La escalada del dólar de la última semana hizo que, repentinamente, la economía metiera la cola en las vísperas de la primera elección de una ronda que concluirá en octubre con los comicios presidenciales.

La suba del valor de la divisa acumuló, en apenas cuatro días hábiles del mes de marzo, una suba del 5% que llegó a un pico del 8,3% cuando el jueves alcanzó el techo histórico de $ 43,5 para descender levemente el viernes hasta los 42,26 pesos.

La disparada ya dejó obsoleto el mensaje del Presupuesto 2019 que establece un tipo de cambio promedio para todo el año de $ 40,1. La corrida, más temprano que tarde, se trasladará a precios a partir de la dolarización de las tarifas de energía y combustibles que estableció el propio gobierno dejando muy atrás el objetivo del 23% que establece la «ley de leyes».

Lo mismo con relación a los pronósticos del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del BCRA que en su reciente informe del 6 de marzo, sin tomar en cuenta la suba del dólar, ya pronosticaba una suba de precios para 2019 del 29 por ciento.

La inflación en enero fue del 2,9% y, si bien el dato oficial de febrero se conocerá esta semana, consultoras privadas ya la sitúan en un 3,5% y, sin tomar en cuenta lo acontecido en el mercado de cambios, ya estimaban que podría acumular hasta un 10% durante el primer trimestre del año.

La escalada de precios tendrá un impacto en toda la cadena de comercialización toda vez que los insumos energéticos dolarizados atraviesan al conjunto de los sectores productivos. La fuerte depreciación de la moneda nacional durante 2018 se tradujo en una inflación anual al consumidor del 47,8% pero que llegó al 73,5% para el mercado mayorista que fue donde se reflejó el impacto en forma directa. El diferencial entre uno y otro es una manifestación implícita de la resignación de rentabilidad del comercio minorista que, por la recesión y la caída del consumo, se vio obligado a absorber parte del impacto. Está por verse si existe margen para que ese eslabón de la cadena sea quien asuma parte de la nueva depreciación de la moneda.

Lo que parece estar fuera de discusión es el impacto de la devaluación en el nivel de actividad y en el espiral recesivo que se verá agravado por la caída del consumo, por un lado, y el impacto de la suba de las tasas de interés en la economía real por el otro.

Con la pólvora mojada

Todavía esta por verse el alcance de la corrida cambiaria. Es que la vulnerabilidad del sector financiero es más profunda que la que ostentaba durante las corridas de mayo-agosto de 2018. Por un lado existe la potencial amenaza de que una profundización de la corrida cambiaria derive en una corrida bancaria a partir del apalancamiento que existe entre las Leliq con las que operan los bancos y los depósitos en plazos fijos de los ahorristas individuales.

Es que la suba del dólar en una semana ya superó la tasa de interés mensualizada que rinden esos títulos desmontando los beneficios del mecanismo especulativo conocido como carry trade, lo que podría provocar una huida masiva hacia el dólar.

Pero además el BCRA dispone de menos instrumentos para poner límite a la divisa. Es que a partir del acuerdo con el FMI no puede hacer uso de sus reservas (hoy en más de U$S 68 mil millones) para intervenir en el mercado de cambios hasta que la divisa supere los $ 51. Si así lo hiciera es al menos dudoso que los U$S 150 millones diarios contemplados sean suficientes para detener la inercia que se habría producido.

Así las cosas, el gobierno sólo dispone de la suba de tasas como herramienta para desestimular la fuga al dólar y la posibilidad de operar en el mercado de dólar futuro donde el viernes la divisa cerró su cotización en $ 56,45 para el mes de diciembre.

El viernes, la licitación desdoblada de Leliq logró absorber $ 206 mil millones pero a costas de consagrar una tasa de interés promedio del 57,9% (59,06% en la segunda subasta). Una suba de casi 7 puntos en un solo día. 

Otra variante que, según trascendió, podría estar explorando el equipo económico es la posibilidad de revisar el segundo acuerdo con el FMI con el propósito de reducir las bandas de flotación del dólar para habilitar el uso de las reservas o, incluso, adelantar los recursos pautados por el organismo con ese propósito (ver página 5).

