa desafortunada intervención.

También por esos días, en tren de apoyar en Santa Fe al candidato de la alianza Cambiemos, José Corral, ella acusó a uno de sus rivales, el socialista Antonio Bonfatti, de estar “al servicio” del afamado clan rosarino de narcos Los Monos. Tal acusación le valió el repudio de todo el arco político. El pobre Corral, quien había avalado sus dichos, perdió por goleada. 

Ya en julio pasado, fue con su libro bajo el brazo a la ciudad bonaerense de Azul. Y el candidato macrista Omar Duclós tuvo la deferencia de reunirse con ella. Entonces Lilita tuvo la ocurrencia de decir que La Cámpora “vendía pólvora y armas, y se armaba en Fabricaciones Militares”. Y hubo otra lluvia de repudios. La planta local de esa empresa había cerrado en febrero de 2018, dejando en la calle a 200 trabajadores. 

Fue entonces cuando los responsables de la campaña de Juntos por el Cambio le bajaron disimuladamente el pulgar. 

Días después, en una entrevista televisiva con Viviana Canosa, disparó: “El gobierno tiene que cambiar muchas cosas”. 

Su mirada estaba clavada en la cámara, como si en esa frase hubiese un mensaje encriptado. 

Acababa así de redimensionarse un extraño episodio ocurrido en marzo, cuando ella se presentó ante el juez federal Claudio Bonadio para denunciar que al canciller Jorge Faurie le había llegado, por una comunicación interna, que su hijo Enrique Santos estaba detenido desde el 28 de febrero en México por una causa vinculada al narcotráfico. No era verdad. Carrió había hablado con su retoño, quien le dijo que eso jamás había sucedido. 

No era la primera vez que un rumor de esa índole pone en duda el buen nombre y honor del señor Santos. Eso también había ocurrido –con idéntico soporte narrativo– un año y medio antes. 

Ahora, la fundadora de la Coalición Cívica sospecha de su vieja socia, la ministra Patricia Bullrich. Tal vez no esté errada. 

Tanto es así que, días pasados, el periodista Horacio Verbitsky adjudicó la “operación” a la Policía Federal. Sostuvo su hipótesis en su columna de El Destape Radio, al decir que “esto tiene un enganche político y es una forma maquiavélica de conducción muy propia de la mafia, de tener a los aliados con la rienda corta”. 

Sería una respuesta a sus propios chantajes, oportunamente denunciados por el ex diputado Nicolás Massot en su propia cara. Una forma nada sutil de decirle que entre bomberos está mal visto pisarse las mangueras.   

“Estamos mal: Sé que estamos mal”, declama Lilita en su spot de apoyo a la campaña de Macri. 

Y el gato gris no le saca los ojos de encima.