Entre los clisés que se suelen reproducir sobre los genocidios del siglo XX, uno muy difundido es que la matanza de un millón de armenios por fuerzas turcas, en 1915, fue el origen y modelo sobre el que los nazis montaron el holocausto de seis millones de judíos, a fines de los años 30. Sin embargo, testimonios que recogen historiadores y ensayistas de varios países es que la primera gran matanza étnica –se debe recordar que los pueblos originarios de América fueron diezmados mayoritariamente en el siglo XVI-  tuvo lugar en África, y también a manos alemanas.  En un caso, el Congo, el responsable fue un monarca de la casa real de Sajonia-Coburgo-Gotha, Leopoldo II de Bélgica. En el otro, en Namibia, la infamia es del II Reich, que estaba gobernado por el kaiser Guillermo II.

Ahora, las autoridades de la República Federal de Alemania devolvieron 19 cráneos, huesos y cuero cabelludo pertenecientes a miembros de las comunidades Herero y Nama, víctimas de las fuerzas coloniales y que habían sido llevados a la clínica universitaria Charité, de Berlin entre 1904 y 1914 para “experimentos científicos” por Eugen Fischer, el mismo médico que alentaría las ideas racistas de Adolf Hitler. Como dato no menor puede decirse que dirigió ese territorio colonial Heinrich Ernst Göring, padre de Herman, uno de los fundadores del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, (NSDAP, por sus siglas germanas, cuya abreviatura es “nazi”).

Pero nadie en la actual administración de la RFA pidió disculpas por aquel genocidio y mucho menos aceptó hacerse cargo de las reparaciones que piden los descendientes de ambas nacionalidades y las autoridades de Namibia, cuyas demandas económicas tramita una jueza de Nueva York que alguna vez heredó el despacho de Thomas Griesa, Laura Taylor Swain, quien atiende además el caso del default de Puerto Rico. La magistrada, que es negra, por ahora no resolvió y mantiene bajo siete llaves la causa, sin el menor apuro, por lo que parece.

La historia del genocidio en Namibia es la historia de la avaricia del colonialismo europeo que se desplegó con ferocidad sobre África, cuya población había sido devastada por la esclavitud, para apropiarse de sus recursos naturales, a fines del siglo XIX.

Entre el 16 de noviembre de 1885 y el 27 de febrero de 1886 las principales potencias del mundo se reunieron en Berlín con el deliberado propósito de repartirse el continente africano. Como quien juega a un TEG sin dados, representantes del imperio británico, de Francia, España, Italia, Portugal y los Países Bajos aceptaron el convite del canciller Otto von Bismarck para tratar las condiciones de la repartija para no llegar a la guerra por la ocupación de esa parte del planeta.

Así fue que británicos y franceses obtuvieron el control de la mayoría del territorio, con una participación importante de los alemanes y algunas migajas para los socios menores, a la sazón imperios en decadencia como el español y portugués, o una Italia que recién se había unificado. Por la cercanía entre primos monárquicos, Leopoldo II convenció a los presentes de que personalmente y como un emprendimiento privado pero ayudado por la burocracia de Bélgica, iba a ser la mejor opción para llevar la civilización al Congo.

El costo de salir de la barbarie fue al menos 10 millones de pobladores  – la mitad de los habitantes del Congo-  asesinados por resistirse a ser civilizados o por la súper explotación en las plantaciones de caucho o en las minas.

Lo que hoy es Namibia recibió los primeros alemanes en la década del 1840. Fue la forma del imperio que nacía de desprenderse de los pobladores más pobres para que no impactaran con la emigración a las ciudades en plena expansión industrial.  Pero esa misma dinámica capitalista llevó a que en un momento fuera imprescindible contar con acceso a las fuentes de materia prima. Y nada mejor que aprovechar esas zonas donde ya había connacionales.