El exdirector del BCRA, Arnaldo Bocco, señaló a Tiempo que » los grados de libertad que tiene el gobierno para tratar cualquier corrida cambiaria son cada vez menores. Tiene que llevar la tasa de interés a valores de quiebre del aparato productivo. En las próximas semanas vamos a tener una corrida cambiaria inevitable y a medida que se acerquen los vencimientos de deuda mucho más porque el problema es ese».

Del «colapso financiero» a la (no) reelección

En vísperas de la corrida cambiaria, Forbes, la revista de negocios y finanzas norteamericana había pronosticado la posibilidad de que la economía nacional sufriera un nuevo «colapso» financiero.

Al mismo tiempo, Gerry Rice, vocero del FMI anunció que el organismo «continuará apoyando a la Argentina más allá de los cambios políticos». Las declaraciones cayeron como un balde de agua fría en el gobierno. Fue la primera vez que el organismo contempló explícitamente la posibilidad de que efectivamente Cambiemos no logre su reelección en octubre.

Es que, según el cálculo original del gobierno, el proceso electoral estaría atravesado por la recesión y el ajuste del primer semestre pero apostaban a un leve repunte de la economía en el segundo que apuntalara la reelección. La nueva corrida cambiaria podría estirar la recesión, acicatear la inflación y la pérdida del poder adquisitivo sepultando definitivamente esas aspiraciones políticas.

Pero los analistas menos optimistas creen que el nuevo escenario incluso podría forzar una salida adelantada del gobierno.

Así lo señaló el exsecretario de Finanzas Guillermo Nielsen en declaraciones a radio Millenium: «Cada vez que aumenta la tasa de interés ponen la economía en terapia intensiva. Llegó el momento de nombrar a un verdadero ministro de Economía». El economista remató destacando que «hay cada vez más dudas de que lleguen a octubre».

En la misma línea, Arnaldo Bocco concluyó que «Macri, para llegar a las elecciones con vida y en el poder, tiene que pedirle al FMI que le anticipe los recursos del año próximo».

En otro extremo del escenario político, el economista del Frente de Izquierda y el PO Marcelo Ramal señaló a Tiempo que «la nueva disparada del dólar refleja el agotamiento del segundo acuerdo con el FMI que es el sustento del actual gobierno. Los cimbronazos de estas horas tendrán consecuencias políticas. Los trabajadores que soportan los efectos de este derrumbe sacarán las conclusiones políticas en términos de movilización».

El gobierno era consciente de que el ajuste en marcha complicaría su reelección. Ahora, con el nuevo escenario, parece que se le quemaron los papeles. «

La cosecha récord no garantiza los dólares


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(Foto: Prensa Argentina)


Ante la escalada de la divisa y las dificultades en el mercado financiero, el Ministerio de Hacienda, presuroso, salió a tratar de poner paños fríos celebrando el supuesto ingreso por exportación de granos de más de 25 mil millones de dólares para este año.

Pero la mentada megacosecha no garantiza la liquidación efectiva de esos dólares por exportación y mucho menos que los mismos ingresen en función de los ritmos y las necesidades financieras del gobierno.

En noviembre de 2017 el propio gobierno, mediante el decreto 893/2017, derogó toda la reglamentación que obliga a los exportadores de granos a liquidar sus cosechas en un plazo determinado.

De hecho, según los datos disponibles del Centro de Exportadores de Cereales (CEC), las liquidaciones durante los dos primeros meses del año en curso se redujeron un 6,5% con relación a lo ocurrido el año anterior cuando las liquidaciones anuales sumaron 20 mil millones de dólares, un 25% menos que lo pronosticado para este año por el Palacio de Hacienda.

Los exportadores de cereales, claro, tienen la capacidad y el interés de influir en el precio del dólar, escatimando esas liquidaciones y obteniendo un doble beneficio. Por un lado incrementar el valor en pesos de los granos y, por el otro, licuar el peso de las retenciones fijadas en pesos.

Más allá de los avatares climáticos, los pronósticos optimistas del gobierno dependerán, en última instancia, de la voluntad de los exportadores de cereales de resignar potenciales ganancias en virtud de apuntalar la reelección de un gobierno que los ha tenido como uno de los sectores más beneficiados.

Quizás aspiren a una devolución de favores.