Suele decirse que la realidad imita a la ficción. Imposible saber quién guionó la realidad argentina la semana pasada, pero lo cierto es que fue una mezcla de personajes de Capusotto, sketchs de Monty Python y cholulismo monárquico digno de la revista Hola. Si algo demostró el Congreso de la Lengua que se realizó en Córdoba es que hablar un mismo idioma no es condición suficiente para entenderse.

Vaya a saber si los encargados de la logística del recibimiento de la realeza española hablaban castellano porque no comprendieron bien la hora del arribo del vuelo y a los reyes les sacaron la escalera. Debieron permanecer, desconcertados, en el avión quizá pensando qué gran error histórico fue el 9 de Julio de 1816. Por algo el propio presidente argentino le había mencionado al rey (mandato cumplido) Juan Carlos, durante la conmemoración del Bicentenario, la angustia que debían de haber sentido los patriotas a la hora de declarar la independencia de España. Hizo bien Macri en disculparse ante un rey tan sensible que redimió a sus ancestros cazadores de esclavos dedicándose, en un acto de indudable humanismo, a cazar sólo elefantes en las mismas latitudes africanas.

Finalmente, parece que los encargados de la logística lograron descifrar el mensaje y pusieron la escalera. Y allí comenzó lo mejor del show. Mientras el gobierno se encargaba de los agasajos de los huéspedes de sangre azul, en la ciudad los verdes no cesaban de subir. Afortunadamente, el presidente argentino entendió que los integrantes de la pareja real no eran funcionarios del FMI y que venían para asistir al Congreso de la Lengua Española, por lo que tuvo la prudencia de no hablarles en inglés.

El ministro de Transporte Guillermo Dietrich no quiso perderse ni un minuto de la llegada de los reyes al hotel que los alojó en Buenos Aires y arribó de riguroso traje oscuro montado en bicicleta, una suerte de Rocinante con pedales, y con un casco de ciclista que bien parecía la bacía del barbero que se encasquetó Don Quijote confundiéndola con el yelmo de Mambrino. Parecía que iba a arremeter contra los molinos de viento, pero luego recordó que revender parques de energía eólica era un gran negocio para su jefe y se abstuvo. «Es la forma más rápida de llegar desde la oficina», le dijo Dietrich al periodismo señalando su bici, y mirando el reloj acotó que sólo había tardado 18 minutos. Cabe destacar, nobleza obliga, que es un hombre coherente. El gobierno al que pertenece creó en 2017 la Dirección Nacional de Movilidad en Bicicleta que, quizá porque recordaba demasiado al Ministerio de Pasos Tontos concebido por los integrantes de Monty Python, mutó luego en Dirección de Proyectos de Transporte No Motorizado. Además, la bicicleta es para su gobierno una política de Estado. Según se rumorea en los pasillos de la Casa Rosada, el presidente era un niño muy pequeño cuando los Reyes –no los de España, sino otros, pero da lo mismo– un 6 de enero le dejaron en sus zapatitos un regalo inolvidable que lo marcó para siempre: un triciclo financiero.

Es difícil establecer qué relación existe entre la bicicleta y la nobleza, pero es seguro que existe alguna. No por casualidad Les Luthiers, que también se presentaron en el Congreso de la Lengua, compusieron hace tiempo la pieza musical «Las bodas del rey Pólipo», un monarca malvado que quería casarse con la princesa Bicisenda.

Mientras tanto, Joaquín Sabina, quien sería homenajeado en el Congreso de la Lengua, en la puerta del hotel conversaba amablemente con el rey Don Felipe, del que dijo que era amigo desde hacía muchos años. Quién lo hubiera pensado. Hasta el español que vivió tratando de sacar patente de transgresor antisistema asustando con su subversión módica a las señoras biempensantes y enarbolando las sábanas trajinadas de sexo como única bandera, tiene su corazoncito monárquico. No fue al Congreso a cantar, sino a leer poesía en un acto en su propio homenaje. Si se piensa en un enorme poeta español como Antonio Gamoneda, es inevitable concluir que los homenajes están tan mal distribuidos como el ingreso y que existe un Stornelli hasta en la justicia poética.

La revista Hola tituló en tapa «Letizia y Juliana, de rivales a aliadas» y así resumió el contenido de la nota: «La Reina de España y la primera dama de Argentina. El esperado duelo de estilo y su comentada amistad».

Por su parte, Mauricio Macri pronunció durante la inauguración del Congreso algunas frases antológicas: «Apostar a la lengua es apostar al futuro.»¿Eh? Esta es demasiado profunda o no quiere decir nada. ¿Se podría completar la afirmación diciendo «el que apuesta al silencio pierde, el que puso sujetos recibirá sujetos, el que puso predicados recibirá predicados»?

En otro párrafo, subrayando la importancia del español como vehículo de comunicación entre la mayoría de los países de América Latina, expresó: «Imaginémonos si nosotros acá hablásemos argentino; los peruanos, peruano; y los bolivianos, boliviano y necesitásemos traductores para hablar con los uruguayos o los ecuatorianos con los venezolanos.”

Esto sí que es una muestra de la elocuencia que permite el idioma castellano. Oh, yes. «