Como África del Sudoeste Alemana, fue colonia del II Reich entre 1884 y 1915. Al fin de la Primera Guerra Mundial, que se desató porque en la Conferencia de Berlín no todos los hilos habían quedado bien anudados, fue ocupada por los sudafricanos, todavía colonia británica. Recién en 1990, y tras la guerra de Angola y mediante la ayuda de Cuba, Namibia pudo declararse independiente.

Pero la colonización alemana, que también iba a “civilizar” a los nativos, no fue muy amigable para los locales. Y en 1904, ya sin las tierras que habían cultivado por generaciones, los Herero se rebelaron contra el dominador blanco y ario. Al poco tiempo también presentaron pelea los Nama.

El káiser Guillermo II, ante la resistencia de los pueblos originarios, decidió enviar el general  Lothar von Trotha, un militar tan fogueado en las guerras prusianas como impiadoso. Arrinconó a los insurgentes y exterminó a los que tuvo a tiro, llevó a las fronteras a otros y aisló en campos de concentración a los que quedaron dispersos.

Un bando de Von Trotha refleja su pensamiento. “Los Herero ya no son sujetos alemanes (…y) deben dejar esta tierra. Si no lo hacen los forzaré a hacerlo con el cañón de artillería. Dentro de las fronteras alemanas, cada Herero, con o sin arma, con o sin reses, será disparado. No importa si son mujeres o niños”.

 Las víctimas eran transportadas a los centros de detención de la isla de Shark en trenes, otros a pie. Los que llegaban en peores condiciones fueron asesinados ni bien llegaban. La imagen de los centros de Dachau o Auschwitz tenían antecedentes.

Los cráneos de unos 300 prisioneros decapitados en Shark fueron recolectados para un programa de experimentos “científicos” capitaneado por Euguen Fischer, el mismo que luego haría fama en la era nazi como experto en cuestiones de pureza racial. Quería probar la superioridad de la raza aria, fue uno de los maestros de Joseph Mengele y ya en 1914 escribió “El problema del mestizaje en humanos”.  Göring padre había sido Reichskommissar (Comisario del Imperio) de África del Sudoeste.

Al fin de la Segunda Guerra Mundial, Alemania reconoció los crímenes contra el pueblo judío y romaní. Y aceptó reparaciones por esos crímenes. Según cifras conocidas, hasta el 67% de los judíos del centro europeo fueron eliminados en campos de concentración en los territorios ocupados por el Tercer Reich.  

La mayoría de los alemanes aún hoy desconocen que con los mismos métodos, fueron eliminados el 80% de los Herero y una cifra algo menor de Namas en campos namibios. En agosto de 2004 el canciller Gerhard Schröder pidió disculpas por aquellos crímenes. Pero una asistente del Ministro de Desarrollo llamada Heidemarie Wieczorek-Zeul fue más lejos y tuvo que renunciar a su cargo luego de decir: «Nosotros los alemanes aceptamos nuestra responsabilidad histórica y moral, y la culpa de las atrocidades efectuadas por los alemanes en ese momento». En 2007 descendientes de Von Trotha viajaron a Namibia y pidieron disculpas por el genocidio del que el general fue el ejecutor. 

André Vltchek, filósofo, novelista y periodista de investigación nacido en San Petersburgo y nacionalizado estadounidense, hurgó en profundidad en esa historia y afirma que “los primeros campos de concentración en la tierra se construyeron en esta parte de África… Fueron construidos por el Imperio Británico en Sudáfrica y por los alemanes en Namibia”. Al mismo tiempo, tilda de mentira oficial a la versión de que «Alemania, profundamente humillada después de la Primera Guerra Mundial, enfrentando crisis económicas terribles, de repente se volvió loca, se radicalizó y terminó por llevar al poder a intolerantes nacionalistas de extrema derecha».

El 31 de julio pasado la jueza Taylor Swain presidió la audiencia donde los abogados de Namibia presentaron el caso. El gobierno alemán presiona para que la demanda se desestime. No por una cuestión de dinero, seguramente. Pero ser condenados por un genocidio previo al nazismo cambiaría una concepción de la historia que ya parecía salvada con las culpas del nazismo.