Pese a las decenas de muertos, a los cientos de heridos, a los perseguidos y detenidos, muchos de ellos dirigentes políticos, la Organización de Estados Americanos y su vocero, el secretario General Luis Almagro, sostienen durante estos días de revueltas sociales en la región una posición de contemplación a los gobiernos neoconservadores, sin atisbo de condenar las declaraciones de guerra, los Estados de Excepción, Emergencia, toques de queda y represiones violentas que recuerdan a las redadas de las dictaduras. Al contrario, y pese a los llamados de otros organismos, como la ONU (la chilena Michelle Bachelet resolvió enviar una misión de la oficina de Derechos Humanos que preside), la OEA sintonizó con estos gobiernos y sus foros como el Grupo de Lima y ProSur, cuya afinidad parece únicamente centrada en obedecer a Donald Trump, en acusar a Venezuela y a Cuba de todos los males que acontecen en los países suramericanos. La OEA pasó de adjudicar las revueltas en Ecuador y Chile al chavismo, a desconocer la victoria en primera vuelta de Evo Morales y permitirse exigir un balotaje pese a que el Consejo Electoral presentó números oficiales que no lo requerirían.

En lugar de activar los mecanismos en defensa de la democracia y el estado de derecho que tiene el organismo y enarbola cuando se trata de Venezuela, Nicaragua o Bolivia; de convocar a la paz, llamar a los gobiernos a la reflexión, y condenar las durísimas represiones, como lo ha hecho en otros casos incluso menos intensos, Almagro y la OEA miran de costado las causas del estallido y convalidan la respuesta agresiva de los gobiernos.

En un comunicado del jueves, la OEA afirmó que «las brisas del régimen bolivariano impulsadas por el madurismo y el régimen cubano traen violencia, saqueos, destrucción y un propósito político de atacar directamente el sistema democrático y tratar de forzar interrupciones en los mandatos constitucionales». Ya lo había hecho el delegado de Trump en Venezuela, el diputado autoproclamado presidente interino Juan Guaidó, quien no tardó en señalar que Maduro “financia el vandalismo”.

En su cuenta de twitter Almagro no se olvida de los “presos políticos” en Cuba y Venezuela, pero ni una palabra de los dirigentes y funcionarios correístas detenidos en Ecuador. Elípticamente lo justifica. “La crisis en Ecuador es una expresión de las distorsiones que las dictaduras venezolana y cubana han instalado en los sistemas políticos del continente”, se dijo en un comunicado oficial. Hace poco más de un mes Correa estuvo en Caracas para entrevistar a Maduro en su programa de televisión “Conversando con Correa”, que emite la agencia RT. Esa reunión fue la “prueba” que esgrimió Lenín Moreno para adjudicarles a ambos el diseño de un plan desestabilizador, varias semanas antes de que tomara las decisiones que provocaron el estallido.

La política de seguir a rajatabla los designios del poder estadounidense no es novedad en la OEA. No en vano se le llama la “gerencia estadounidense de su patio trasero”. Los gobiernos neoconservadores de la región asumieron sin chistar ese mandato, casi sin que se lo pidan. El señalamiento de Nicolás Maduro como creador del caos alimenta por un lado a una de las principales obsesiones de Trump. Pero también les permite a esos gobiernos eludir responsabilidades en las crisis que causan con sus propias políticas antipopulares. Paradójicamente, quien parece salir más fortalecido de estos embates es el mismo Maduro. Tal vez mire por televisión desde Miraflores el impeachment que promueven los demócratas a Trump.