Hace apenas ocho meses todo era oscuridad para él. Dos años es mucho tiempo, es imposible volver a estar allá arriba. Después de la quinta operación en la muñeca (¡justo en la muñeca! No en una, ¡en las dos!) el objetivo era el de volver a jugar, tan solo eso. Lo escribió junto a una foto de su raqueta en su muro de Facebook: “Qué placer verte otra vez”. Esto fue a fines de septiembre del año pasado, cuando las nubes se alejaban con un leve viento.

Dos meses más tarde compartía en un video su primera experiencia pegando de revés con su muñeca cuatro veces operada. Ya en febrero, el anuncio de su regreso en Delray Beach, pero con el objetivo de disfrutar, de divertirse. Volvió allí, en uno de sus torneos favoritos (lo ganó en 2011).

Esa oscuridad, esas sombras se empezaron a ir. Se despejó el panorama para Juan Martín Del Potro cuando empezó a disfrutar del tenis y esta semana en Río de Janeiro no hizo más que confirmar eso: su rostro de felicidad desde el mismo día de la ceremonia inaugural, sin importar que al día siguiente le tocaba, según el sorteo previo, con su amigo Novak Djokovic, número uno del mundo. Imbatible. Un partido imposible. Él mismo se rió de su triunfo.

Y no solo recuperó su juego (intacto, fuerte, inteligente, demoledor) sino que también volvió a sentir el cariño del público argentino.

Y no es algo menor para él porque en febrero de 2013, tras vencer a Alemania en el Parque Roca en primera ronda de Copa Davis la gente lo abucheó luego de su renuncia al equipo capitaneado por Martín Jaite (hoy lo comenta por TyC Sports). No solo eso sino que los mismos jugadores también cantaron contra el tandilense en el vestuario con cánticos como “¿Y Delpo dónde está?” o “es para Delpo que lo mira por tv?”

Hoy todo es distinto, pero la Torre confesó la pasó muy mal durante todo ese tiempo lejos del equipo y lejos de la gente.

En apenas una semana, luego de dos años sin jugar, Delpo ganó más que una medalla: venció a Djokovic, a Nadal, a sus miedos, al cansancio y se reencontró con su país al regresar a la Copa Davis bajo la capitanía de Daniel Orsanic (el mes que viene juega con Gran Bretaña por la semifinal). Todos vibraron con sus triunfos, todos siguieron su camino olímpico, la gente llenó el estadio para verlo (el jugador se tiró en medio de la hinchada para celebrar su pase a la final), para alentarlo, y para seguirlo en su salida de las sombras de nuevo hacia el tenis.