No vamos a quedar prisioneros de las limitaciones u obstáculos del gobierno de Nicolás Maduro y de la situación política, económica y social.

Tampoco nos estancaremos en los logros sociales del gobierno de Hugo Chávez, quien luego de su épica victoria del 7 de octubre de 2012 alertó sobre los riesgos de burocratización y corrupción que podía tener la Revolución Bolivariana y lo manifestó en serias advertencias en sus discursos «Giro de Timón» dos meses antes de su muerte.

Tampoco tenemos la euforia estudiantil izquierdista de creer que el Comandante Hugo Chávez era el líder de una revolución proletaria socialista mundial.

Todos estos engranajes conceptuales conducen a que no se comprenda el verdadero drama.

Venezuela es un país geopolíticamente latinoamericano -por sus vínculos con América Central-, caribeño y suramericano. Siempre actuó en el Caribe y únicamente con Bolívar llegó hasta el Alto Perú, hoy Bolivia.

Hugo Chávez es hijo de la Academia Militar de Venezuela fundada por Bolívar en 1811 (la primera de América del Sur) que percibe a través de su formación geopolítica(donde ha sido fundamental su profesor y maestro, el general Jacinto Pérez Arcay, que aún vive) la necesidad de ir hacia Brasil y Argentina.

A consecuencia de ello, y de los gobiernos posconsenso de Washington de América del Sur, se consolidan los anillos envolventes del Mercosur, ALBA, Unasur y CELAC en el itinerario integracionista.

Este militar típicamente nacionalista iberoamericano se convierte en un geopolítico militante de la idea de Juan Domingo Perón del continentalismo suramericano o Estados Unidos del Sur, con antecedentes en Bolívar, San Martín, Manuel Ugarte, Perón y Getulio Vargas.

El continentalismo, que no es ni más ni menos que la Patria Grande de Ugarte, del documento de Puebla y de las que nos habla el Papa Francisco, es el único camino para la liberación social y nacional. Todo lo demás es secundario.

Es inentendible la crisis geopolítica de Venezuela sin observar que es la frontera real con los EE UU, que el Mar Caribe es norteamericano y que la confrontación geopolítica mundial en el Asia Pacífico con China y Rusia e Irán lo obligan a crear una Siria en América del sur para apoderarse definitivamente de nuestros recursos naturales.

No pasa por discutir a Maduro, la crisis social ni los aspectos jurídicos de la Constitución en función de la hipocresía de la nueva OEA, que es el Grupo de Lima.

Pasa por llamar a una conferencia internacional urgente de paz  y evitar una guerra civil entre hermanos, y por sobre todo poner en evidencia a nivel del derecho internacional, que EE UU no puede designar un presidente encargado. Se está pretendiendo crear una doctrina de injerencia que hoy es Venezuela y mañana puede ser la Triple Frontera.

Es el nivel más audaz a que ha llegado la nueva doctrina Monroe, de convertirse en una fuerza militar y derribarnos definitivamente. Porque ya existe un elevado nivel de militarización o norteamericanización de América del Sur.

Una fragmentación de Venezuela es el camino de desguazamiento absoluto de la Amazonía. Por eso el Ejército de Brasil pone reservas ante Jair Bolsonaro.

La irresponsabilidad de Mauricio Macri de alinearnos en una posible guerra de balcanización es total, desconociendo la doctrina Calvo y Drago.

Y nos llama la atención el profundo silencio de los internacionalistas pero, peor aún, de dirigentes pejotistas que juegan a ganador especulando y no saliendo a defender el leitmotiv de Perón: el continental ismo para la soberanía de América del Sur.

Aquí está el centro de la cuestión y la fortaleza del legado de Perón y Chávez. «